Sara está enamorada de su novio Renato, pero también de Alexander, su nuevo novio. ¿Cómo terminará este triángulo amoroso del que solo ella está enterada?
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Destino
{PRESENTE} Agosto
Tomo la malteada de vainilla mientras sorbo por el popote de papel y me deleito con los verdes prados del jardín que adornan el instituto. Es mi tiempo libre y lo empleo como tal. No quiero agobiarme con tareas u otras cosas. Apenas es mi segunda semana en la universidad y aunque siento que estoy congestionada de trabajos y pendientes, me tomo mi tiempo para relajarme.
Cuando ya no hay bebida en mi vaso de acero inoxidable, me dejo caer sobre el pasto. Tendida en la suavidad de la naturaleza, observo el cielo azul con un par de nubes que, tristemente, no tienen forma, por más que intento buscarles alguna. Pero mi vista se ve opacada por aquella cabeza que posee un despeinado cabello rubio y mi corazón se acelera al instante, haciéndome levantar como si tuviese un resorte incrustado en mi espalda.
-Buenos días -menciona con clase en el tono-. Me parece que llevamos juntos economía, contabilidad general y administración, ¿estoy en lo correcto?
Muevo mi cabeza de arriba hacia abajo con el rubor manchando mis mejillas sin decoro, algo que, por más que me inquiete, no puedo controlar.
-¿Y los choques accidentales en el pasillo son parte del paquete? -agrega juguetón.
Sus ojos se enchinan cuando las comisuras de sus labios se alzan y lo que trasmite es agradable. Parece alguien realmente encantador.
-Me llamo Alexander -termina.
-Sara.
Es la primera palabra que cruzo con él; mi nombre.
Sonríe una vez más y suelta un fuerte suspiro, tomando asiento a mi lado e incomodándome por completo porque lo preferiría lejos gracias a lo que su sola presencia causa en mí.
-Te he visto... -menciona y mis ojos se abren con gracia, sorprendida por eso-. No saludas a nadie, tampoco hablas a menos de que sea extremadamente necesario hacerlo y sueles estar pegada a tus libros o aparatos electrónicos, por lo que constantemente chocas conmigo en los pasillos.
-¿Y no es extraño que solo choque contigo? -me atrevo a cuestionar.
Sus ojos encuentran los míos después de mi atrevido cuestionamiento. Mis manos empiezan a sudar y me siento en desventaja.
-Es posible que sea algo predestinado -dice.
Me lo pienso algunos segundos y cuando estoy segura de lo que responderé, lo suelto con decisión:
-El destino no existe.
Su mirada me acecha una vez más, pareciendo ofendido pero al mismo tiempo curioso.
-Si me das una buena explicación para que el destino pueda efectivamente no existir, te invito una cena.
No respondo al instante, desmenuzo sus palabras hasta que entiendo lo que sucede y no pienso permitirlo porque estoy con Renato y no deseo querer estar con alguien más.
-Te puedo dar una buena explicación pero no el privilegio de una cita conmigo.
-¿Por qué piensas que quiero una cita contigo?
-¿No es así? -le reto.
Aguardo un poco.
-Eres una chica directa e inteligente y yo no andaré con rodeos, no lo voy a negar. Sí estoy buscando conocerte más.
-¿Más? Pero si aún no me conoces nada.
-Sé tu nombre, y ese es un inicio.
-No voy a salir contigo -aclaro con decisión-. Pero sí te daré una buena explicación sobre la inexistencia del destino y es que éste simplemente es una idea humana que se utiliza para explicar los eventos impredecibles. Nuestra vida y lo que sucede en ella son el resultado de las libres decisiones y acciones que tomamos, y no está predestinado de antemano. La existencia del destino va en contra de la idea de la libre voluntad. ¿Lo entiendes? Si todo estuviera predestinado, entonces no tendría sentido hablar de una responsabilidad personal.
Su ceño fruncido y el parpadeo constante en sus ojos demuestran el gran conflicto que experimenta.
-¿Quién te hizo tanto daño como para que no creas más en el maravilloso cuento de hadas que llamamos destino?
Mis ojos se colorean de blanco y no puedo evitar sonreír gracias a su absurdo comentario.
-Nadie me ha hecho daño, sólo soy objetiva.
-Te debo una cena.
-Ya te dije que no saldré contigo.
-No necesariamente debes salir conmigo para pagarte lo que he prometido.
-Te deslindo de ello, no quiero nada más que predicar la palabra de la libre voluntad.
Él me mira divertido por sobre el rabillo de su ojo antes de ponerse de pie y sacudir un poco su pantalón.
-Un placer conocerte, Sara.
Y esa noche, de alguna manera y sin yo esperarlo, una pizza gratis toca la puerta de mi nuevo hogar.