s i e t e

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¡Ya te dije que no!

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¡Ya te dije que no!

Octubre

Camino sola entre los pasillos de la universidad. Son las 18:00 horas y me decido por ir a tomar un café porque es una bonita y anaranjada tarde de otoño. Respiro el aire puro cuando termino de salir y al bajar el primer escalón, me encuentro con Pilar. Sólo le miro y paso de largo mientras ella se me queda viendo con ardua seriedad.

Han pasado muchas cosas desde aquella noche mexicana.

En primer lugar, le pedí que no me hablara hasta que devolviera la cartera de Alexander, y claramente no es algo que hará, así que camino como si ella no estuviese ahí.

Por otro lado, he estado recibiendo constantes obsequios por parte de un admirador no secreto. Entregas a domicilio de comida, postres y snacks, arreglos de flores que llegan a mi departamento o a mis clases, algunas tarjetas también. Todo esto firmado por Alexander, ¿pero cómo podría responder? Estoy con Renato, así que simplemente lo rechazo.

Han sido dos semanas difíciles.

Cuando abro las puertas de cristal, el delicioso aroma a grano de café impregna mi sentido del olfato y me siento como un ángel flotando entre las nubes.

Tomo asiento en una de las mesas del pequeño jardín y saco mi tableta para aprovechar el tiempo y avanzar el proyecto que nos han dejado para la siguiente semana mientras espero a que el mesero tome mi orden. Pierdo la noción del tiempo y cuando el muchacho se acerca, sus manos ya poseen justamente la bebida que pensaba ordenar.

—Disculpa, yo aún no he ordenado...

—El joven de allá se lo envía, me pidió que le dijera que si no lo quiere, puede pedir lo que guste. —Sonríe—. Yo se lo recomendé, tomando en cuenta que es lo que ha pedido las últimas tres veces que nos ha visitado.

Quiero agradecer el gesto pero me mantengo callada al ver cómo Alexander me observa desde aquella mesa en el interior del local. No sonríe, no muestra nada, simplemente me mira como si quisiera aprenderme de memoria.

—Esta bebida está bien, gracias —digo, viendo nuevamente al muchacho—. Pero regrésale el dinero, yo pagaré por el café.

—¿Segura? Creo que él insistirá...

—No, yo soy la que insiste. No quiero que él pague mi bebida, gracias.

—Entendido, ¿se le ofrece algo más?

—Por el momento estoy bien, gracias.

Veo de reojo cómo el mesero se acerca a Alexander y aparto la vista, enfocándome en la pantalla de mi aparato, sin embargo, es muy poco el tiempo que transcurre antes de que el asiento a mi lado se ocupe por el rubio testarudo.

Cómo le rompí el corazón al amor de mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora