Alessandra se apartó de la puerta como si algo la hubiera empujado para darle paso al inminente hombre que la había traído a la vida para luego rara vez tomarla en cuenta en la suya.
Harry Henderson entró con elegancia en cada paso, examinándolo todo a su alrededor. Cuando hubo terminado se dio por satisfecho, alegre de que su hija no hubiera ido a vivir a una pocilga.
Cuando giró hacia ella notó que seguía examinándolo, cada movimiento, cada expresión, como un cachorrito herido ante su agresor. Sintió que el corazón se le estrujó en el pecho cuando dio un paso hacia ella y la vio encogerse en su sitio. Cuando se recuperó de la impresión con cuidado se acercó y la rodeó. Ella no le correspondió al abrazo.
—Qué grande estás, mi niña.
Alessandra tenía ganas de llorar, ni siquiera recordaba la última vez que él la había abrazado. Quizás no estuviera ahí para hacer cumplir su última advertencia o para llevársela con él como había pensado, quizás de verdad fuera porque quería verla y preocuparse por ella. Quizás.
Ella le devolvió el abrazo por que decidió darle el beneficio de la duda. Por ahora.
Cuando se separaron él le estudió el rostro, ¿cuándo su niña había crecido y cambiado tanto? ¿cómo fue que él había preferido pasarla por alto a enfrentar su realidad? ¿cómo se había dejado manipular tanto por su esposa? Nunca recuperaría su adolescencia o parte de su infancia, pero esperaba poder acompañarla en su vida adulta. Esperaba que no fuera demasiado tarde.
Alessandra se percató del cómo su semblante serio pareció desmoronarse para darle paso a uno herido, irremediablemente dolido. Le sonrió para tranquilizarlo, pero no había funcionado.
—¿Qué haces aquí, papá? —preguntó cuando estuvo segura de que su papá no se echaría a llorar.
—He venido a verte, princesa —Alessandra ladeó la boca insegura. No sabía si estaba en uno de esos sueños que le hacían lamentar más aún su realidad, pero si así era esperaba no despertarse pronto—. No pongas esa cara, es verdad... Sé que no lo merezco pero, ¿podríamos hablar?
Ella asintió a duras penas, abrumada de repente. A espaldas de su padre escuchó una tos tensa y forzada, Alessandra entró en alerta pero para su sorpresa su padre giró el cuerpo de manera elegante y ofreció la mano con sus impecables modales al joven claramente incomodado por tener a más de una persona en el apartamento.
—Mucho gusto, Harry Henderson, ¿cómo es su nombre? —él de manera correcta y fluida le aceptó la mano y le dio un firme apretón.
—Logan —el señor Henderson notó que no le había dicho su apellido pero daba por sentado que la mayoría de los jóvenes hacían lo mismo. Sin tener idea que Gabriel lo había hecho aposta—. No quiero interrumpirlos ni incomodar, por favor, siéntase en casa, señor. Yo he de irme.
Harry encantado con sus expresiones aceptó lo que decía de buena gana, agradeciéndole. Cuando se hubo marchado, se volvió hacia su hija quien no había pronunciado palabra y se le veía inquietantemente tensa.
—¿Alessandra, qué pasa?
—Por favor, no mandes a mis abuelos a un asilo, te prometo que no tengo nada con él.
El señor Henderson se sorprendió y se horrorizó casi en la misma medida. Sabía perfectamente de lo que su hija hablaba y estaba murmurándose a sí mismo palabras nada apropiadas para un profesional de su tipo. Cuando recuperó su postura la encaró.
—Alessandra, no he venido aquí para montarte una escena de un imbécil padre sobre protector, confío en ti. Pero he de admitir que me ha impulsado sobretodo a venir descubrir que no estás viviendo en el campus. ¿Por qué? —ella se estremeció.
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Gabriel ©
RomanceGabriel; obligado a madurar y cambiar de manera abrupta pagando por las malas decisiones de su pasado. Indiferente, controlador y con la vida hecha trizas. Alessandra; vivaz y jovial, una soñadora empedernida de mirada chispeante. Pero con cicatri...