Capítulo 6 (POV Mer)

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- ¡¿Qué?! – grité con desesperación mientras agitaba los brazos tan fuerte que parecía que se me iban a salir en cualquier momento.

Ella se sobresaltó y pegó un saltito hacia atrás, abriendo los ojos como platos.

– Perdóneme, es que... - balbucí, impactada por la información. En cambio, ella me miraba como si estuviera loca, pero con una mueca de superioridad en su asquerosa cara. Yo también quería asombrarla a ella (mejor dicho necesitaba, siguiendo mi código de orgullo), así que le sonreí muy falsamente y deposité todo mi peso en mi pierna derecha, irradiando confianza - No lo sabía, es que acabo de llegar. Vengo del futuro y estoy completamente desorientada. Espero que me comprenda.

Se calló la boca. Parecía bastante desconcertada.

– Oh, niña, creo que estas delirando.

– Ojalá fuera cierto – mascullé para mí misma -. Y si, quizás estoy loca – dije esta vez con un tono de voz mucho más audible - Como cualquier persona loca, yo podría agarrar su cuello y hacer que gire en 360°, ¿no? Sería una lástima esa pérdida para el mundo, claro, pero estoy dispuesta a arriesgarme.

Ella me miraba asustada mientras recitaba versos extraños y hacía gestos de cruces con los dedos. ¿Pertenecería a una secta satánica? No, no tenía mucha pinta.

– Y ahora agradecería que se largara de aquí. Está estorbando mi camino, y aparte, no soy una niña – intenté disimular mi preocupación.

Sin embargo, ella seguía mirándome. Miraba mi vestimenta con cara de asco, como si yo fuera un bicho raro. Ahí me dí cuenta de todo: mi tonto uniforme escolar color amarillo resaltaba mucho en ese ambiente lleno de vestidos armados y elegantes, con polleras anchísimas que ocupaban casi toda una vereda.

- Sí, ¿vió? Yo también vengo del circo – comenté.

- Pe-pe-pero... Yo no vengo del circo – dijo ella un poco asustada.

- ¿Está segura? Su cara tiene tanto maquillaje que tranquilamente puede pasar por un payaso violador. Permiso – me despedí intentando que mi atuendo no llamara la atención (básicamente, tapándome con las manos).

Maldije en voz baja al colegio y me marché resoplando del lugar de la charla. Me senté en el pasto detrás de un árbol, escondiéndome de las malas miradas.

Allí recordé todo. A los doce años, con mis amigas habíamos estado de acuerdo en que nuestro sueño era viajar al pasado. Estábamos en un pijama-party en casa de Paula, y éramos pequeñas, pero sabíamos lo que queríamos: una aventura, un mundo diferente por explorar lleno de magia y otros objetos ficcionales. No lo habíamos vuelto a comentar, pero todas sabíamos que el deseo no había cambiado en todos los años siguientes. Sin embargo, yo nunca me había imaginado la situación real. Y ahora parecía que el mundo estaba regalándome mi sueño, pero con una sorpresa dentro. Me sentí impotente, como si la fuerza del universo me superara en tamaño, y era muy posible que fuera verdad. Yo no era más que otra de sus marionetas, otro objeto que manipular. No soportaba el modo de vida normal, consistente en escuela, universidad, trabajo, dinero para que los hijos vallan a la escuela y así entren a una buena universidad para conseguir trabajo y bla, bla, bla. Pero sin embargo seguíamos atrapados en ese mundo, en ese modo de vida, sin la posibilidad de salir, porque los humanos creían que se necesitaba eso para ser feliz. Los libros me daban la posibilidad de salirme de las reglas de tal modo que me sentía invencible, con un nuevo mundo por explorar y curiosear. Y en ese momento me lo estaban sirviendo en bandeja, aunque me advertían que habría consecuencias. Acaricié el pasto con la punta de mis dedos, sintiendo su textura y su suavidad. Comprendí que de alguna manera retorcida y siniestra, mi sueño se estaba cumpliendo.

La pregunta "¿y qué hago ahora?" resonaba fuertemente en mi cabeza. Yo no era de esas chicas lloriconas, es más, me parecía estúpido llorar, pero sentía los ojos un poco húmedos. La impotencia y rabia que sentía no tenían comparación alguna. Mi orgullo se desvaneció y dejé que las lágrimas cayeran por mis mejillas. No me agradaba nada la idea de quedar atrapada en el pasado para siempre, y no tenía muchos conocimientos de la época. Sabía un poco sobre la política y la organización social pero no era suficiente. Estaba asombrada, frustrada y no sabía que hacer. Mi casa no existía en el 1897, así que descarté la idea de ir a mi hogar. Aparte, ¿cómo explicarles a mis familiares que era su rebelde descendiente que venía del futuro? Bah, nunca se lo creerían, y yo tampoco terminaba de hacerlo. En mi cabeza veía a mis padres, a mi hermanito Valen, a mis mejores amigas. Ahí comprendí cuanto los apreciaba. ¿Vería de vuelta sus rostros...?. No. Debía apartar esos pensamientos y no dejarme llevar por la desesperación. No necesitaba ser tan trágica y dramática. La exageración no era lo mío. Acababa de llegar, tampoco estar allí podía ser algo tan malo. "Piensa, Mer, piensa", me repetí, pero como al parecer mi tonto cerebro no funcionaba, me limité a vagar por esa ciudad que ya no era mía.

Ésta había cambiado mucho, demasiado. Reconocí las calles porque había nacido allí, bueno, en la versión moderna de la ciudad, pero todo lo demás era desconocido para mí. Verla así, en su esplendor, me hacía sentir como si yo no existiera y existiera a la vez. Invisible, sería el término adecuado. En todas las esquinas se erguían grandes bares oscuros, que hacían eco de las risotadas de los borrachos que se escuchaban desde afuera. Las mujeres usaban vestidos exageradamente llamativos y ostentosos, y los hombres sacos largos hasta la rodilla con botones brillantes y zapatos en punta, como los de los duendes de los cuentos de hadas. Lo raro es que todos parecían de clase alta, lo me hizo dudar de cómo era la ciudad en sus orígenes, pobre o rica. Los caminos eran de grisáceos adoquines grandes y no pude visualizar ninguna clase de vehículo. "¿Los habría?" pensé, y no pude evitar imaginar la cara de mi profesor de Historia mientras yo hacía esa pregunta. Él tenía cara de... elefante. Orejas enormes muy sobresalidas, nariz grande y caída, ojos pequeños, achinados y completamente negros. La pupila, el iris y la parte que tendía a ser blanca. Nadie en la escuela lo quería porque daba mucha tarea, y además yo sospechaba algo raro de él. Era muy misterioso y tendía a dar respuestas cortas a los alumnos siempre que podía, como si tuviera que hacer algo muchísimo más importante comparado a su trabajo de enseñanza. Me toqué mi lacio pelo marrón y seguí caminando, intentando no pensar en mi tonto profesor.

Mi cabeza estaba llena de preguntas: ¿y qué hago ahora? ¿Podré volver al presente de alguna u otra manera? ¿Cómo? ¿Voy a envejecer o tendré diecisiete años siempre? ¿Me saldrán arrugas? ¿Volveré a ver a mis seres queridos? ¿Dónde tengo que ir? ¿Tendré que pasar la noche en la calle? ¿QUÉ DEBO HACER? A veces, lamento mi estupidez.

7zj

No todos los sueños se cumplen a la perfecciónWhere stories live. Discover now