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Siguió cambiando el canal, dedicándose a pasar un programa y después otro y otro más. Comenzaba a hacerse tarde, pero aquello era normal en esa casa. Tan cotidiano como los cielos permanentemente grises, como el aire espeso y la luz pálida. Así que continuó cambiando de canal, solo porque no tenía nada mejor para hacer.

—Vas a dejar un agujero en ese sofá, has pasado ahí todo el fin de semana —. Se quejó su madre antes de volver a caminar en dirección a las escaleras—. ¡Kassandra, baja de una vez! Y tú, levántate.

—¿Por qué parece que estás molesta conmigo? Yo estoy lista, solo quería pasar el rato hasta que podamos irnos.

El control le fue arrebatado de las manos sin aviso. La chica se enderezó para pelear por lo que era suyo, sin embargo, la mueca en el rostro de su madre le dejó en claro que no estaba de humor para enfrentamientos. Las cosas no iban bien en la fábrica, la disminución de los niveles de radiación en los últimos días provocaba que las personas irresponsables se movilizaran hacia las zonas de limpieza y eso, a su vez, generaba que el trabajo en las fábricas aumentara. Habían pasado semanas desde la última vez que su padre pasó más de un par de horas en casa. Sabía que no era una buena idea el molestar a su madre en ese momento, por lo que se acomodó en su lugar, removiéndose un tanto incomoda.

—Ve a revisar si tu prima está bien. ¿De acuerdo, Zoey?

En una situación diferente, Zoey se habría negado, era más una reacción natural por llevar la contraria que un intento de pelea; pero entendía que, en ocasiones, no valía la pena buscar pelea, así que se puso de pie. Zoey era la viva imagen de su padre: cabello rubio, piel blanca y piernas largas que la ayudaban a superar la altura de su madre a pesar de que sólo tenía 15 años; de ella heredó el verde en sus ojos. Se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja, hundió los puños en el fondo de los bolsillos de la chaqueta y se dirigió a la planta alta.

En su camino a las escaleras escuchó el golpe del control remoto al ser arrojado al sofá, justo en el agujero que ella estaba formando en él; una sonrisa se formó en su rostro. Al pasar junto al termostato la chica le dio un manotazo. La pantalla táctil arrojó una advertencia en letras azules. Acceso denegado. Zoey miró el mensaje por un momento, como esperando que este cambiara mágicamente y le permitiera subir la temperatura, pero eso no ocurrió.

—¡Mamá!

—¡No pienso cambiar el acceso, Zoey! ¿Cuántas veces tengo que decirte que no podemos pagar la cuota de energía si sigues jugando con el termostato? —Gritó la mujer desde la cocina.

Zoey dio una patada a la pared, un mero gesto de frustración. Si se lo preguntaban, ella diría que apenas y había tocado el muro, aunque la huella de la suela de sus zapatos demostrara todo lo contrario y negaría por completo que habían repiqueteado las láminas de cristal con fotografías suspendidas a lo largo de las escaleras, que una de ellas había terminado por desprenderse y caer al suelo. Antes de que se la encontrara culpable, la chica apresuró el paso para escapar de la escena del crimen, seguida por un conjunto de maldiciones que su madre propinaba desde las escaleras.

El corredor estaba desierto y, desde su posición al filo de las escaleras, Zoey podía ver la puerta entreabierta del cuarto de su prima: estaba oscuro en el interior, con las cortinas cerradas, lo que sólo servía para acentuar la pobre iluminación del día. Al dar un paso en su dirección el ruido de algo cayendo al suelo y haciéndose añicos brotó del lugar. Zoey se detuvo a mitad de un paso, entornando los ojos para poder ver si captaba algo, una sombra se movió dentro de su campo de visión, pero desapareció tan pronto que no pudo enfocarla. Para ese punto la chica no era capaz de decir si había comenzado a temblar o si el piso bajo sus pies estaba vibrando. El retrato a la altura de su cabeza comenzó a moverse, el cristal repiqueteando contra el muro.

Demons - EditadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora