Capítulo 4 (POV Mer)

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Cuando entré, revisé todos y cada uno de los baños mientras tarareaba la canción Radioactive de Imagine Dragons. De verdad me gustaba esa banda. Después de buscar en cada rincón, llegué a la conclusión de que ahí no había nadie. Las frescas paredes del lugar me dieron la leve sospecha de que algo andaba mal. En el baño siempre hacía calor y en ese momento había una corriente de aire frío que me dio una extraña sensación. Por alguna razón, una parte de mí me decía que saliera de allí rápidamente. Todo estaba en silencio.

Revisé el lugar por última vez imponiéndome la excusa de que solo quería buscar a Mica, aunque sabía que lo único que necesitaba hacer era buscar el objeto que me producía ese raro presentimiento. Me rendí contemplando los azulejos rojos que decoraban las paredes. De pronto me pareció que estaban más oscuros que de costumbre y, tengo que admitirlo, me di la vuelta nerviosa para escapar rápidamente de ese sitio. A veces puedo ser bastante miedosa, pero eso es algo que solo ustedes pueden saber. Dejé de tararear la canción y me dispuse a reconocer cualquier sonido que se produjera, pero nada pasó. El instinto me decía que tenía que irme, que algo (no muy bueno) pasaría si no lo hacía.

Cuando estaba saliendo, una extraña fuerza comenzó a arrastrarme bruscamente hacia atrás. Me puse tensa. "Debe de ser Micaela que me esta haciendo una broma", pensé para tranquilizarme. Con valor, me di la vuelta y comprobé que allí no había nadie.

- ¿Pero qué...? – mascullé extrañada mientras intentaba mantener el equilibro haciendo movimientos bruscos con las manos.

Miré fijamente el lugar. Me estremecí y un escalofrío me subió por la nuca. Estaba aterrada. El espejo emitía una tenue y extraña luz verde y pude visualizar un paisaje antiguo a través de él. No tenía idea de lo que estaba pasando, pero estaba segura de que eso no era ni normal ni natural y que debía escapar lo más rápido que pudiera. Abrí los ojos como platos al ver que apenas podía controlar mis movimientos. Se sentía como en aquella extraña película futurista en que los humanos éramos controlados por las máquinas que nosotros mismos habíamos creado, esclavos de nuestra ambición a lo tecnológico. Quise correr pero la fuerza no cedía. Casi tropiezo, ya que estaba muy asombrada y asustada. Intenté aferrarme a algo pero un segundo después fui engullida por el espejo.

***

Aparecí de repente, arrodillada, en la plaza más cercana a mí casa. Era grande y bonita. Yo amaba los lugares al aire libre y el contacto con el pasto me encantaba. Me hacía sentir libre y feliz. En un costado de la plaza había un bosquecito en el cual solíamos jugar Micaela, Isabela, Paula y yo. Tenía árboles muy altos y nos gustaba treparnos a ellos y saltar de rama en rama. Allí habían ocurrido la mayoría de mis recuerdos, como cuando Pau se cayó de un árbol y tuvimos que salir corriendo para pedir ayuda; y cuando nos confesamos nuestros mayores secretos, el día en que nos convertimos mejores amigas. Ese también era el lugar a donde íbamos cuando nos sentíamos mal o nos peleábamos con nuestros padres, cosa que por suerte no pasaba seguido. Generalmente nos encontrábamos allí después de la escuela para hablar y divertirnos. Simplemente era un lugar mágico, y siempre lo sería.

En el otro costado de la plaza se encontraban los juegos que TODO EL TIEMPO estaban ocupados por niños muy pequeños. Esa era una de las razones por las cuales en vez de ir a ellos, nosotras siempre nos dirigíamos al bosquecito. Tenían dos pares de hamacas, dos toboganes, tres calesitas, una estructura para trepar y un pasamano. Todos estaban pintados de naranja y amarillo, lo que le daba alegría al lugar. En el medio de la plaza había un monumento rodeado de hermosas esculturas blancas que me recordaban a los ángeles que yo tenía pintados en el techo de mi habitación. Estaban apoyadas sobre un piso de piedra muy antiguo que ya se estaba resquebrajando, pero igualmente me parecía encantador. A todos los lugares de la plaza se llegaba mediante angostos caminos hechos de la misma piedra que mencioné anteriormente.

Me paré, bufé audiblemente y estaba pensando en lo que había pasado hacía unos segundos y en volver al colegio, cuando me dí cuenta de que algo iba mal. Muy muy mal. Solté un gritito de sorpresa teñido por el miedo.

Todo el paisaje a mi alrededor había cambiado desde la última vez que lo había visto. Las construcciones parecían sacadas de un libro de Historia: antiguas y bellas. Las casas, llenas de columnas majestuosas, me hicieron sentir insignificante y pequeñita. En la esquina enfrentada a la plaza, en vez de estar el bar al que siempre íbamos a tomar chocolatada, se erguía una enorme mansión de tres pisos y al lado de ella en vez de estar la comisaría del pueblo había un extraño restaurante. No sabía por qué todo había cambiado tanto, y el primer pensamiento que me vino a la cabeza fue que había viajado misteriosa e inexplicablemente al pasado. Espanté la idea rápidamente y me negué a creer eso, pero no encontraba ninguna explicación lógica de lo que observaba, de lo que estaba ante mis ojos. La piedra del centro de la plaza estaba perfecta y sin resquebrajar, como si la hubieran colocado allí el día anterior. Intenté convencerme de que estaba soñando, de que en cualquier momento despertaría, pero no pude ya que había sido arrastrada hasta allí por el espejo el baño de chicas de mi colegio. Pellizqué mi brazo repetidamente hasta que me dolió.

Era como una cruel y bizarra broma del destino.

- ¿En serio, mundo? – grité un poco sarcástica mirando hacia al cielo -. ¿A mí?

No podía ser cierto. Simplemente me negaba a creerlo. No podía desechar todo lo que había creído en mi vida en unos instantes de confusión. Probablemente me había desmayado en el baño y ahora estaba alucinando. Claro, eso debía ser.

Al parecer, mis bromas no funcionaban conmigo misma. Estaba casi segura de que al desmayarse las personas no podían alucinar. Me puse muy nerviosa: sentía cosas extrañas moviéndose en mi estómago. Tanto, que me mordí fuertemente el labio hasta notar el sabor de la sangre en mi boca. Había leído una novela sobre una chica que tenía la capacidad de viajar en el tiempo, pero solo se trataba de la obra de una escritora aficionada muy imaginativa (que a propósito, me encanta).

Miré a mi alrededor para fijarme si había alguien en la calle, cosa que dudaba porque el cielo amenazaba con dar un baño a cualquiera que saliera de su casa sin paraguas. Una señora de aproximadamente cincuenta años que tenía la cara llena de maquillaje iba a paso apurado. Vestía un vestido amarillo tan escotado que se podría meter un gato gordo por él. Era de un terciopelo suave y fino, apretado hasta la cintura, lugar donde se hallaba un lazo blanco atado en un moño alrededor de ella. Bajo él se desplegaba una falda enorme y ancha hasta los tobillos. Era guapa para su edad. Me acerqué a ella.

– Buen día señora, perdone, ¿podría decirme en qué año estamos? – le pregunté cortésmente, cosa rara en mí.

Esperé que fuera una buena persona.

– Estamos en el 1897, querida, ¿acaso se le ha olvidado...? –me examinó de arriba abajo, con una sonrisita de suficiencia.

Bueno... Esa respuesta sin duda no me la esperaba.

No todos los sueños se cumplen a la perfecciónWhere stories live. Discover now