6. Tenía tantas ganas de conoceros...

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La sala común de Ravenclaw era impresionante. La amplia sala circular estaba plagada de mesas, sillas y estanterías, además de sillones y sofás para descansar. Nada más entrar, todos los alumnos nuevos se dispersaron rápidamente por la sala común.

Andrea y Sophia se dedicaron a admirar la habitación, prestándole atención a cada cosa que veían, desde el suelo, cubierto por alfombras de varios tonos de azul, hasta el techo abovedado con estrellas pintadas y pasando por los ventanales arqueados desde los que se podía ver todo el jardín. Podrían haber pasado toda la noche curioseando por la sala común, yendo de allí para allá leyendo títulos de libros y probando los cojines.

Sin embargo, Nora sólo tenía ojos para el instrumento que ocupaba el fondo de la sala. Un piano. Un gran piano de cola blanco, que parecía brillar por sí mismo, que destacaba entre las estanterías y que parecía tener escrito su nombre.

La emoción que les generaba conocer un lugar como aquel les había hecho olvidar completamente el discurso de Dumbledore sobre el torneo de los tres magos.

Andrea había olvidado la ligera sonrisa que esbozó su primo al oír la noticia y, también, el mal presentimiento que había tenido. Pero la increíble sala común no había conseguido que Sophia olvidara las miradas de la mesa de Slytherin. Había esperado odio, rencor o cualquier cosa menos las miradas curiosas y orgullosas que le habían devuelto. Y aunque había oído un centenar de historias de su abuela sobre la honorable casa de Slytherin, y de cómo la ayudaría en su camino para convertirse en una bruja poderosa, Sophia no sabía cómo debía tomarse esas miradas. Y mucho menos sabía qué hacía ella en Ravenclaw.

— Chicas, ¿podéis venir un momento? —habló el prefecto. Dylan se había sentado en un largo sofá cercano a una gran chimenea hexagonal de fuego azulado que, como una columna, subía a través del techo, llegando hasta los dormitorios.

Se pasó una mano por el pelo, como si quisiera comprobar que seguía perfectamente peinado, y les indicó que se sentaran.

— Me temo que tengo malas noticias. Acabo de volver del despacho de Dumbledore, y parece que no vais a poder dormir con las chicas de cuarto, como se había planeado—les informó—. Al menos, no por ahora. Alyssa Castle, una chica de vuestro curso, ha dicho que no sobran camas para vosotras entre las de cuarto, así que Dumbledore cree que lo mejor será que arregle la última habitación para vosotras.

— ¿La última habitación? —preguntó Sophia. Dylan hizo una mueca, y hundió las manos en los bolsillos de su túnica.

— Sí, la habitación más alta.

— Lo dices como si fuera algo terrible, ¿qué le pasa a esa habitación?

Dylan suspiró.

— Bueno, quizá sea cosa mía... No soy precisamente un admirador de esa habitación. Ya sabéis, está lo de tener que subir todas las escaleras, y además de ser más estrecha, debido a la inclinación del tejado... —Dylan se rascó la nuca, algo nervioso, y Andrea sonrió. Le estaba resultando terriblemente graciosa la forma en la que el prefecto trataba de ocultar lo que realmente le molestaba del dormitorio—. Bueno, vais a verlo de todas formas. Es una habitación que lleva tantos años sin usarse que dicen que los elfos ya ni limpian por ahí. ¿Os lo podéis imaginar? ¡Montañas y montañas de polvo! ¡Por todas partes!

Nora, Sophia y Andrea no necesitaron más que una mirada común para echar a caminar las tres a la vez, rumbo a la escalera que subía hacia los dormitorios.

Dylan no pudo hacer otra cosa que seguirlas hasta la que sería su nueva habitación.

***

— Bienvenidas a vuestra suite personal —bromeó Dylan mientras abría la puerta. La habitación estaba tan oscura que apenas se podía ver el interior—. ¡Lumos!

Recuerdos del futuro | El Trío de Plata (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora