Capítulo 31.

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Me desperté entre lágrimas y con un sudor frío, era la quinta vez. Había pasado una noche horrible, aún estaba cansada. Ángel estaba durmiendo a mi lado. La cuarta vez que me desperté, le pedí que se tumbase conmigo. No quería estar sola y al fin y al cabo, estaba invadiendo su cama. Me senté, encogí las rodillas y las pegué a mi pecho. Me tapé los ojos con las manos y me limpié las lágrimas

- Cielo, ¿qué te ocurre? ¿Otra vez? - dijo Ángel envolviéndome con sus brazos.

- No lo puedo evitar... Es una pesadilla - dije resoplando y acurrucándome en su pecho.

- ¿Quieres ir a clase hoy?

- No tengo ánimos ni fuerzas. ¿Y si va a buscarme?

- Lo entiendo... Déjame hacer un par de llamadas.

Se levantó y cogió su teléfono móvil que descansaba sobre la mesita de noche, sólo llevaba puestos unos calzoncillos. Salió de la habitación dejándome sola y yo también cogí mi teléfono. Lo encendí y tenía llamadas perdidas de Oli, Elisabeth y Daniel... Borré los mensajes de éste último y leí los demás. Estaban preocupados por mi y yo ni siquiera había pensado en ellos.

- Todo solucionado - dijo Ángel entrando en la habitación. - Acabo de llamar a tu hermano y dice que más tarde se pasará y te traerá ropa limpia y todo lo que necesites.

- Gracias. Oye... - dije meditando lo que decir - Siento mucho lo de anoche, no quería molestar a nadie. No sabía a quién acudir, estaba confundida, estaba sola y no quería ir a casa. Es injusto que me meta en la relación, siempre has estado para mi y...

- Hemos roto - sentenció Ángel.

- Por mi culpa... - dije a punto de llorar de nuevo. Ángel se apresuró a venir a mi lado y me hizo mirarlo.

- Ey, no digas eso, princesa. Tú siempre has sido y serás más importante que cualquier otra persona, ¿de acuerdo?

Lo miré con los ojos brillantes y lo abracé. Era increíble todo lo que estaba haciendo por mi, no lo merecía.

- Acuéstate y duerme un poco, necesitas descansar - dijo arropándome.

Salió de la habitación y apagó la luz. Cerré los ojos pero no lograba dormirme, aún mi mente iba a cien. Poco a poco, fui pensando en otras cosas agradables que me ayudaron a relajarme y conciliar el sueño.

Me desperté horas después con un pequeño peso a los pies de la cama. Me incorporé y comprobé que Mario me estaba observando. Se acercó y me dio un fuerte abrazo. Este pequeño me tenía conquistada.

- Ángel dice que estás triste.

- Si, estoy un poco triste, pero se me pasará - dije cogiéndolo en brazos y esbozando una sonrisa.

- Tengo un regalo para que no estés triste - el pequeño sacó de su mochila un dibujo en el que aparecíamos él y yo y un cuento. - Tengo que leerte el cuento, como tú a mi.

Se acomodó en la cama junto a mi y comenzó a leer. Estaba aprendiendo, así que iba un poco despacio, pero yo no tenía prisa, todo lo contrario. De pronto, entró Ángel interrumpiendo la tierna historia que me estaba leyendo.

- Mario, te dije que no la molestases, necesita descansar.

- No me molesta, al contrario - dije sonriéndole al niño.

- En ese caso... ¿Puedo quedarme yo también?

Le hice un hueco en la cama y Mario empezó la historia desde el principio. Ángel y yo nos sonreímos cuando Mario no se daba cuenta. La situación me parecía bastante graciosa, parecíamos un matrimonio con un hijo un domingo por la tarde.

- Vaya, lees genial. Muchas gracias por el regalo, cielo - dije llenándolo de besos mientras Mario reía.

- Creo que es hora de comer. ¿Qué te apetece? Mi padre va a cocinar.

- No quiero molestar aún más de lo que ya lo he hecho.

- Aquí te adoramos. Tus deseos son órdenes, de verdad.

- No tengo hambre. ¿Te importa que me dé una ducha?

Asintió y me sacó una toalla del armario. Me metí en la ducha y liberé todas las tensiones por las que había pasado. Al salir, me quité la humedad del pelo con el secador y me enrollé la toalla en el cuerpo. Cuando entré en su habitación, tenía una pequeña maleta con ropa y un neceser. Saqué unos pantalones cortos de chándal rosa pero volví a ponerme su camisa. Ángel entró en ese momento.

- Espero que no te importe - dije señalando su camisa. Sonrió y se acercó con una bandeja.

- Bueno, ya que no tienes tanta hambre, te he preparado un sándwich.

- Ángel, en serio, no puedo. Tengo el estómago completamente cerrado.

- Come, por favor, no quiero que te pongas enferma.

Cogí la mitad del sándwich y comencé a masticar a duras penas. Una vez acabado el sándwich, bajamos al salón, donde estaba su padre.

- Carolina, ¿estás mejor? Si puedo hacer algo, sólo tienes que decírmelo.

Se lo agradecí y le di un abrazo. Ángel me dio la mano y me llevó hasta la parte trasera que daba a un jardín muy bien cuidado. Nos acostamos en una hamaca que colgaba de dos grandes y robustos troncos. La hamaca se mecía con suavidad, lo que era bastante reconfortante.

- ¿Por qué crees que lo habrá hecho? - dije mirando al cielo azul que no se correspondía con mi estado de ánimo.

- No lo sé, pero ten por seguro que yo nunca te dejaría escapar.

- ¿Llevará mucho tiempo haciéndolo? ¿Qué fue lo que hice mal?

- No has hecho nada mal, es culpa suya por no haber valorado lo que tenía.

Nuestras miradas se cruzaron y mi rostro y el suyo estaban peligrosamente cerca. Sus labios se acercaban a los míos, estaba a punto de besarme. Me incorporé y me bajé de la hamaca.

- Debería irme - anuncié.

Subí al piso de arriba, me puse las zapatillas y una sudadera y volví a bajar. La mirada de Ángel estaba fija sobre mi.

- Lo siento, de verdad. Déjame llevarte.

Subimos a su moto y cogimos el camino hacia mi apartamento. Le di las gracias por última vez y me dirigí hacia mi apartamento. Cuando se abrieron las puertas del ascensor, me encontré con aquello que más temía, Daniel.

Que mis ojos no se olviden de los tuyos. #Wattys2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora