Sara está enamorada de su novio Renato, pero también de Alexander, su nuevo novio. ¿Cómo terminará este triángulo amoroso del que solo ella está enterada?
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Noviembre
Debo encontrar el reloj perfecto para mi departamento. Plateado o gris, de preferencia que combine con blanco y negro. Voy decidida a buscar en algunas tiendas en las que sé que puedo encontrarlo mientras bajo del metro. La tarjeta de crédito con la que lo compraré es esa línea que mi padre me obsequió únicamente para emergencias... y esta es una emergencia. Mi departamento necesita ser amueblado de poco en poco. Mi meta es hacer una compra al mes para que no sea tan pesado el gasto.
Sin embargo, mis divertidos planes se ven opacados cuando, entre la multitud, logro distinguir a Pilar. Mi entrecejo se frunce al notar que alguien va jaloneándola y me molesta. Es un sujeto que desconozco, así que intento acercarme con la finalidad de brindarle apoyo. Ellos están lejos y él la conduce con malos tratos hacia el callejón que queda a espaldas del metro. No se ve muy seguro, pero no puedo dejarla sola. Es mi amiga y no parece pasarla muy bien en su compañía.
Me conduzco entre la gente hasta que ya está muy solitario. Ellos giran en la esquina y yo los pierdo de vista por un momento. Rayos. Apresuro el paso y, por ello, no me doy cuenta de que un sujeto viene siguiéndome hasta que ...
—Aléjate de ella o haré que te arrepientas por el resto de tu vida.
Me petrifico al instante porque entiendo lo que pudo haberme sucedido si la suerte no hubiese estado de mi lado; si Alexander no hubiera extrañamente aparecido en el lugar y momento oportuno.
No sé qué decir.
El sujeto guarda su navaja y le avienta una aterradora mirada a Alexander mientras retrocede como si con ello lo estuviera amenazando.
Por Dios, estuve a punto de ser asaltada.
—¿Estás bien? Te llevo a casa —pregunta y dice el rubio, siendo lo único que sale de él mientras sostiene mi cintura y me conduce entre las desfavorables calles del lugar.
Subimos a su deportivo y algunos minutos más tarde aparca en la acera de mi edificio. El camino fue silencioso, yo aún no sé qué demonios sucedió allá.
—Te pudieron haber asaltado —dice cuando presiona el botón que apaga el motor de su auto, mirándome con seriedad.
—Y te agradezco la ayuda —respondo, mirándole de vuelta.
—¿Qué hacías en ese lugar? —preguntamos al mismo tiempo, como si estuviéramos sincronizados.
Pero él no responde, yo sí lo hago.
—Salí del metro y vi a Pilar. Un hombre muy desagradable la jaloneaba y no podía dejarla sola. Sentí que necesitaba mi ayuda y las seguí.