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—¡Sigan avanzando! ¡No se detengan!

Zoey había entrado en alerta cuando, al perder de vista a su prima al entrar al edificio, se percató de que había un grupo de merodeadores en los pasillos. El uniforme de una tonalidad verde grisácea y los cascos con viseras hechas de vina, un cristal tan delgado como resistente que se usaba para la fabricación de pantallas inteligentes, bastaron para ponerla nerviosa. Los merodeadores estaban por todos lados, eso no era nada nuevo, pero por lo general, eran una sombra al costado del mundo, tan alejados de la vida cotidiana que no formaban parte de ella. Se mantenían lo suficientemente cerca para que su presencia no pasara desapercibida, pero no participaban, no se entrometían. Existían así, a un costado, al margen, hasta que no podían seguir estándolo.

Ella había tratado de sacar a colación el tema esa mañana, pero Kass se había dedicado a tomarlo como si se tratara de una broma y Zoey estaría más que feliz de poder restregárselo en la cara, de no ser porque eso no significaba nada bueno. Ahora, caminando entre el polvo y los escombros que se desprendían de todos lados y amenazaban con aplastarlos en el más ridículo de los momentos, Zoey no podía evitar volver el rostro hacia atrás, mirando sobre su hombro esperando encontrar a Kass entre la multitud que avanzaba detrás de ella.

—¡Martínez! ¡He dicho que no se detenga!

Una chica no mucho mayor que su prima la tomó por el brazo. La única razón por la que conocía su nombre era porque esa chica la sacó del salón donde estaba presentando su prueba de exención. Había tenido intenciones de llevarla hasta los cuartos médicos para hacer, una vez más, un examen de ambivalencia, al menos esa era su intención hasta que el edificio comenzó a caérseles encima.

—¡Siga avanzando!

Los ojos de la mujer dejaban translucir miedo, como si aquella fuera la primera vez que se encontraba en una situación parecida, pero había algo más ahí, una desconfianza tan corrosiva que provocó que el corazón de Zoey se encogiera en su pecho. No confiaba en ella, no le había creído cuando aseguró que el color de sus ojos era la única mutación latente que poseía y ahora no creía que ella no tuviera nada qué ver con el temblor, los dedos de la merodeadora apretaban hasta marcarle la piel. Zoey, en su ingenuidad, había llegado a ese punto en el que realmente pensaba que ese tipo de discriminación ya no ocurría, que el odio injustificado a los demás era sólo cosa del pasado y que las personas estaban comenzando a dejar de ver enemigos en todos lados.

Ahora podía darse cuenta de lo equivocada que estaba.

Un movimiento brusco sacudió el edificio. Las personas a su alrededor se encogieron, llevando las manos sobre sus cabezas, como si con eso fueran capaces de evitar que el edifico se les viniera encima. Pero la merodeadora se encargó de mantener a Zoey en su sitio. Estaba esperando algo, cualquier cosa que le permitiera apuntar su arma entre los ojos de Zoey y tirar del gatillo. Podía sentirlo, era evidente por cómo la miraba, al grado de evitar parpadear, por la manera en la que sus dedos se aferraban a su brazo.

—Siga avanzando, Martínez.

La merodeadora dejó ir a Zoey. Tenía los ojos llenos de lágrimas, por un segundo, solo uno, estuvo convencida de que estaba a punto de matarla, cada vez que ella regresaba la mirada hacia la chica podía verla colocando la mano sobre su arma, como una advertencia silenciosa, pero ella no estaba haciendo nada, salvo buscar a su prima. Desvió la vista, secándose las lágrimas con furia, Kass la habría puesto en su lugar sin importar que aquello implicara meterse en problemas, pero Kass no estaba ahí. Zoey se estrujó las manos con absoluta preocupación, mirando una vez más hacia atrás antes de seguir avanzando con la cabeza baja, intentando pasar desapercibida.

El polvo era una lluvia constante que caía sobre ellos, copioso al grado de que volvía difícil respirar y ver con claridad. Pero faltaba poco y en definitiva el peor tramo había sido el de las escaleras que conectaban el primer piso con la planta baja. Sólo debían alcanzar la puerta que daba al terreno trasero y podrían salir de ahí. Zoey jamás había pensado que ese camino fuera tan malditamente largo, pero suponía que todo trayecto se volvería largo si tuvieses un edificio a punto de derrumbarse sobre tu cabeza. Siguió avanzando.

Demons - EditadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora