Después de la tormenta... se recogen los escombros

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Después de la tormenta… se recogen los escombros

 

La alarma sonó estrepitosamente, haciendo que me sobresaltara y mirara a todos lados buscando a quien agredir. Me restregué la cara con fastidio y luego le di un golpe seco al despertador, haciéndolo parar. Me levanté con pereza y caminé hasta el baño.

Había olvidado lo que se sentía asistir a clases; esa horrible sensación por querer cerrar los ojos por dos minutos más, aquel estremecimiento por saber que te esperan siete horas más de aburrimiento, y en mi caso, la tediosa monotonía de convivir con otras empalagosas personas.

—Odio la universidad —musité mientras me miraba al espejo.

Mi cara estaba mal, o mejor dicho pésima. Las ojeras se notaban demasiado bajo mis ojos, mi piel demasiado pálida y sin vida, mis ojos opacos y llenos de frialdad. En cualquier otro día de vacaciones no le hubiera tomado demasiada importancia, pero ahora era el primer día de clases. No es que fuera realmente épico, pero debía de ir al menos presentable y con una falsa sonrisa en la cara para fingir que estaba feliz por volver ahí.

“Fingir algo que no siento” pensé mientras me enjuagaba la boca y el rostro.

No era buena fingiendo, eso estaba claro. Prefería decir las cosas abiertamente antes de dar la impresión equivocada. Sabía que no era la persona más agradable y mucho menos la más dulce de todas, pero al menos la sinceridad me daba un punto a favor.

Después de darme un bañó, bajé con pereza mientras me preparaba psicológicamente para enfrentar a mis amigas, que seguramente eran un manojo de nervios por no verme en más de un día. No tenía ganas de hablar, así que cuando pasé por su lado, solo las saludé con un ligero moviendo de la cabeza. Ellas imitaron mi movimiento pero agregándole una ligera sonrisa sin felicidad alguna.

Me serví un vaso de leche y tomé un paquete de galletas para que formara parte de mi desayuno. Me estaba muriendo hambre pero quería minimizarlo lo más posible.

Me tiré de espaldas contra el respaldo del sillón y empecé a comer con una rapidez moderada; sumergiendo las galletas en la leche y metiéndolas a mi boca hambrienta. Encendí la televisión para nuevamente fingir que estaba de lo mejor, y también para evitar conversaciones que seguramente me pondrían más desanimada. Escuché unos susurros detrás de mí pero no quise retirar los ojos de la pantalla, aunque el programa de Dora la Exploradora me obligaba a hacerlo, no desistí.

—Ailyn… —me llamó la voz de Katherine.

—¿Uhm?

— ¿No iras… a la universidad? —preguntó algo inquieta.

Desprendí con alivio los ojos del televisor  y miré a mis amigas con disimulo. Ellas estaban listas para partir; con sus prendas divinas y limpias, su cabello acomodado perfectamente y bien maquilladas. Mientras que yo, me acababa de bañar, mi cabello estaba húmedo y enmarañado, mi piel era todo menos linda y me había puesto lo primero que encontré, sin mencionar mi pésimo estado de humor.

—Sí… pero no me esperen, yo me iré después —informé con cierta frialdad. Katherine frunció el ceño y me miró contrariada.

—Te podemos esperar…

—Ya dije que me iré después. —La interrumpí casi con un gruñido.

Aparté los ojos justo cuando terminé de protestar que no alcancé a ver sus reacciones, me sentí avergonzada. No me odiaba por hablarles de esa manera, ellas no tenían la culpa de nada, yo era la estúpida del orgullo y corazón roto. No deseaba ignorarlas ni desplazarlas de mi vida como si no necesitara de su ayuda, la verdad era que moría de ganas por abrazarlas y desahogarme en sus brazos, pero no, yo estaba bien, podía con esto y con más… ¡No! qué estaba diciendo, ¡estaba perdida en un profundo abismo sin salida! ¡No podía sola con esto!

Doctora CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora