Una infantil venganza. Una petición

18.6K 984 31
                                    

Una infantil venganza. Una petición

Un par de días pasaron y las preguntas que antes tenía en mente se fueron respondiendo a su paso. Erick, Andrew y Katherine se habían contagiado de la peor enfermedad epidemiológica: el amor. Y pronto, Sherly se presentaría en el altar con su vestido blanco, el cual por cierto tenía hace semanas, ya que ella misma había contribuido con el diseño. Todo el ambiente era como chispitas de chocolate, miel y aroma a flores, todos riendo y suspirando como tontos enamorados, incluso yo que me esmeraba tanto por ocultarlo.

Ángel y yo salimos a pasear, teníamos tanta imaginación y tantas tonterías que decir que nunca pasábamos más de tres minutos sin hablar. Jamás creí que nuestra relación se volviera tan formal y sólida como ocurría ahora, pero era un verdadero gusto saber que los problemas pasados, eran eso; problemas del pasado.

—Sabes que se me ocurre… —estreché los ojos con malicia.

—Conozco esa mirada y sé que no es algo bueno… —comentó Ángel frunciendo el ceño, pero continuó imitando mi expresión —. ¿Qué sádico plan tienes en mente?

—Qué te parece hacerle una visita a nuestros viejos “amigos”. —Doblé mis dedos haciendo comillas. Ángel alzó una ceja.

—¿De quienes hablas?

—De Dylan y Karoline. —Me atreví a decir sus nombres sin ningún rencor. Eso era un gran avance.

Ángel hizo un gesto de duda.

—No lo sé, ¿dónde crees que estén?

—Ni idea, pero es fin de semana; los sábados son de diversión. Seguro estarán en casa de Dylan, si es que todavía siguen acos… visitándose —corregí de inmediato. 

—Pues, intentémoslo. Tengo una cuenta que arreglar con ese tipo —rió y condujo con las manos apretadas en el volante hasta la dirección que le indiqué. 

Llegamos a un alto edificio de pintura marrón, no muy bien estructurado y de ridículo diseño poco estético. Eran aquellos pequeños departamentos económicos que eran rentados por adolescentes para sus noches de libertinaje, o para hombres obesos que no tenían a nadie que mantener excepto a ellos mismo, o como el caso de Dylan, que era la única modesta comodidad para lo que le alcanzaba su precario sueldo de motociclista.

Salimos de auto y miré a mí alrededor buscando una tienda de abarrotes. Encontré una muy cerca, y reí por lo bajo, imaginando mi plan.

—Necesito huevos —informé a Ángel que se encontraba mirando el edificio con las manos en los bolsillos. Me volteó a ver y sonrió de lado.

—Yo tengo muchos —bromeó y lo fulminé con la mirada —. ¿Para qué los quieres? ¿Les prepararás un omelette?

—Yo no cocino, sólo hago postres —respondí caminado hacía aquella tiendita.

—¿Entonces? —Me siguió a paso más lento.

—Ya lo verás —volteé hacía atrás y volví a colocar ese semblante travieso.

Llegué y me encontré con un señor de cabello cano y con aspecto de vagabundo sentado en una de las paredes. Sus prendas estaban estropeadas pero poco le importaba arreglárselas. Lo miré y le pedí lo que quería.

—¿De casualidad tendrá huevos podridos? —pregunté inclinando mi cabeza. El hombre me observó con poco interés pero negó con la cabeza. No sabía si era el encargado de aquel puesto, parecía que no era así pero seguí intentando —. Le pagaré muy bien si me consigue dos carteras —ofrecí y enseguida una aterradora sonrisa se asomó sobre su arrugado rostro, revelando su deteriorada dentadura, a la cual por cierto le faltaba un diente.

Doctora CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora