11. Cualidades de profesor.

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El jardín estaba repleto de magos y brujas que se encogían sobre sus bufandas y escondían sus manos en los bolsillos de sus túnicas, tratando de guardar todo el calor posible. A simple vista, no parecía una tarde fuera de lo común, pero aquella mañana por fin había dejado de nevar, y todos los alumnos de Hogwarts parecían haberse puesto de acuerdo para salir a disfrutar del aire fresco y de la nieve que había caído la noche anterior.

Sophia, sentada en uno de los fríos bancos de metal, se recolocó de nuevo su gorro de lana, tapando un poco más sus rizos, mientras escuchaba como Draco les contaba a Theo y a Blaise la nueva iniciativa de Flitwick. Exactamente lo mismo que ella le había contado a él la noche anterior, en la torre de astronomía.

— ¿Clases de baile? ¿Y para qué? —preguntó Theo, frunciendo el ceño.

— Bueno, en Slytherin quizás no necesitaréis las clases, pero al parecer en Ravenclaw hay gente que sí —replicó Sophia, encogiéndose de hombros. Se arrepintió de haber hablado tan a la defensiva nada más ver la sonrisa pícara en los labios de Blaise.

— Tú, por ejemplo.

Sophia pensó que, si fuera metamorfomaga como Nora, su pelo le habría delatado volviéndose de algún color extravagante.

— Yo, por ejemplo —repitió, un tanto avergonzada. No tenía ningún sentido negarlo, claro que no sabía bailar. Ni siquiera sabía qué se bailaba en un baile como aquel. ¿Y cómo iba a saberlo, si hacía apenas seis meses ni siquiera sabía qué era un muggle?

— ¿Y cómo piensa enseñaros a bailar si no sabe? —se burló Draco, haciendo que Crabbe y Goyle, que escuchaban la conversación sin intervenir, estallaran en exageradas carcajadas. Sophia rodó los ojos. Menudo par de marionetas.

— Ahora resulta que una de las aficiones de Malfoy es espiar a Flitwick mientras baila —dijo, alzando las cejas. Draco cruzó los brazos, y su sonrisa pasó a ser la mitad de lo que era. Crabbe y Goyle, sin embargo, tardaron lo suyo en darse cuenta de que debían dejar de reír.

— No hace falta ser auror para saber que alguien tan pequeño no puede bailar bien. Si no me creéis, mirad a Pansy —ese comentario bastó para que todos giraran su cabeza hacia su izquierda, como lo hacía Draco. Pansy Parkinson, que practicaba pasos de baile con sus amigas, sonrió coqueta y pestañeó de una manera que Sophia clasificó mentalmente como patética. Quizás la chica pensara que los chicos la estaban mirando por la forma en la que ella y sus amigas hacían girar sus cortísimas faldas del uniforme. Blaise y Theo esperaron a que Pansy se girara de nuevo hacia sus amigas para empezar a reírse, pero Draco ni siquiera se molestó.

— Entonces, ¿todos sabéis bailar? —les preguntó Sophia.

— Claro —respondió Draco, con una sonrisa de superioridad plantada en los labios. En ese momento, Sophia clavó la mirada en un grupo de alumnos sentados en un banco al otro lado del patio nevado, del que provenían sonoras risas indiscretas—. Algún día me rogarás que te enseñe, lo preveo —continuó Draco, con una mueca altiva aunque burlona en el rostro.

— Espero que ese día no llegue nunca, Malfoy —sonrió Sophia. Dicho esto, se levantó del banco y se volvió a colocar el gorro, al tiempo que se despedía.

Cruzó el patio a paso ligero, directa al banco en el que el escandaloso grupo de seis chicos compartían una caja de grageas de todos los sabores. Sophia echó un vistazo rápido a cada uno de ellos: Drea y Cody reían a carcajada limpia, encogiéndose de la risa mientras Nora y Dylan les observaban desde el banco como si fueran una pareja de locos, y los gemelos Weasley sonreían y comentaban lo que parecía ser la anécdota más graciosa del mundo, sentados en el respaldo del banco.

Recuerdos del futuro | El Trío de Plata (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora