Capítulo 21

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8 de Octubre de 1835 .


Hoy era un día muy importante para mí padre, claro, hace algunas semanas estaba organizando un increíble bufete, el cual invitaría a todos sus amigos y conocidos. Si, mi padre era médico, el daba sus consultas en la casa, en su despacho. Aún recuerdo cómo corría a comprar las bebidas y contratando cocineros para la cena.

Esa noche mi madre se encontraba vistiéndose en su alcoba, mientras yo permanecía en la mía. No quería bajar, no quería conocer personas, ellas siempre me ignoraban y me miran de mal manera, lo detesto.

Cuando Lorian entró a mi alcoba bastante molesta, colocó sus manos en su cintura mientras me miraba con el ceño fruncido.

—Dalila, ¿cuándo piensas vestirte señorita? —rugió Lorian perforándome con su mirada.

Por mi parte solo emití un gruñido de desaprobación. Lorian comenzó a gritarme, diciéndome lo cansada que estaba de mi, que ya no me soportaba, que cada día era un martirio convivir conmigo, pero aunque quisiera ya no podía hacer nada y eso me causaba gracia.

Me habían mandado al manicomio, los psiquiatras me dieron el alta, diciendo que estaba en perfectas condiciones, pero eso no era verdad y mis padres no lo sabían.

Mi madre no tuvo más remedio que arrojarme un vestido al rostro gritándome que me alistara lo más pronto posible o no volvería a dormir en mi cama, sino, en el sótano junto a los ratones, no había problema para mí, ellos ya eran mis amigos.

Esa noche transcurrió de lo más aburrida, la gente se carcajeaba de chistes malos que contaba mi padre, yo no entendía el por qué, tal vez lo hacen por educación, mi madre solo mantenía una sonrisa falsa cuando platicaba con las esposas de los amigos de mi padre, sus hijos hablaban entre ellos como si se conocieran de toda la vida. Y yo permanecía sentada en una silla, balanceando mis pies de adelante hacia atrás murmurando una de mis canciones favoritas, la de mi caja musical.

Miraba el vaso que sostenía encima de mi regazo, lo movía ligeramente en círculos provocando que unas gotas cayeran en mi vestido color azul rey con diseños en negro, mamá me regañaría.

Cuando sentí que una persona se sentó aún lado de mi, ella me regaló una sonrisa, su nombre era Amelia, su cabello era de un color rubio con algunos toques de castaño. Era muy simpática, me platicó algunas cosas sobre su vida, en cambio, cuando me preguntaba sobre la mía, yo evitaba todo lo que ocurrió años atrás, solo murmuraba pequeños si o en algunos casos no.

—¿Quieres ir a otro lado? —pregunté cuando se propagó un silencio incómodo.

—Claro, ¿a dónde? —ella se levantó del asiento, pasando sus manos por su vestido, alisándolo, a pesar que no me gusta muchos los colores el de ella era muy bonito, color verde pasto con flores de color dorado, no era muy frondoso como los míos pero aún así era bonito.

—Ya lo verás.

Caminamos por toda la casa, hasta llegar al sótano, estaba oscuro y Amelia, decía que le daba miedo la oscuridad, así que encendí una vela para poder ver por donde caminábamos. Cuando llegamos, con el fuego de la vela encendí un farol, y la habitación se alumbró aún más, la vela la dejé en una pequeña mesa de madera ya apagada.

—Te enseñaré algo, pero debes prometerme no decirle a nadie —ella asintió no muy convencida, por mi parte, sonreí.

Tomé el farol y nos dirigimos fuera de la casa, hacia el jardín. La noche era muy oscura, no hacia frío las hojas crujían debajo de nuestros zapatos, Amelia me seguí el paso, pero podía sentir los pasos inseguros, pero aún así no se retractó.

Llegamos a un árbol, el cuál estaba hueco, dejé el farol a un lado, metí amabas manos y terminé sacando una caja mediana. Sonreí cuando la vi en buen estado.

Amelia frunció el ceño al ver lo que traía en mis manos, me coloqué de rodillas con la caja frente de mi. Al abrirla me encontré con mi pequeño amiguito.

—Eso... —la rubia se llevó una mano a su boca —.¿Es un ratón?.

Yo asentí, tomé a la criatura entre mis manos, acariciando su pancita, pobre ya estaba tieso.

—Era uno, el pobre estaba muy gordo, no entraba en uno de los agujeros de la pared, así que tomé un bisturí de mi padre y le corté los costados de su pancita, cuando volví a dejarlo en el agujero ya entraba, pero jamás despertó.

Amelia se puso pálida, sus manos comenzaron a temblar, no emitía palabra alguna, solo se escuchaban las hojas de los árboles chocar cuando el viento las tocaba. Si tan solo supiera lo que he hecho, ya no sería más mi amiga.

—Antes tenía más, pero comenzaron a podrirse y tuve que enterrarlos en el jardín —dejé el ratoncito en su lugar y tomé otro —. Este quería cambiarlo, no era muy bonito, así que le quité todo su pelaje y los sustituye con un pelaje de conejo blanco, quité su cola y la cambié por la esponjosa del mismo, como era muy grande tuve que cortarla, ahora es bonito, muy bonito.

Ella tragó duro, suspiró, comenzó a mover los pies un tanto desesperada.

—¿Por qué haces esto? —la rubia preguntó con voz temblorosa. Yo ignoré completamente su pregunta.

—Sabes, me gustaría probar mis habilidades artísticas en las personas.

***

Abrí los ojos de golpe y me incorporé, estaba en mi escritorio, con una pluma en mi mano izquierda. La observé detalladamente, no tenía idea de lo que estaba haciendo ahí sentada y con un pluma en mi mano. Lo que sin duda me despertó fue la pesadilla que tuve. Agité mi cabeza de un lado a otro, intentando ordenar mi mente y recordar en qué momento me dormí, aún sentía mis cabellos un poco húmedos.

Pequeñas gotas de sudor frío comenzaron a correr por mi frente, miré hacia el cuadernillo que estaba enfrente mío. Tenía letras escritas, esa era mi letra. Dejé la lapicera a un lado y me dispuse a leer lo que había escrito.

Estaba escrito el sueño que tuve, y lo peor, ese sueño no era mío, es de Dalila.

La susodicha apareció a mi lado, mirándome atenta, no entendía lo que sucedía.

—Emily, ¿qué estás leyendo? —preguntó, yo parpadeé perpleja, tomé el cuadernillo extendiéndoselo hacia ella.

Dalila comenzó a leerlo, su cara reflejaba confusión y a la vez sorpresa. Ella me regresó el cuadernillo, en cambio tomé las hojas, las arranqué y las rompí en muchos pedacitos.

—¿Por qué escribiste eso? —ella se cruzó de brazos claramente molesta.

—Yo, no lo sé, tuve una pesadilla, lo que acabas de leer fue lo que soñé, no tengo idea de cómo lo escribí —suspiré frustrada —.No se lo que está pasando, no lo entiendo y tu no ayudas en nada.

—Créeme, tampoco no lo entiendo —Dalila gruñó molesta —.Lo que acabas de escribir, no lo escribí en mi diario, no tendrías por qué saberlo.

Yo me encogí de hombros, tamborileé con mis dedos en el escritorio. Era cierto, pero estaba segura que era parte de su vida, soñé sus pensamientos como si yo estuviera en su lugar aquel día.

—¿Por qué no lo escribiste? —pregunté, ella se encogió de hombros.

—Ella fue mi primera mejor amiga, no le vi necesario hacerlo.

—¿Qué pasó con ella?—suspiró.

—Yo quería probar mis habilidades artísticas en las personas —Dalila agachó la cabeza —.Y quería intentarlo con ella, así que, la transformé en algo mucho más espantoso.

Dalila [Mentes Retorcidas I ] |Editando| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora