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— ¿Me traes una?— dijo Chaz apuntando su botella vacía.

Rodeé los ojos mientras me dirigía hacía la cocina pero de pronto sonó él timbre, había llegado Christian.

Pero era Ann.

— Hola. — dijo ella mientras miraba la botella qué traía.

Abrí los ojos como platos y inmediatamente dejé la botella en el mesón pero esta callo y se rompió.

Ups.

Ella rodó los ojos.

— Venga, yo te ayudo. — le recibí su pequeña maleta. — Gracias.— respondió de mala gana.

Pasamos a la sala y los chicos abrieron los ojos como platos al igual qué yo hace unos minutos.

Chaz me me miro y luego apartó la mirada.
Él se sorprendió lo linda qué era, me había dado cuenta.

— Hola.— hizo un gesto con sus manos.

Rápidamente todos se levantaron a saludarla.

— Yo soy Ryan, a tus ordenes.— besó su mano y ella solo rió. — Justin me contó mucho de ti. — hizo una mueca.

— Chaz.— sonrió él y la abrazo. — No sabes cuántas veces al día este puto habla de ti.

— ¿Y a mi no me vas a saludar? — hice un puchero y rápidamente Ann se abalanzó sobre a mi.

Y por Dios que la extrañaba.



— Ann, él ronca todas las malditas noches.— dijo Ryan. — Es verdad, es terrible.— comenzó a decir Chaz. Todos rieron excepto yo.

— ¿Vinieron a hablar pestes de mi? — fruncí el ceño. — Solo le decimos para qué después no se asuste.— se apresuró a decir Chaz.

Rodeé los ojos.

— Aún así lo amo. — respondió Ann.

Chaz y Ryan me miraron con pesar, ellos sabían que tanto como yo y ella sufriríamos.

Era lo mas difícil qué haría en mi vida, y lamentablemente esto ya no estaba en mis manos.

— Supongo qué deberíamos irnos.— dijo Ryan mientras se paraba. Chaz repitió su acción.

— Los acompaño. — dije mientras me dirigía con ellos hacía la salida.

— Espero que todo salga bien.— hizo una mueca Chaz. — Tu sabes, cualquier cosa que pase, aquí estamos. — asentí y cerré la puerta.

— Ahora dime,  ¿qué era lo qué me querías decir?

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