El domigo empezó siendo un día bastante agitado y cansino para ambos. Con la mudanza de ella y él ofreciéndose a ayudarla, contenido hasta los huesos para no saltarle encima, no tuvieron tiempo de nada más.
Y es que se veía tremendamente bien con su cabello recogido, dejando a la vista su apetitoso cuello, Gabriel sentía el autocontrol ceder sin poder evitarlo y se reprendía por lo mismo.
Eso sin contar todo el equipaje que llevaba, sabía lo había trasladado todo con un camión de mudanza y varios hombres lo metieron todo, pero casi todo el verdadero trabajo le tocaría a ella y él estaba dispuesto a ayudar.
—¿Puedo preguntar algo? —habló él poniendo una pesada caja en el suelo. Alessandra ladeó la cabeza con una sonrisa divertida mientras limpiaba una mesita de noche. Se hallaban en su ahora habitación, que parecía estar de cabeza con el desorden que había.
—Ya lo has hecho, pero claro.
—¿Qué hay en las cajas? Porque pesan como los mil demonios.
—¿Los demonios pesan? —estaba segura de haber visto el amago de una sonrisa en él pero pareció obligarse a contenerla. ¿Por qué?—. Ya que preguntas: están mis utensilios..., instrumentos, como quieras llamarlos —Gabriel no daba crédito a lo que escuchaba y ella recordó que nunca había mencionado lo que estudiaba y amaba—. Esto... soy artista. Pintora, específicamente —encogió los hombros—. Son mis pinceles y lienzos los que me ayudaste a cargar. Gracias otra vez, por cierto. Aunque te dije que podía sola.
Claro que no iba a poder, pero tampoco quería parecer abusiva.
—¿Eres buena? —soltó él fascinado, la chica que tenía al frente no dejaba de sorprenderlo—. ¿Tú... me mostrarías alguna de tus pinturas?
—Lo lamento, las he dejado todas en casa de mis abuelos —parecía apenada—... Pero mira lo blanca que es esta pared —abrió sus brazos, emocionada ante las posibilidades—. Planeaba, de hecho, hacer un mural... ¿puedo hacerlo, cierto? —él asintió con la mirada chispeante—. Perfecto y t-tú puedes verlo cuando esté listo... Mi habitación no te queda nada lejos —un sonrojo violento le surcó el rostro por lo dicho, esperaba no lo malinterpretara. Gabriel se enterneció completamente ante su reacción ¿cómo alguien podía ser tan inocente?
—Me agradaría, claro.
—Ahora —aclaró su garganta—, si eres tan amable de disculparme te lo agradecería, tengo mucho por hacer —decía sonriente, como si disfrutara el estar tan ocupada.
—Oh, yo podría ayudarte a armar esto... —tomó lo que parecían ser estantes: simples trozos de madera pulida con soportes.
—No me gustaría entretenerte más aquí —se los quitó amablemente—. Ya me has ayudado bastante; gracias —se estaba acercando demasiado y tenía la cabeza ladeada. Mierda, ella no podía estar con el cabello recogido y ladear la cabeza, era una regla.
También una invitación, que él sabía enviaba sin intención.
—Deja de agradecerme, ¿quieres? —cada paso que Alessandra daba equivalía a uno de él hacia atrás. Tragó saliva, lo estaba poniendo al límite, en cualquier momento la devoraría si seguía así—. Sólo no quiero que termines rompiéndote un dedo —la intentó molestar, quizás disgustada no lo tentara tanto. Ella al escuchar su tono siguió caminando hasta dejarlo del otro lado del umbral, puso las cejas juntas y los brazos cruzados justo bajo sus pequeños pechos y con la mueca en su rostro verla resultaba todo un poema, un poema de verdad, Gabriel paseó la mirada por su estrecho cuerpo.
Era peligrosamente atractiva, maldijo por lo bajo, no había salido como esperaba.
Alessandra, por su parte estaba incrédula, furiosa, en realidad. ¡Ella no era una inútil y podía hacer lo que fuera sola!
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Gabriel ©
RomanceGabriel; obligado a madurar y cambiar de manera abrupta pagando por las malas decisiones de su pasado. Indiferente, controlador y con la vida hecha trizas. Alessandra; vivaz y jovial, una soñadora empedernida de mirada chispeante. Pero con cicatri...