¿Le temes a la oscuridad? Es una pregunta que debes hacerte si es que quieres ir al lugar del que voy a escribir. No tiene pierde y, a estas alturas, debe ser relativamente barato visitarlo. Yo fui hace dos o tres años. Ni siquiera era el momento indicado, pero fue esa sensación de no saber a dónde ir o cómo proceder para llegar a alguna parte que me obligó a seguir adelante. Es cierto: soy una de esas personas que muy rara vez dan marcha atrás.
Este lugar es... Bueno, no puedo decir que sea "real", pero existe, y puedes ir ahí cuando quieras. Aunque te advierto que no seas obstinado si te das cuenta de que es demasiado para ti. Nadie me dijo a mí cómo proceder; este universo no tiene un orden determinado, y es aún más confuso para quienes no lo conocen. Todas las puertas están abiertas, pero puedes entrar a la equivocada y no te darás cuenta hasta que sea demasiado tarde. Solo fui a las catacumbas porque estaban ahí, abiertas para mí. Puedo decir que fue relativamente fácil entrar y avanzar entre la estructura descendente, pensando que era el camino correcto, incluso a sabiendas que la muerte estaba en cualquier paso en falso o en las manos de los que proferían la magia negra. Había locura en el aire que respiraba, pero podía soportarlo.
Soporté el descenso durante mucho tiempo, porque aunque caí varias veces, sabía que siempre podía volver a intentarlo y el camino me parecía más familiar. Pero en mi corazón, comenzaba a preguntarme qué tan profundo era, qué tanto más tendría que bajar. Y mientras más me habría paso hacia las profundidades, más peligroso y espeluznante; más recias eran las fuerzas que actuaban en mi contra. No quise detenerme ni cuando me di cuenta de que ya había olvidado el camino de vuelta.
Con pena y miedo, llegué hasta el fondo, justo cuando comenzaba a pensar que no existía algo como tierra firme en estas catacumbas hechas de nichos acabados por el tiempo, esqueletos humanos, puentes de grava inestable y pasillos traicioneros apestosos a muerte. El fondo de aquel inframundo estaba atiborrado de huesos y cenizas, y el camino se alargaba hacia hueco al final de este pasadizo. Fui hasta ese hueco y entré por la parte superior de una recámara subterránea con paredes hechas de libros y velas, en donde encontré a este ser peculiar de varios rostros y un libro en la mano. Éste era el fin de mi jornada, era la prueba al final del camino.
La naturaleza malvada del ser era la de castigarme por haber llegado hasta ahí, pero no tuve ningún inconveniente en enseñarle el camino a la luz. No fue difícil vencerlo (al menos, no comparado con el camino hasta abajo). Pero me quedé solo en ese lugar. No había premio ni nadie que me sacara del agujero en el que había caído. No había una soga ni un camino de vuelta a la superficie. Había unas escaleras de mano muy largas, sí, pero solamente eran para salir de esa área, y no veía luz a donde me llevaban. Sin embargo, no podía quedarme con el muerto y todas sus caras, y no podía regresar.
Subí las escaleras y fuera de esa recámara bajo la tierra fue donde lo encontré. Supe que había llegado tan pronto puse mi primer pie dentro. No puedo decir que lo vi porque no había nada que ver. Allí era donde terminaba la luz. Estaba en un lugar que ni siquiera la fantasía podía tocar. No había más luz que la que yo mismo emanaba, ¡pero era tan poca, tan débil! No veía más que lo que estaba a medio metro de mí, quizá menos.
Ahora que lo pienso, sí que había algo a la vista, pero era tan irreal y lejano que hasta mencionarlo me parece difícil. Era la fuente de mi propia luz. El lugar definitivamente estaba bajo el mundo. Había ríos de fuego y lava que rodeaban templos y palacios de piedra negra, construidos a forma de escalera. Los pilares y soportes, responsables de que toda aquella mega caverna no se desplomara sobre aquel reino (aunque también podrían haber sido puentes, no estoy seguro), apenas alcanzaban a ser bañados por el resplandor rojizo y muerto del fuego de un solo lado. Pero aquello, incluso esos pilares, se veía a kilómetros de distancia, y entre aquella luz muerta y la luz muerta de las velas de la recámara, no había nada más que oscuridad y yo.
