10. La primera prueba.

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Noviembre, 1994

Andrea apenas podía apartar la vista de la tienda de la que saldrían los campeones, y parecía estar sumida en una burbuja que le aislaba del ruido exterior.

Como si estuviera bajo el agua y escuchara a la gente de fuera hablando.

A su lado, Nora hacía todo lo que podía por distraerla. Había empezado por cotorrear sobre lo pesadas que le resultaban las clases dobles de pociones, le había contado algunos de sus avances en su dedicación por controlar su metamorfomagia y, como último recurso había comenzado a leer fragmentos del libro de Leighton, cuyo tema principal era la adivinación y sus múltiples usos.

— ¿Andrea? ¿Me estás escuchando? —preguntó Nora.

— Sí, sí —mintió sin apartar la mirada de la tienda.

— ¡Apuestas, hagan sus apuestas! —gritó una voz familiar cerca de ellas. Sophia y Nora se miraron sonrientes.

— Es Fred —dijo Sophia.

— Apostaría mi gata a que es George.

— ¡Un galeón por apuesta! ¿Quién ganará? ¡Apuesten por su favorito! —gritó uno de los gemelos, acercándose— ¿Apostáis, aguiluchas?

Sophia rebuscó en el bolsillo de su túnica y sacó tres galeones dorados.

— Tres a favor de Cedric Diggory —dijo tendiéndole los galeones.

— Por ser vosotras, os sale gratis. Ya nos invitaréis a grageas otro día —comentó el que Sophia había identificado como Fred.

— ¿Qué le pasa a Drea? —preguntó George, acercándose al grupo.

— Los nervios, supongo —suspiró Nora—. Espero que cuando pase la prueba vuelva a la normalidad...

Al instante, el ruido de los aplausos inundó el estadio, y Cedric Diggory salió de la carpa, aún con la cara de aquel tono verdoso. Fred y George se sentaron junto a Nora, y todos los ojos de los espectadores se centraron en Cedric y en su dragón.

Un enorme ejemplar de Hocicorto sueco se alzaba frente a los huevos, entre los que Cedric distinguió el que le habían explicado que debía coger. El dragón avanzó hacia el mago, retándole, y Andrea contuvo el aliento sin darse cuenta. Cedric alzó la varita hacia él y retrocedió casi por instinto.

Se mantuvo unos minutos alejado, tanteando al dragón, consiguiendo que este concentrara toda su atención en él, mientras Ludo Bagman, quién hacía las veces de comentarista, vociferaba sin que nadie le prestara demasiada atención. En un momento determinado, cuando el dragón entendió que Cedric se estaba quedando con él y se decidió finalmente a atacar, el chico pronunció el hechizo que tanto había estado practicando y todo Hogwarts contuvo el aliento.

Cuando oyó los nerviosos ladridos del perro que él mismo había conjurado a partir de una roca, salió corriendo hacia el huevo. No recordaba haber corrido tanto en toda su vida. Ni siquiera pareció notar la llamarada que se le echó encima cuando casi estaba alcanzando su destino hasta que escuchó la exclamación del público. Esquivó algunas de las llamaradas que vinieron después y los golpes que el dragón le atestaba, y tuvo que retroceder en varias ocasiones hasta casi su destino de partida.

Pero algo tuvo que hacer bien, porque poco después, quien se alzó triunfante junto al huevo no fue el dragón. Cedric Diggory, visiblemente agotado y con la mejilla quemada, levantaba victorioso el huevo dorado por encima de su cabeza, para el orgullo de todo Hogwarts, y especialmente de su prima.

Andrea bajó los escalones de las gradas de dos en dos torpemente, sin detenerse a celebrar la victoria de su primo. Irrumpió en la pequeña tienda en la que la señora Pomfrey atendía a los campeones y buscó entre los cubículos hasta encontrar a su Cedric.

Recuerdos del futuro | El Trío de Plata (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora