Capítulo 20

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Sequé mis lágrimas con el dorso de mi mano, manchándome un poco mis mejillas con la sangre de Sebastian. Llevaba sentada cinco minutos y 32 segundos, contra la pared abrazando mis piernas, llorando, mirando el cuerpo sin vida de él. Todo en la casa se convirtió en silencio, Dalila ya no estaba a mi lado. Probablemente miraba la habitación del pelinegro, sonriendo por su acto, orgullosa de lo que acaba de hacer minutos atrás.

El agua de la bañera se desbordaba, manchando un poco el piso con su sangre mezclada con agua. Sentía unas inmensas ganas de vomitar, mis manos temblaban junto con mi labio inferior. Me dolía la cabeza y los brazos. Afuera ya era de noche, pero los padres de Sebastian aún no llegaban. Y no sabría cuando lo harían ni imaginarme como actuarían al verlo.

Llevé mis manos hacia mi cabello, jalándolo un poco, sollozando de nuevo, lo más seguro es que mis ojos estarán hinchados de tanto llorar. Solo mis oídos podían percibir las gotas que caían al suelo y mi respiración. Mi vestido amarillo pastel, que un día use solo para una reunión importante para mí padre estaba mojado y sucio. Mi cabello estaba enredado y las puntas mojadas.

—Levántate Emily, en cualquier momento llegarán los padres de Sebastian —Dalila murmuró, la observé, estaba cruzada de brazos clavándome sus ojos azules. Giró su cabeza hacia la bañera pintada de color escarlata y una sonrisa se ensanchó por su rostro, incluso creía que esta llegaría hasta sus orejas —.Adoro esta escena, la escribiría en mi diario, pero ya no puedo.
»Deberías comenzar tu propio diario, este sería tu primer escrito.

Volvió a dirigir su mirada hacia mi. Se burló al verme tan vulnerable. Días pasados me mostraba fuerte ante ella, pero Dalila supo dar en uno de mis puntos débiles.

Yo me levanté del suelo, apenas si podría mantenerme de pie, mis piernas las sentía entumecidas, sorbí mi nariz y volví a pasar mis muñecas debajo de mis ojos.

—El cuchillo, está en la habitación, recógelo y límpialo —Dalila bajó sus huesudos brazos a sus costados —.No queremos que la policía nos arreste.

—¿Por qué hablas en plural? —pregunté, mi voz apenas si era audible, sentía mi garganta seca.

—Porque pronto seremos una sola —sonrío y desapareció.

Suspiré, me dirigí al lava manos, apenas iba a tocar la llave, pero recordé que dejaría huellas y me delataría. Moví mis dedos alejándolos de aquel metal.

Caminé hacia el cuarto de Sebastian, la puerta estaba abierta, entré rápidamente tomando el cuchillo, este aún tenía la sangre, pero parte de esta ya comenzaba a secarse volviéndose más oscura de lo que ya estaba. El mango estaba frío bajo mis nudillos. Salí de ahí antes de que volviera a desplomarme y seguir llorando.

Me dirigí hacia la puerta, estaba cerrada pero en cuanto me paré enfrente de ella, se abrió, me encogí de hombros y me marché de aquel lugar.


Al llegar a mi casa, todo estaba apagado, corrí hacia el lava vajillas, abriendo la llave y lavando el cuchillo, eliminando cualquier rastro de sangre. Mis dedos tallaban la cuchilla con enojo y desesperación, lo tallé de la parte de arriba para evitar cortarme con el filo.

Lo aventé hacia la encimera, estaba molesta conmigo misma por lo que hice, tomé un pañuelo desechable del comedor, después me dispuse a limpiar el picaporte de cualquier rastro de sangre. Luego lo tiré al bote de la basura.

Salí trotando a mi habitación, necesitaba darme un baño para quitarme la suciedad. Cerré la puerta con llave, saqué una bolsa negra del closet, adentro tenía unos cuantos peluches los metí en unos de los cajones. Esos peluches me daba miedo, no entiendo porque terminé trayéndolos a Holmes Chapel. Este lugar solo ha arruinado mi vida.

Me saqué el vestido junto con los zapatos de charol. Los guardé dentro de la bolsa y esta la escondí en la parte más alta del closet.

Me encerré en el cuarto de baño, llené la bañera con agua templada, terminé por sacarme la ropa interior y comencé a lavarme el cabello, después los brazos y por último mis piernas. El agua se pintó solo un poco de sangre. Suspiré de cansancio, los ojos me ardían de tanto llorar, mi labio inferior lo sentía hinchado de tanto morderlo. No tenía idea de como sentirme tenía mil emociones encima; nostalgia, enojo, frustración, tristeza, miedo, todo a la vez era una combinación de lo peor.

Al salir, me cambié con mi pijama color turquesa, tomé el cepillo y desenredé mi cabello. Cuando un grito provocó que dejara caer el cepillo, los pelos se me pusieron de punta y el corazón me latía con fuerza como si se tratase de un tambor.

—¡No! —los gritos de la mujer eran desgarradores —. ¡Mi hijo!

Corrí hacia la ventana, la mamá de Sebastian estaba de rodillas, llorando, sus manos sujetaban su cabello con fuerza mientras negaba. Su padre salió de la casa, arrodillándose junto a su esposa, abrazándola por los hombros, su rostro de igual manera estaba cubierto por lágrimas. La señora tomó la camisa de su esposo entre sus manos formando un puño, levantó su rostro mirándolo a los ojos, volvió a negar con la cabeza y terminó abrazándolo.

Unas cuantas lagrimas volvieron a salir de mis ojos. Miré hacia la entrada de mi casa, no lograba verse mucho, solo el principio de la banqueta. Mis padres ya estaban de pie, mirando tal escena, Susan ya estaba a un lado de mis padres, frunció el entre cejo al no saber lo que estaba pasando, de pronto su rostro se cambio a un color pálido, se llevó sus manos hacia su boca sorprendida al ver cómo los médicos forenses sacaban el cuerpo.

La mamá de Sebastian intentaba ponerse de pie, pero su esposo la detuvo, sujetándola de los brazos y pegándola a su anatomía. Ella gritaba, lloraba e intentaba zafarse de aquellos brazos. Ella estaba sufriendo y yo provoqué todo ese dolor.

Te dije que te fueras —susurró una voz a mi lado, era de mujer, suave, tranquila. Yo negué con la cabeza.

—No puedo —murmuré, apenas si yo escuchaba mis palabras.

Si puedes, pero no quieres hacerlo —replicó ella. Giré mi cabeza, encontrándome con la misma señora del otro día, aquella que me gritaba que me marchara.

—Si quiero, pero aún no puedo marcharme.

—Entonces termina con ella.

—¿A quién? —aquella mujer suspiró con cansancio, su rostro lucía pálido, tenía una cuántas arrugas, y ojeras debajo de los ojos, su cuello aún tenía aquel bache que anunciaba como había muerto. Su cabello lo traía sujeto con argollas decoradas de flores rojas y amarillas —.¿Dalila?

Ella asintió lentamente con la cabeza.

—¿Quién eres? —miró hacia el suelo un segundo y volvió a mirarme a los ojos.

Y lo siguiente que pronunció me dejó sin aliento y el miedo me invadió por completa.

—Era su madre.

Dalila [Mentes Retorcidas I ] |Editando| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora