Prólogo

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La amistad verdadera era su deseo. Simples niñas, tan inteligentes y cultas como cualquier adulto. Personas con la capacidad de soñar tan fuerte como nadie en mundo jamás lo hizo. Con la compasión de los buenos y la destreza de los malos, eran especiales, magníficas hasta el infinito. La injusticia de la vida al darles a tan pocas personas tantos dones no importaba, ya que eran altruistas, astutas, y justas. No muchos pueden lograr eso a los doce años, y los que lo hacen terminan marcando la Historia. Pero era muy sabido que ellas no querían eso. Ninguna de ellas tenía mejor compañía que los libros, y eran las heroínas de sus propias vidas. Caminaban por el sendero de los vivos observando cada detalle, cada marca, riendo y siendo felices, aunque nunca ignorantes. Descubrían la belleza y el horror en los objetos y actos cotidianos, preguntándose el porqué de las cosas. No me malinterpreten, no me refiero a que eran aburridas. Al contrario, eran fascinantes y divertidas, pero sólo tenían doce años. Divagaban sobre sus sueños y sus futuros, llenando el mundo de ficción y fantasía, alegrando a cualquiera que las conociera bien. Podían pasar desapercibidas toda una vida, pero cada mirada, cada sonrisa lanzada por ellas era lo único que hacía falta para atraer la atención de los curiosos.

Hablo de América Casper, Micaela Rippson, Isabela Amacrine y Paula Stabinchez. Se conocían desde jardín de niños, donde se encontraron por primera vez y establecieron una conexión muy duradera, y con los años se convirtieron en mejores amigas. Pero no eran esa clase de amigas que dejan de hablarse al primer problema, o que se envidian y se mentían entre ellas. Eran tan unidas que el sufrimiento de una significaba el sufrimiento de todas, que si a una se le presentaba una oportunidad de hacer algo, las demás estaban contentas por ella y La ayudaban con lo que sea. Si otra persona hacía sentir mal a alguna, ellas encaraban al agresor y le hacían saber que si volvía a repetirlo le iba a ir mal. Eran tan unidas que, realmente, eran una sola y a la vez muchas juntas.

Una noche de mayo, las cuatro se encontraban en un pijama-party en casa de Paula. Habían preparado cuatro colchones inflables con bolsas de dormir encima, se ubicaron en el living de la casa, y cada una se hallaba sentada en uno con bolsas de golosinas y papas fritas en las manos. Tenían puestos sus pijamas y estaban muy despeinadas. Tenían toda la cara pintada ya que habían agarrado el maquillaje de la mamá de Paula, esta se había ido unas horas antes a una cena laboral, dejándoles unas empanadas en la heladera. Una radio pasaba música a todo volumen y las chicas se divertían muchísimo, cantando y bailando sobre los colchones con cepillos de pelo haciendo de micrófonos. Se sentían libres y más vivas que nunca, aunque la fiesta duró poco ya que una hora después estaban cansadas, pero seguían con una sonrisa en la cara.

– Bueno, tengo que admitir que es uno de los mejores días de mi vida – dijo Isabela con nostalgia. Ya estaban todas en sus colchones.

– Sí, es cierto, las quiero mucho chicas – agregó Micaela.

– ¿Saben ustedes que son unas de las personas más cursis del mundo? – preguntó Paula, rodando los ojos de manera sarcástica.

– Es la verdad – observó América, con un fingido tono de voz que prometía información de valores incalculables –, las universidades más importantes del mundo afirman que si alguna vez Isabela Amacrine o Micaela Rippson dicen algo que no sea cursi, podrán crear una máquina que saca diamantes, hallarán la cura contra el cáncer y descubrirán el secreto para lograr la inmortalidad.

Lo dijo tan seriamente que todas se echaron a reír.

– Les juro que si Mica o Mer alguna vez no usan el sarcasmo, cavaré un pozo, y meteré la cabeza dentro como un maldito avestruz – exageró Isabela.

– Me sumo, será genial para mi cutis – dijo Paula arrogante.

Luego de un rato todas cesaron de hablar, pues se habían quedado pensativas. Esto no era raro en ellas, así que no se sintieron incómodas de ninguna manera. Sus ojos brillaban a la luz de las reflexiones que pasaban y se profundizaban en sus maravillosas mentes.

– ¿No sería genial viajar? – preguntó América.

– Si, recorrer Europa sería sensacional – los ojos de Micaela se habían abierto al igual que los de una lechuza, imaginaba que Mer se estaba refiriendo a irse todas de viaje en un futuro.

– No. No entiendes nada. Estoy intentando decirles que me gustaría viajar en el tiempo, recorrer cualquier parte del mundo pero en aquel pasado o futuro que el destino me indique.

– Mer, ¿leíste las hojas que estaban en la caja de mi cuarto? – estaba a punto de enojarse Paula –. Te pedí que no las leas, no puedo creer que tenga que empezar a desconfiar de vos.

América entrecerró los ojos y negó con la cabeza, totalmente confundida.

– No, Pau, nada de eso, ¿por qué hablas de esas hojas si yo solo les pregunté algo personal sobre mí?

– Porque ese fue el sueño de toda mi vida. Siempre quise hacer un viaje. Investigar cómo fue mi pasado más que nada – Paula debatió. A pesar de que era difícil de creer, la sinceridad en los ojos de su amiga era innegable.

– ¿Es en serio chicas? ¿no me están burlando sabiendo que yo siempre lo deseé? – intervino Micaela más que sorprendida.

Isabela no podía hablar, se había quedado petrificada al escuchar que no era la única que, según ella, tenía ese deseo tan extraño. Sus amigas la miraron, y ella solo asintió con la cabeza afirmando lo imposible.

Luego de aquel día, nunca más volvieron a hablar de su sueño, todas habían pensado que había sido un ataque de emociones y que dijeron eso para sentirse unidas más alla de las demás cosas que las unían.

Cada uno tiene un milagro. Y el milagro de estas chicas era compartir una vida juntas, ser felices como les gustaba. Cada una estaba dispuesta a viajar en el tiempo, pero se olvidaron que NO SIEMPRE LOS SUEÑOS SE CUMPLEN A LA PERFECCIÓN.


No todos los sueños se cumplen a la perfecciónWhere stories live. Discover now