1. Indiferencia gélida.

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—¿De verdad tenemos que hacerlo? —preguntó Gabriel a su amigo por quinta vez mientras sostenía la perilla de la puerta con la mano sudada. Últimamente casi nada lo alteraba, sólo lo referente a la responsable de todo por lo que pasaba.

—Sí —sonaba exhausto. Apartó su mano y la abrió él mismo. Los recibió una encantadora rubia curvilínea ni bien cruzaron el umbral. Ésta de inmediato posó sus verdes ojos inquisitivos en su rubio amigo, Matt le sonrió un poco incómodo.

—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarlos?

—Buenas tardes —desvió la mirada—. Venimos por la... terapia de pareja —ella miró del uno al otro sucesivamente, no pudo ocultar su decepción por varios segundos. Sin embargo, al instante volvió a su postura profesional y forzó una sonrisa con sus perfectos dientes.

—¡Oh, claro! Enseguida los atenderá el Doctor Levis. Por favor, pasen a la sala de espera —asintieron agradecidos y se adentraron a la moderna habitación. Cuando la joven se había alejado lo suficiente Gabriel le habló a Matt en voz baja después de tomar asiento.

—Creí que tu peor idea había sido cuando nos vestimos de mujeres y entramos en el vestidor de las chicas en la escuela...

—No sé cómo nos descubrieron.

—Parecíamos travestis pobres, Matt.

—¡Sigo sin poder creer que casi nos expulsan! —exclamó en susurros—. Teníamos catorce y nunca habíamos visto un par de senos, ¿qué más podíamos hacer?

—¿No se te ocurrió buscarte una novia?

—Quería compartir eso contigo —soltó buscando pincharlo. Gabriel lo ignoró deliberadamente, recorrió la sala con la mirada, todos los asientos estaban desocupados salvo por los suyos, sin duda el Doctor Levis no era tan reconocido como lo aclamaba su sitio web—. Además —prosigió Matt—, esto no es una mala idea. Sabes que éste tipo no quiere tener que involucrarse en el caso y de esta forma no lo hará. Como sea, si no funciona siempre puedes intentar seducirlo a ver si le sacas algo —Gabriel sonrió de medio lado—. Mejor olvídalo, amigo, no tendrías oportunidad.

—¿Es por mi nueva cara? —cuestionó—. Porque mis encantos siguen intactos.

—No, sabes que lo digo porque conmigo en la misma habitación nadie te haría caso... —al momento sonó el teléfono fijo de la sala y luego de varios murmullos de entendimiento la rubia colgó y se levantó de su silla detrás de un elegante escritorio de grueso vidrio templado mirando en su dirección.

—El doctor me acaba de avisar que quizás su almuerzo se prolongue un poco más, si gustan pueden entrar al consultorio, después de darme sus datos, a esperarlo —dijo un poco cohibida pero así lo hicieron.

Al cerrar la puerta detrás de ellos, lo observaron todo atentamente, nada fuera de lo común: diplomas colgados, uno que otro retrato familiar y un cuadro en el centro de la pared de Freud, que según sabía Gabriel era el padre de la psicologia y sus ramas. Además de un diván de cuero negro y varios sillones a juego, a la derecha había una pequeña sala de juegos para niños. La habitación en conjunto era un perfecto contraste entre el blanco y el negro. Matt se recostó en el diván con ambos brazos tras la cabeza y Gabriel casi saltó hacia una repisa con montones de carpetas ordenadas alfabéticamente con lo que supuso serían los expedientes de los pacientes.

—Su historial médico debe estar por aquí —Matt soltó una palabrota y se incorporó.

—Hace rato no querías ni entrar... Vamos, no toques eso, Gabe, si el viejo te atrapa...

—¿Qué podría hacerme, meterse en mi cabeza para volverme loco? —ironizó con una sonrisa mientras rebuscaba en las carpetas de la letra S.

—Creo que alguien le ganó en eso —se puso en pie y le quitó un folio que acababa de tomar—. ¿Has pensado en que te demandaría?

Gabriel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora