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Por un momento, Kass había esperado que las palabras de Andrew fueran solo una broma. Desde su perspectiva, la situación no estaba como para que alguien pensara que era una buena idea el organizar una fiesta, ella pensaría que las personas en la casa estuviese en sintonía con ese pensamiento. Solo que, al parecer no lo estaban. La casa se había vaciado, todas las personas, al menos aquellas que aún quedaban, se habían reunido cerca del lago, había música y todos conversaban de forma alegre, Kass los miró durante un rato desde la cina de una de las colinas que rodeaban la casa. El lago era una extensión de agua que se perdía de vista, nadie parecía estar muy seguro de donde terminaba y, debido a eso mismo, Kass podía deducir que nadie en realidad sabía que tanto se tendría que adentrar en el bosque para llegar al punto donde terminaba la barrera que había protegido a la casa. Incluso después de los hechos de los últimos días, de las últimas semanas en realidad, la mayoría de los habitantes de Dreamers seguían pensando que se encontraban en un paraíso idílico que los mantendría a salvo a todos.

Bueno, Kass no estaba segura de ello. Y estaba decidida a no dejar que las apariencias la engañaran, no esa vez. Miranda y sus ayudantes podían encender cuantas luces de colores pudieran, podría disponer mesas con manjares, llenar de música las cabezas del resto y convencerlos, de alguna forma ridícula y malditamente funcional, que podía cuidar de ellos, que era capaz de mantenerlos a salvo y, tal vez antes eso había sido cierto, pero, en este momento, esas promesas que los demás daban por sentadas no eran solo eso: promesas. La fogata brillaba en el centro del todo, su luz refulgiendo de forma hipnótica, invitando a todos a que se acercaran a su calor, pero si bien el fuego solía ser una forma de protegerte, pero era, a su vez, una forma de gritarle a los demás dónde buscarte. La felicidad casi idílica que llenaba a las personas en ese momento contrastaba de forma repulsiva con los gritos de las personas que se encontraban encerradas en los sótanos, aunque, si se lo preguntaban a ella, la locura era la misma. Todos en ese lugar estaban locos, era el aceptar eso o comenzar a patearse la posibilidad de que ella fuese la loca.

"No, tú estás bien."

Kass giró la cabeza de golpe, buscando entre las sombras que cubrían aquella zona de los terrenos. Había optado por permanecer en la cina de una de las colinas, desde donde podía verlo todo, o al menos tener la mejor vista de lo que podía observar, no podía permitirse el ser absorbida por aquel regocijo, le asustaba que no sería capaz de salir si se dejaba arrastrar por eso otra vez. Cuando miró a su derecha encontró a una figura que se aproximaba. Samantha Rize era una chica grande, en todos los sentidos. Era más alta que Kass y poseía hombros y caderas anchas. Sus mejillas redondas estaban cubiertas de pecas y su cabello rubio rojizo caía sobre sus hombros de forma rebelde. Su silueta podía ocultar el escuálido cuerpo de Kass con solo pararse frente a ella.

Kass la miró con atención, era extraño, o tal vez no, pero la chica tenía la sensación de estar viendo por primera vez a Samantha, ocurría así cada vez que se cruzaban en el corredor o cuando les tocaba hacer alguna tarea juntas, estaba convencida de que no sería capaz de describirla con detalle si alguien le preguntaba como lucía, incluso si mantenía sus ojos sobre ella. Una sonrisa se formó en los labios de Sam, empujando sus mejillas permanentemente sonrosadas hacia arriba, Kass se sentía mareada.

—Bueno, yo no estoy tan segura de eso —respondió la morena y, como respuesta, una risa repiqueteó en el interior de su cabeza, era como un cascabel estrellándose contra las paredes de su cráneo—. Eso es tan extraño.

"Te acostumbraras a ello, solo dale tiempo."

—¡Ja! Me has evitado en cada oportunidad que has tenido y ahora dices eso como si fuéramos a ser grandes amigas.

"No lo digas, solo piénsalo"

—¿Literal o figurativamente?

Una de las cejas de Sam se arqueó, de forma divertida, como si estuviese acostumbrada a tratar con personas tan impertinentes como ella. Kass suspiró, estaba molesta y preocupada y tan cansada que solo quería volver a dormir y olvidarse de todo, pero era obvio que no iba a hacerlo. Así que volvió a mirar a la multitud a sus pies.

Demons - EditadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora