Conociéndolas

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Estaba sola en clase, era nueva y nadie le prestaba demasiada atención. Salvo yo, que desde que entró, no pude dejar de mirarla. Pronto le dirigí la palabra. Era una chica muy agradable. Cogió mi mano con confianza y sonrió, tratando de saludarme.

A los pocos días solía sentarse a mi lado. Siempre desprendía un dulce aroma. Perdía las horas de clase intentando dibujar los rayos de sol colándose entre sus pestañas. Era tan bonita... Siempre al mirarme, sonreía.

Quería fingir que no me daba cuenta, pero mi pecho me delataba cada mañana. Al verla, me inundaba en alegría. Se había vuelto mi felicidad.

Me encantaban sus leves manías, como cambiar los tapones de los bolígrafos por los de un color que no les corresponde. O como su costumbre de resguardar sus manos del frío entre sus muslos.

Pronto hizo más amigos. No podía pretender que alguien así, permaneciese sólo conmigo. Pero me bastaba con un poco de su atención.

En el recreo, mientras sentada en otra mesa, se recogía el pelo en una coleta, me miraba de reojo y guiñaba un ojo. Era brillante. Yo suspiraba al devolverle la sonrisa. Siempre pasaba a saludar los últimos cinco minutos.

EllasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora