Capítulo 7

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"Tú también eres especial como yo.
Ves cosas que no deberías poder ver.
Sabes cosas que no deberías poder saber."

—Sactum, Madeleine Roux



— ¿Tu mataste a la hermana de Sebastian? — Dalila sonrío emocionada al escuchar su nombre

— Por lo visto hablaste con él —Dalila bajó sus brazos de la mesa, se puso en pie, golpeteando el pequeño tacón de sus zapatos en el suelo.

— ¿La mataste? —volví a insistir, en realidad era lo único que me importaba.

—No.

—Mentirosa.

Dalila sonrió sin mostrar los dientes y desapareció, una corriente de viento pasó frente a mí, helándome hasta los huesos, me abracé a mí misma para entrar en calor. Dí un respingo cuando el timbre sonó e hizo eco por toda la casa.

Me paré de mi asiento, rogando por qué sean mis padres, no quería estar sola más tiempo.

Abrí la puerta pero me desilusioné al ver a la Señora Green parada con su libreta en mano y con una hermosa sonrisa adornando su rostro. Ella era la dueña de la casa, la señora Green no pasaba de los 45 años, era muy hermosa, su cabello rubio lo traía sujeto en un moño y sus ojos verdes los traía maquillados con una sombra color coral.

— Hola Emily, ¿como estás?

— Muy bien —en realidad no tanto —.Puede pasar —me moví a un lado para que ella pasara —.En un momento le doy el dinero.

Ella asintió y se adentró a la casa. Su vista pasó por toda la casa, mirándola, cada parte de ella y después frunció el ceño, con sus brazos se cubrió a sí misma.

—Esta muy frío aquí adentro —la Señora Green me miró.

—Lo sé, puede sentarse, ahorita traigo el dinero de la renta.

Ella asintió, se sentó en un de los sillones que da la vista daba hacia los pasillos.

Yo, en cambio, corrí hacia el cuarto de mis padres en busca del dinero, claro, ellos me habían dicho en donde estaba, por si acaso la dueña viniese. Rebusqué entre sus cajones, revolviendo algunos papeles, sobres y bolígrafos pero después de tiempo por fin lo encontré.

Bajé casi corriendo las escaleras, para entregárselo a la dueña, lo más probable es que ya estaba un poco desesperada por hacerla esperar tanto.

—Aquí está su dinero —le entregué el sobre, la Señora Green lo aceptó, lo guardó debajo de su libreta y tomó la pluma para anotar que si pagamos.

—Gracias, Emily, ¿como te sientes? —ella metió la pluma en el spiral de la libreta, la apretó un poco con sus dedos, como si tuviera miedo de perderla.

—¿A que se refiere? —ella soltó un suspiro.

—En esta casa, ¿no ha pasado nada fuera de lo común? —ella me examinó con sus enormes ojos y supuso que estaba nerviosa —.¿Que ha pasado? —insistió al ver que no me dignaba a responder su aglomeración de preguntas.

— Veo a una niña —respondí en un susurro temeroso.

—Varias jovencitas de tu edad me han contado de eso —la dueña asintió lentamente, pensativa.

—¿Sabe usted algo? —ahora tenía curiosidad y quería saber más.

La Señorita Green negó con la cabeza —Hace algunos años, un par de siglos diría yo, vivía una familia aquí, eran los Miller, lucían como una familia normal, un esposo amoroso, trabajador, una madre amorosa, una hija buena y estudiosa. Pero un día desaparecieron, sin dejar rastro y desde entonces, cosas fuera de lo común suceden en esta casa.

—¿Murieron? —ella me miró un instante y después se encogió de hombros.

—Lo más probable es que si, solo es una típica leyenda de pueblo —sin saber más que decir, ella se levantó dispuesta a irse.

Ella salió por la puerta después de un "Adiós y gracias por el dinero" de igual manera yo me despedí.

Tenía que descubrir más no podía quedarme con la duda.

***

Sábado, 12:00 pm.

Me encontraba sentada en las escaleras de la entrada de mi casa, pensando, analizando toda la situación, corté un pequeño pedazo de pasto seco y los esparcí por el aire.

Más tarde después de que la Señorita Green se marchara y me contara esa pequeña historia sobre Dalila. Mis padres y mi hermana llegaron con la despensa, traían bolsas y bolsas de comida e artículos personales.

Durante la cena Susan me miraba por el rabillo del ojo, y eso era una señal que sospechaba de lo que pasaba, siempre fue así, nunca se le pasaba nada por alto, pero no podía decirle, sinceramente no me creería.

Sentí la presencia de alguien a un lado mío, giré mi cabeza para poder mirarlo. Sus ojos color miel se conectaron con los míos. Era Sebastian

—Hey —llegó el hacia mi, sonriendo, llevaba unos jeans y una playera roja —.¿Qué haces aquí sola?

—Pensando —respondí, Sebastian asintió no muy convencido.

—¿Te pasa algo?

—No puedo contarte...

—Porque soy un desconocido —él terminó la frase, sacudió un poco sus palmas, como si estuvieran llenas de polvo.

—No es por eso, si te cuento no me creerías.

—¿Por qué no habría de hacerlo? —miré hacia en frente, luchando contra mi misma para decirle o no —.No soy quién para juzgarte.

—Veo cosas que no debería poder ver —el frunció el ceño un poco confundido, pasó su mano por su cabello despeinándolo un poco.

—¿Que tipo de cosas?

—Fantasmas

—Oh bueno —el pelinegro balbuceó un poco buscando las palabras —Yo también veía.

—¿En serio? —me sorprendió bastante, él asintió.

—Cuando era pequeño, veía a mi abuelo, tenía unos seis, siete años, más o menos, mi abuelo y yo éramos muy unidos, él vivía con nosotros, mi padre trabajaba y mi madre también, así que casi no tenían tiempo para mí, mi abuelo se convirtió como mi segundo padre, él me cuidaba, me arropaba en las noches y me contaba cuentos antes de dormir. Pero un día él murió por un ataque al corazón, yo no estaba preparado para dejarlo ir. Lloraba todas las noches, pero una noche fue diferente, lo vi sentando en la silla mecedora preparándose para contarme un cuento. Al día siguiente le platiqué a mi madre, ella no me creyó, pero pasaron los días y ella observaba que platicaba "solo" —hizo comillas con sus dedos —.Mi madre platicó conmigo, me dijo que era momento de despegarme de mi abuelo., de dejarlo ir, el merecía descansar después de un largo tiempo aquí en la tierra de los vivos. Llegó la noche y hable con él, me despedí de y a partir de ahí ya no lo volví a ver.

—Vaya —yo no sabía qué decir, él veía a su abuelo y yo a una muerta que no es nada mío.

—Puedes tenerme confianza Emily, quiero ayudarte.

Yo bajé la mirada un segundo, analizando la situación. Solo escuchaba el respirar de Sebastian a mi lado y las hojas del árbol chocar entre el pasto.

—Y yo necesito tu ayuda o me volveré loca.

Y eso es lo que quiere Dalila, volverme loca.

Dalila [Mentes Retorcidas I ] |Editando| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora