Capítulo 13

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Mis ojos se posaron en la puerta de madera pintada de blanco con el marco de color dorado. De ellos caían lágrimas, que esta se iban deslizando poco a poco hasta terminar en mi mentón. El silencio se hizo presente dentro de la cocina, ya habían terminado de hablar mis padres, solo mis oídos captaban el sonido del tic tac de reloj que se encontraba colgado en la pared. La puerta de la cocina se abrió, dejándose ver mi madre y mi padre. Ellos fruncieron el entrecejo, tal vez confundidos, porque no se esperaban verme ahí parada, o incluso enojados al tener probabilidades de que he escuchado casi toda su conversación.

—Emily, ¿qué haces aquí?—preguntó mi madre con la voz cansada, pero a la vez comprensiva.

Yo solo intercambié miradas entre ellos, mirando primero a mi madre y luego a mi padre y así sucesivamente.

—Emily... —mi padre intento tomarme por el brazo, pero yo solo lo aparté. Él retiró su mano, dejándola a su costado.

—Ustedes no me quieren —murmuré molesta. Ellos intercambiaron miradas entre sí. Me miraron con preocupación. Yo solo negué con la cabeza pasando en medio de ellos.

—Emily —me llamó mi madre —.¡Emily! — gritó, al ver que estaba tomando mi abrigo —.¡Emily te estoy hablando! —yo me giré mirándola, enojada, ella seguía aun lado de su esposo, pero con sus brazos cruzados sobre su pecho, me acomodé el cuello de mi abrigo, ya que este estaba desordenado. Di media vuelta, tomando el pórtico, abriendo la puerta y azotándola.

Caminaba directo a la cafetería donde me encontraría con Sebastian, sinceramente me importaba poco las consecuencias que podrían atraer mi mal comportamiento, nunca había echo algo como eso, pero ahora no me importaba. Mi mente indagaba en otras cosas, analizando que estaba pasándome igual que a Dalila. Sus padres la enviaron con psicólogo, pero después su comportamiento empeoró enviándola a un psiquiatra. Yo no quería volverme loca, mucho menos que me encerraran en un lugar como ese.
Observé a Dalila caminando a un lado de mí, yo solo metí mis manos en los bolsillos del abrigo, me escondí en el cuello de este mismo, simulando tener frío. Dalila no omitía palabra alguna y eso me frustaba, siempre tenía algo que decir. El clima era fresco, y un poco ventoso, lo que provocaba que mi cabello estuviera desordenado por mi cara, por lo que tuve que acomodarlo detrás de mis orejas para dejar libre mi campo de visión.

—Ahora que, ¿te comió la lengua el ratón? —Dalila me regresó la mirada, eso duró solo un par de segundos, pero después regresó su mirada hacia el frente —.¿Hablaras o no?.

Ella se llevó su dedo índice a sus labios, este lucía blanco y demasiado delgado al igual que los demás. Dalila me indicó que me callara, lo apartó de su boca y con este mismo apuntó al frente. Mi vista se dirigió hacia el punto donde me indicaba, me encontré con una señora que me veía raro, su hijo lo tenía abrazado de espaldas protegiéndolo, de mí, temiendo que le hiciera daño.

Dalila y yo pasamos aún lado suyo, esta solo se puso pálida, su hijo en cambio apuntaba hacia a mí.

—No hijo, no te le acerques, está loca. —mi ceño se frunció ante las palabras pronunciadas de dicha mujer, sentí la fría presencia de Dalila, poniéndome los pelos de punta. Yo solo miré hacia el suelo.

—Ves, hasta ella te cree loca con tal solo verte —la voz rencorosa de Dalila hizo eco en mis oídos. La observé —.Y ni siquiera te conoce, imagínate lo que piensan de ti tus padres, ahora por otro lado, imagínate lo que pensará de ti Sebastian —ella negó con la cabeza, causándole gracia la situación en la que me encontraba.

Miré por encima de mi hombro, viendo si la señora seguía ahí, pero ya no había rastro de ella, lo que me pareció raro, ya que la próxima esquina está a diez casas o incluso un poco más. De nuevo puse mi atención en Dalila al ver que ella se detuvo, habíamos llegado a la cafetería. Solo era una maldita ilusión de su parte.

