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El sol se había escondido dando paso a la luna, a la noche, a la fiesta de Chaz.

Mientras entrábamos Ann me apretaba la mano con nerviosismo, me había dicho que estaba nerviosa, no acostumbraba estar rodeada de gente; "era una chica inocente" decía Chaz cuándo le contaba de ella y la verdad era cierto.

— Llegan tarde.— Chaz hizo una mueca, me encogí de hombros mientras miraba a Ann como culpable, sus mejillas rápidamente se tiñeron de rojo carmesí haciendo qué se viera inocente ante Chaz. Reí.

Todos contemplaban a Ann con una mirada coqueta, y cuándo digo todos me refiero a los hombres, muchos conocidos míos, y muchos enemigos también.

Celos era lo qué sentía cada vez qué la saludaban, ella rápidamente se sonrojaba y me miraba, ella sabía que estaba celoso y en el momento ella se lo estaba disfrutando. — Espero qué no estés molesto.— susurró Ann en un tono provocativo. Eso hizo qué algo en mí se levantara. — Mierda.— murmuré mientras trataba de taparme. Ann me miró de reojo, y al percatarse de la situación en la qué estaba se sonrojó mas que nunca y yo también porqué bueno, no es algo agradable en medio de una fiesta.

Dado algunos minutos, mi amiguito se tranquilizó y pude disfrutar la fiesta en paz, pero no por mucho tiempo, porqué esto recién había estado empezando y yo, yo no me había dado cuenta.

Madison.

Exactamente, Madison Park. La chica qué me estaba arruinando todo me miraba desde un metro de distancia. Al lado mío estaba Ann conversando con Judith, una chica diseñadora de interiores amiga de Chaz, pero eso no era lo que me estaba importando ahora, si no la mirada de Madison a mí. Hablar con ella era lo qué debía hacer.

Le dije a Ann qué iría a saludar algunos amigos, ella rápidamente asintió y volvió a la conversación con Judith.

Luego de eso y sin qué Ann sospechará le di una mirada a la cocina para qué nos dirigiéramos allí.

— ¿Qué haces aquí?— la agarré del brazo bruscamente para llevarla a un lado más amplio de la cocina. Ella soltó un quejido pero eso no me importó. — ¿Qué hace ella aquí?— pregunto mientras sobaba su brazo derecho. No me atreví a responderle, ella no tenía el más mínimo derecho. — ¿No le has dicho, verdad?— alzo una ceja mientras se acercaba lentamente a mí. Me alejé rápidamente por su acción y me lleve las manos al cuello mientras negaba lentamente. Esta chica había tomado poder sobre mi vida y pareja, ¿qué quería realmente de mi? ¿Dinero? No lo creo, me lo hubiera pedido desde el primer día. ¿Amor? Claro qué no, arruinar a la otra persona no es amor.

Posesión, era lo único que rondaba por mi mente.

— ¿Qué es lo que quieres?— rompí el silencio. Ella me miro sorprendida, alzo una ceja y se acercó hacia mi oído. — A ti.

Era lo qué había imaginado pero, ¿qué era lo qué quería de mi? Recuerdo qué pasábamos tiempos juntos antiguamente pero eso, eso estaba en el pasado; una etapa superada para mi.

Pero...

¿Para ella no?

— ¿Le dirás o le digo yo?— sonrió maliciosamente, estaba disfrutando ella de esto. — ¿En qué te beneficia esto a ti?— pasé una mano por mi mentón. No entendía completamente a lo qué quería llegar ella, ¿en qué le beneficiaba esto? Nada, y por eso mismo me veía en el lugar  de saber qué era lo qué realmente quería de mí o de Ann.

Ella soltó una risa nerviosa.

— Tu eres mío Bieber.— sonrió.— Dime loca, no me importa, ya lo sé. Pero tú lugar no es con ella.

— Estas demente, ¿te escuchas?— negué con la cabeza.— Necesitas ayuda, Madison. Tu no eras así, me sorprende tu actitud, me sorprende todo esto. No eres la Madison que conocí.— Madison no era una obsesiva, al contrario. Era una chica buena. Caprichosa antes pero eran cosas que se solucionaban pero, verla en ese estado de demencia y obsesión da pena, pena por ella y por las personas alrededor qué la influencian.

Ella había soltado en llantos, solo la miraba con pesar. Abrazarla no sería lo correcto aunque lo hiciera, el pensar qué tendría ella al hacer esa muestra de afecto seguro le sorprendería y lo mal interpretaría.

— Lo siento.— limpió una lágrima con su mano mientras que con la otra me apuntaba.— Si no le dices, le diré yo.— Y de pronto salió de la cocina, perdiéndose en la multitud de la fiesta, dejándome peor que antes.

Ya no había tiempo.

Ya no más.

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