Cada paso que daba era una eternidad. Podía estar a un paso de un precipicio y jamás lo sabría, pues ni el aire ni la luz Me sentía como en el lado oscuro de una montaña que no podía ver. Me sentía como en el rincón que Dios había olvidado.
Unos ojos rojos brillaron al verme en la oscuridad; unos ojos que se elevaban a tres metros frente a mí. Pero no se movieron. Se quedaron ahí esperando a que yo avanzara, y no se moverían si yo no lo hacía. No podía volver atrás. Un paso más y me di cuenta de que los ojos del ser se abalanzaban sobre mí. Me aparté de su camino antes de que me cayera lo que pude identificar como un esqueleto humano de tres metros con una espada igual de grande encima. Me aparté de él cada que intentaba embestirme o patearme, pero también cuidaba dónde pisaba. Pelear en la oscuridad era más difícil de lo que podía tolerar. Un hueso de un metro me dio en la pantorrilla y a poco estuve de que me rompiera en mil pedazos, pero por suerte, logré sacarle uno de los huesos del tobillo, lo que hizo que su pierna entera se desvaneciera y cayera. Por el ruido, pude deducir que rodó y cayó por lo que podría ser el precipicio del que hablaba.
Quedé lastimado y maltrecho, pero tenía que seguir avanzando. Me moví siempre siguiendo una pared rugosa que siempre iba descendiendo. Ya había perdido toda esperanza de volver a la superficie, y eso era algo que nunca me había pasado. Nunca había experimentado la sensación de no querer moverme más que un paso a la vez, siempre mirando en todas direcciones. En más de una ocasión me vi frente otros ojos rojos que se erguían a dos o tres metros de mí, y tuve que aventurarme a alejarme de la pared para sacarles la vuelta. Bajé con todo cuidado por un mundo tan engañoso que bien podría ser el mío propio después del apocalipsis. En una ocasión me vi engañado por un par de ojos que estaban a medio metro del suelo, y al acercarme descubrí que se trataba de un gigante mal formado que andaba como cocodrilo. Era aún más rápido y feroz que los otros. Este me persiguió por un largo trecho serpenteante que no parecía llevarme a ningún lado.
No lo niego: caí varias veces y no sentía ya ganas de levantarme. Si aquellas ruinas rodeadas de fuego y lava eran el infierno, y esto era lo que había detrás del trono del diablo, entonces creo que hubiera preferido estar allá: al menos tendría una oportunidad. Pero el camino no me llevaría en esa dirección, estaba seguro, de aquí a allá había un abismo.
Perdido en la oscuridad, busqué un rumbo, un sendero que me llevara a algún lado. (Pues en varias ocasiones, me encontré con algún indicio de mi propio paso al estar volviendo por donde llegué sin saberlo.) La oscuridad era tan absoluta y el camino tan truculento que incluso mis enemigos, que llevaban miles de años aquí, tropezaban y caían a la hondonada ocasionalmente. Pero cada que uno caía, otro lo reemplazaba; debía haber miles. No puedo decir cuánto tiempo anduve así sin rumbo hasta que encontré el primer indicio de luz que no era rojiza y muerta, pero puedo decir que el alivio que sentí no se podía comparar. Algunos "cocodrilos" me persiguieron, pero yo sabía que jamás se atreverían a salir de su oscura tumba. Un solo sendero de dos o tres metros de ancho en un precipicio de roca intrepable. Al final de esta especie de pasarela, había una y solo una puerta que posiblemente me llevaría de vuelta a la superficie. Estaba cerrada.
Apagué el Xbox 360 y maldije el maldito videojuego, porque más tarde que temprano me vería obligado a volver por donde vine.

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Creepypastas De VideoJuegos
ParanormalAquí únicamente encontrarás creepypastas de videojuegos. ----------- Primer libro solamente de videojuegos. Primera publicación el 25/01/16.