—Suerte con tu cita —Dalila desapareció doblando la esquina del local.

Empujé la puerta del establecimiento, el frio del aire acondicionado me golpeó el rostro, sintiendo a mis orejas helarse. Por esto mismo odio las cafeterías. Divisé a Sebastian en la última mesa, cerca de la barra de pedidos y pegada a la pared pintada de café con algunos granos de café como decoración. Él traía unos vaqueros, pero estos no estaban desgastados, al contario era de color azul marino muy obscuro, acompañados con un suéter de lana color gris. Incluso traía un periódico entre sus manos prestándole toda su atención, así lucia aún más mayor de lo que era.

Caminé hacia la mesa, recorrí el asiento para poder sentarme. Sebastian no apartó su vista del periódico, al contrario pasó a la siguiente página. Yo escaneé el lugar con detenimiento, mirando como la cajera se molestaba al tener a un poco de gente en el lugar, e algunos comenzaban a llegar hacia ella. Las meseras caminaban de un lugar a otro, tomando pedidos con su pequeña libreta color amarillo. Las personas miraban el menú, incluso golpeteaban sus nudillos en la mesa, desesperados por sus órdenes.

—Bienvenida nena —Sebastian volvió a pasar una de las hojas delgadas del periódico —.Canallas, pobre abuelita, no merecía que la asaltaran, y la justicia ¿en dónde rayos está? —con su palma golpeó el periódico, simulando su enojo —.Lo más seguro que atrapando moscas —Sebastian cerró el periódico, lo dobló en cuatro, para enseguida dejarlo aun lado suyo.

—Que bueno que viniste, temía que no fueras a venir —yo solo intenté sonreír al recordar porque me retrasé un poco. Claramente el pelinegro lo notó, ya que frunció el ceño, se cruzó de brazos sobre la mesa, su mirada era neutra, como si no tuviera emoción alguna.

—¿Qué sucedió ahora? —dijo, lento y calmado. Yo solo jugueteé con mis dedos, recordé las palabras de Dalila, pero después recordé las palabras de Sebastian, cuando me dijo que podía confiar en él.

—Yo...— Balbuceé un poco, intentando buscar las palabras —.Me llevarán a un psicólogo.

—¿Qué?, ¿por qué? —crucé mis brazos al igual que Sebastian, pero en cambio yo, oculte mi rostro entre mis brazos cruzados sobre la mesa color café.

—Me creen loca —murmuré. Él me acarició mi brazo con sus nudillos, aun con la tela del abrigo que se interpondría entre su tacto con el mío, podía sentir lo cálido que era su mano.

—Emily, mírame —yo bufé cansada, enfoqué mi vista en los ojos de Sebastian. Él sonrió de lado —.Escucha, tus padres no te creen loca... — yo lo interrumpí, protestando.

—Claro que si.

—No, claro que no —él mantenía sus nudillos en mi brazo —.El psicólogo no es sinónimo de locura, eso es una tontería.

—Entonces no me quieren.

—Ellos te quieren, demasiado, si ellos no te quisieran no se preocuparían por ti, no les interesaría lo más mínimo en ayudarte. No debes de pensar en eso, al contrario, deberías de agradecerles —Sebastian me mostró una de sus sonrisas más sinceras. Él acercó su silla junto a la mía, sus brazos me rodearon, yo rodeé mis brazos a su cintura, recargue mi cabeza en el hueco de su cuello.

—¿Sebastian?.

—¿Mmm...?

—Nunca me dejes por favor, te necesito. —él se separó mirándome a los ojos, con su pulgar acarició mi pómulo.

—Nena... estaría loco si te dejo —él depositó un beso en mi mejilla, acercó sus suaves labios a mi oído, sentía su aliento cálido golpear en este, provocándome escalofríos en mi espina dorsal y enviándome mil sensaciones por todos lados.

—Te quiero Emily —susurró.

Dalila [Mentes Retorcidas I ] |Editando| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora