Capítulo 9

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¿Por qué sonríes
como si hubieras dicho un secreto?.
Ahora estas diciendo mentiras, porque tu eres el que lo guardas, pero nadie guarda secretos
—The pierces, secret.



Llegué a mi casa alrededor de las siete pasadas con cinco minutos. Sebastian me llevó a rastras a una heladería, yo en cambio le reprochaba que me castigarían, pero él me invitaba a romper las reglas. Sabía que terminaría perjudicada, pero sin embrago, me la pase muy bien con él. Entre risas y anécdotas graciosas por su parte.

Pude conocer un poco más sobre él, me contó que le encantaban los emparedados de Nutella con mermelada de zarzamora, que odiaba el refresco pero le encantaba la limonada, también que tuvo dos perros chihuahuas pero uno escapó de su casa y el otro se lo robaron, desde entonces no volvió a tener mascotas. Por mi parte yo le platiqué que no me agradaban mucho los abrazos, ni las películas románticas, me encantaba el chocolate pero en emparedados no.

Mis padres ya estaban comenzando a cenar. Lo deduje por el sonido de los cubiertos chocando inconscientemente con el plato de cerámica.

—Por fin llegas Emily —mi madre, me reprochó, mientras le servia un poco de verduras cocidas a papá.

—¿Donde estabas? —papá me miró, esperando una respuesta. Mi madre sacó dos platos más y terminó de servir la cena para Susan y para mí. Por lo visto solo faltábamos nosotras dos

—Por ahí —recorrí la silla, dispuesta a sentarme y degustar del platillo, pero la voz gruesa de mi padre me interrumpió, sonando algo cabreado.

—Emily, responde —insistió.

—Bien, con un amigo —él me miró el rostro, esperando en contarle algo más que eso. Claro que no lo haría.

—¿Donde está Susan? —preguntó mi padre. Tomó de nuevo los cubiertos, dispuesto a terminar su filete de pollo.

—Oh, arriba, hablando por skype con Nicolás —le respondió mamá. Se acomodó su vestido, amarillo canario, cuidando que no se arrugara al sentarse en la silla —¡Susan, baja cariño! —mamá gritó. Y los pasos de mi hermana no tardaron en oírse.

Y es cuando en este momento, Emily desaparece entre su familia, literalmente.

Mi hermana conversaba con mamá, de moda y entre cosas no tan importantes para mi criterio, papá, miraba de vez en cuando su teléfono, esperando alguna que otra notificación de Facebook en su celular o algún mensaje de WhatsApp.

Y yo, no había probado de mi filete, solo movía las verduras con el tenedor de un lado a otro y sin querer, de vez en cuando, se encajaban en las puntas del tenedor, provocándole a las zanahorias y al brócoli, pequeños hoyos a su alrededor.

— ¿Por lo menos me dirás su nombre? —de nuevo, mi padre insistió con agresión en sus palabras, las miradas de mi madre y Susan se posaron en mi, al escuchar a mi padre.

—Cariño, relájate, no seas paranoico, es el nuevo vecino, por cierto es muy guapo, ahora hablé con su madre, también muy simpática la señora.

—Se llama Sebastian, es muy agradable papá —él asintió no muy convencido. Pero aún así ya no volvió a su interrogatorio.

A regañadientes, terminé mi filete, con las verduras y el arroz. Solo espero, que no me duela el estómago por forzarlo a comer.

Subí a mi habitación, para alistarme e irme a la cama, mis  padres se quedaron en la mesa, platicando entre ellos y Susan subió a leer o hablar con su novio por internet. Después de 15 minutos terminé de alistarme, dispuesta a irme a dormir.

Dalila [Mentes Retorcidas I ] |Editando| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora