Capítulo 4

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Dalila depositó aquella caja musical encima de una mesa vieja de madera. Dirigió su vista hacia mi rostro y en cuanto conectó sus ojos con los míos, yo los desvié hacia mis pies descalzos.

—Emily, sabría que vendrías —sentí una brisa fría alrededor de mí, luego vi sus zapatos negros a pocos centímetros de mis pies —.¿Qué pasa Emily?, ¿Me tienes miedo?

Yo solo negué con la cabeza, armándome de valor, pero por dentro, sentía que casi moría de un infarto.

—Entonces, ¿por qué no me miras? —Dalila se alejó de mi —.Vamos mírame, no te haré daño.

—¿Cómo sabes mi nombre? —ignoré su petición.

—Emily, se muchas cosas más de lo que imaginas —Dalila gruñó —.Mírame.

Hice caso a lo que me dijo, poco a poco fuí levantando mi mirada, dirigiéndola a sus ojos, estos ya no eran blancos, eran azules, como el océano e igual de cristalinos, aunque seguían sin vida. Sentía que el corazón se me salía de mi pecho, las manos me temblaban y los nervios salieron a flote.

—¿Por qué tus ojos ya no son blancos? —susurré. Incluso me sorprendí a mi misma poder hablar sin que mi voz saliera temblorosa.

—Para evitar que me temas —respondió Dalila, tomó asiento en uno de los bancos, empolvados, pasó sus manos por su vestido intentando alisarlo —.Sabes me recuerdas mucho a mí —sonrió un poco —.Eres entrometida, en verdad eres testaruda, te gusta averiguar que está pasando y nunca haces caso a lo que te advierten —hizo una pequeña pausa —.Pero la única diferencia, que tú no estas muerta...aún.

—¿Qué has dicho? —fruncí un poco el ceño.

—Olvídalo —negó levemente con la cabeza —.Siéntate —palmeó a su lado.

Yo negué con la cabeza, enrollé mis piernas sentándome en el suelo. Pasó un largo silencio, ella me miraba y yo jugueteaba con mis dedos. Sencillamente no sé que hago aquí, sentada, pero tampoco quiero marcharme y dejar que Dalila juegue conmigo, atormentándome por el resto de mi vida.

—Sabes —callé un segundo, intentando formular las palabras en mi cabeza, sin que salieran torpes —.He leído tu diario.

—Lo sé –se levantó de su asiento —.Por eso estoy aquí —me entregó su diario —.Cada que alguien lee mi libro, aparezco.

Pasé la yema de mis dedos por los bordes del diario —Mataste a mi vecina.

—Yo no fui —negó lentamente su cabeza, agitando un poco su cabello —.Tu lo hiciste

—Mentirosa.

—Yo nunca miento, Emily, te diré algo —se levantó, pasando sus manos por su vestido alisándolo un poco, claramente por más que lo intentaba, las arrugas no desaparecían, estaban ahí por siempre. Dalila se arrodilló enfrente de mi, su rostro estaba a la altura del mío, podía sentir su fría presencia —.Las personas son malas, todas intentan hacerte daño —en su voz podía demostrarse el rencor y el coraje que expresaba —.Aunque ellas te digan que te quieren, que nunca te harían daño, terminan haciéndolo —miró por un segundo hacia otro punto en la sala, regresó su vista hacia la mía —.En fin, podrías leerme, por favor —apareció una sonrisa siniestra en su rostro. Yo asentí lentamente con la cabeza.

Se levantó, dirigiéndose hacia su anterior asiento, sus zapatos resonaban en la sala, provocando eco en mis oídos.

Miré hacia el diario, este se abrió en la página siguiente en donde me había quedado.
Respiré profundo, aclaré un poco mi garganta, para evitar que salga temblorosa.

Dalila [Mentes Retorcidas I ] |Editando| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora