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El sol había comenzado a salir cuando Kass se sentó frente al escritorio de la mujer rubia en su oficina ovalada. La luz del día, verdadera luz del día, se colaba por las ventanas y bañaba todo en un brillo dorado que hipnotizaba a Kass. De haber tenido la oportunidad habría preferido quedarse en los terrenos contemplando el amanecer.

Una taza se atravesó en su campo de visión y con eso Kass regresó a la realidad. La sostuvo en sus manos, dejando que el calor de la cerámica le devolviera un poco de serenidad, el aroma era dulce, así que bajó la vista para encontrase con una bebida espesa y de color marrón.

—Supongo que es la primera vez que pruebas el chocolate, ¿o me equivoco?

La voz de la mujer era dulce, casi tanto como la bebida. En sus labios había una sonrisa amable y sostenía una taza idéntica a la que había entregado a Kass. La mujer la observó mientras se sentaba en el borde del escritorio, justo frente a ella.

—¿Chocolate?

Repitió Kass y aquello le arrancó una risa a la mujer, aunque no había maldad en aquel gesto. La expresión en su rostro reflejaba calma, como si no fuera la primera vez que repetía aquella escena: sentar a una persona desconocida en esa silla y ofrecerle chocolate en un intento por hacer las cosas más llevaderas.

—Sé que la austeridad es una parte importante de la vida en las ciudades. Matar a las personas de hambre siempre les ha funcionado para mantener el orden, pero no es nada que no sepas, estás tan baja de peso que no me sorprende que durmieras por tres días —. Se estiró colocando las yemas de sus dedos debajo de la barbilla de Kass, empujando un poco para que levantara el rostro—. Pobre niña, estás en los huesos. Bebe, bebe —la incitó con un gesto de la mano una vez que la retiró de su rostro—. Te hará bien.

Kass se sentía intimidada. En Clear Water las personas a cargo solía gritar mucho, amenazaban y arremetían contra una o dos personas para demostrar que no estaban jugando. Nadie nunca te trataba con gentileza, no a menos que estuviera intentando quedarse con algo que solo podía obtener de ti. La actitud de la mujer le ponía los pelos de punta, la hacía esperar por un castigo o una muestra de poder que anulara la sonrisa en sus labios. Pero por más que Kass la observó, el gesto en su rostro no flaqueó: las comisuras de su boca se mantuvieron firmes, tirando hacia arriba lo suficiente para que la curva de sus labios fuera reconfortante y sutil. Los bordes de sus ojos estaban llenos de arrugas pequeñas, le daban un aire sabio en lugar de hacerla ver vieja. Sin embargo, había algo en aquella expresión, su sonrisa y en los pliegues entorno a sus ojos, que hacía sentir a Kass insegura, nada de eso podía ser real. No podía simplemente confiar en ella solo porque le ofrecía chocolate y le hablara con amabilidad.

Esa sospecha era una voz incómoda en el fondo de su mente y estaba tan lejos que era difícil prestarle atención, sonaba tan infantil que era imposible tomarla en serio. Vio a la mujer llevarse la taza a sus labios, dándole un trago a la bebida caliente y Kass terminó por imitarla. Un sabor dulce y picante le llenó la boca, el calor del espeso líquido al bajar por su garganta resultó tan reconfortante que su cuerpo se relajó al instante. La sonrisa en el rostro de la mujer se volvió más notoria, tenía cierta luz divertida, más parecida a la de un niño que a la de una mujer adulta. Kass se preguntó si sería eso lo que le provocaba desconfianza. En las ciudades los adultos eran adultos y los niños estaban obligados a convertirse en ellos tan pronto como pudieran.

—¿Está bueno? —preguntó la mujer con una risa en su voz.

Kass asintió, levantando el rostro y revelando su boca llena de chocolate, el movimiento provocó que la bebida se escurriera por las comisuras de sus labios. La mujer rio, tomó una servilleta del escritorio y se la tendió a la recién llegada.

Demons - EditadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora