Anastasia P. O. V.
Recojo la libreta y pienso en mis padres.
Hace tres años me diagnosticaron esquizofrenia leve.
Tenía catorce y decía que veía cosas fantásticas e increíbles como hadas y ángeles. Mamá creyó que no era normal -a mi edad, ya no lo era- y contrató al mejor psicológo de Seattle. Él les dijo que era leve y no necesitaba medicación. Mamá le hizo caso y todo continuó igual.
Creí que se preocuparía. Creí que le importaría. Nada de eso ocurrió.
Creo que así desarrollé mi gusto por llamar la atención de maneras... poco convencionales.
La primera vez que intenté suicidarme fue a los quince. No pude obtener un sobresaliente en literatura e intenté tomar tantas pastillas como pude. Christian llegó y aventó el pequeño bote lejos de mi alcance. Dos horas después estaba sana y salva.
La segunda fue cuando estábamos de viaje por Francia. Mis padres se enfocaron tanto en ellos que me frustró e intenté caer desde la torre Eiffel. Una vez más, Christian fue el héroe.
¿Por qué?
La pregunta ha estado rondando en mi cabeza desde siempre como ahora, que me dirijo al baño. ¿Por qué siempre estaba ahí? ¿Por qué jamás reprochaba nada? Y la más importante desde hace casi tres meses, ¿Qué significaría que lo intentara ahora, que llevamos algún tipo de juego más allá de lo afectivo? La navaja está ahora entre mis manos.
¿Qué cambiaría?
Dirijo el filo a mi muñeca izquierda. Rozo suavemente y...
—Hola.
Jadeo, tiro el mortal instrumento dentro de la bañera y amortiguo el sonido con mi voz.
—Christian...
Asiente brevemente y se recarga contra la puerta. Yo estoy nerviosa y ruborizada.
—¿Qué haces aquí? —mi tono destila reproche.
—¿Ocurre algo? —devuelve. Me muerdo el labio y niego con la cabeza. —¿No? —vuelvo a negar. —¿Por qué siento que estás ocultándome algo?
—Porque eres un paranoico de lo peor —contesto y salgo del baño pasándolo de largo. —De todas formas, ¿Qué haces aquí?
Me frunce el ceño como si no lo entendiera.
—¿Desde cuando tengo que tener un motivo en especial?
Me encojo de hombros y me siento en la enorme cama. Le miro desafiante, él me ignora y se sienta a mi lado.
—¿Qué va mal, Ana?
Toda la rabia, frustración, humillación y dolor se juntan dentro de mí. ¿Qué va mal? Bastardo. Me levanto de la cama. Él hace lo mismo.
—¿Qué va mal? ¿Enserio estás preguntándome eso, Christian?
—Sí, lo hago.
—¡Imbécil! —chillo, y le lanzo el cepillo que está en mi escritorio. Christian lo evita facilmente. —¿Cómo puedes estar con Leila cuando tú... cuando yo...? —para este punto, no hago más que balbucear e intentar bloquear las lágrimas que luchan desesperadamente por salir. —¿No significa nada para tí?
Entonces, la confusión en su hermoso gris pasa a una nada disimulada diversión.
¿Le divierte mi dolor, al muy cabrón?
—¿Te molesta eso? ¿Te molesta Leila? —entonces, suelta una carcajada. —Por Dios, Ana. ¿En verdad pensaste que...?—¿A qué estas jugando, Christian? —le interrumpo. Ahora, la diversión cambia a la preocupación. Me siento brevemente culpable, pero luego me recuerdo que no soy yo la que ha ido corriendo a los brazos de otra persona. —No puedo asimilar que estés conmigo y cinco minutos después corras a los brazos de Leila. ¿Qué... qué quieres de mí? ¿Qué quieres de ambas? —hago una pausa melodramática. —¿Qué es lo que estás esperando?
—No lo sé —susurra. Su mirada ae pierde en la nada. —No lo sé —repite. —¡No lo sé! —termina gritando —Intento comparar...
—Es fantástico, ¿no? —grito yo también. —¿Ahora nos comparas?
—¡Carajo, no! ¡No quise decir eso!
—¡Nunca quieres decir nada! —sollozo. —Estás evitando todo esto —hago un gesto vago con la mano señalándonos. —Siempre lo haces y ese es el problema.
—No sé hacerlo de otra forma. —musita.
—Subimos y bajamos, ¿No lo ves? Un momento estamos bien, otro discutimos y termino llorando por las esquinas y tú terminas entre las piernas de tu novia. Es un paso adelante y diez para atrás.
—Es complicado —replica.
—Lo sé. Lo sé mejor que nadie.
Los sentimientos son abrumadores. Es tanta la intensidad que se me cierra la garganta y se me abnegan los ojos de lágrimas.
—¿A dónde vas? —pregunta cuando bajo las escaleras. Tomo mi juego de llaves y lo encaro.
—A cualquier lugar en el que no estés tú —murmuro. —No me sigas, por favor. Estaré bien. Sólo necesito... —niego con la cabeza. —No te preocupes.
Cierro la puerta e intento no pensar en su rostro y mirada desolada.
.
Llevo horas caminando. No tengo rumbo fijo y... Maldita sea, creo que me perdí. Además, hace frío y no he traído conmigo el móvil.
Entonces, a un lado de la carretera, lo veo.
Es una pequeña tienda. En la parte de afuera puedo leer que venden pastelillos, té y café. El local es verde limón y tiene ciertos aires a hogar. Sin pensármelo dos veces cruzo la calle y entro.
El local es todo lo que promete ser. Acogedor, con aires dulzones y de café en todas partes. Las sillas son rojas y las mesas son blancas con manteles en bordados del mismo color. Hay un mostrador con todo tipo de pastelillos y se me hace agua la boca. Deben de ser las once, y eso explicaría el por qué no hay nadie.
Una rubia platino sale de -lo que supongo es- la cocina. Me mira brevemente, evaluándome. Después, me sonríe.
—Hola, querida. ¿Qué te gustaría?
—Mmm...
La evalúo yo ahora, decidiendo si puedo confiar en ella.
Decido hacerlo.
—La verdad es que me perdí —confieso —Me alejé de casa y...
—Oh, ya veo. Dame un segundo.
La despampanante rubia se dirige al mostrador y después que ha tomado lo que sea que tomó, viene a mí. Logro identificar un bizcocho y un frappe. Ella me lo tiende.
—Toma, dulzura. Magdalena de chocolate con virutas de frambuesa. Es una especialidad.
—Gracias.
—Y... ¿Qué haces aquí?
Suspiro.
Y le cuento.
Ella es una persona que no conozco pero tiene algo... algo que me hace pensar que no me va a juzgar, y, al parecer, tengo razón.
—Es terrible, querida. Intenta entender a Christian. Debe de ser abrumador para él también.
—Gracias. —ella sonríe y me aprieta el hombro. La observo brevemente y puedo ver el paso de los años en su mirar. —Por cierto, ¿Cuál es tu nombre?
—Mi nombre es Elena. Elena Lincoln.
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Forbidden Love #TheGrey'sAwardsII
FanfictionAnastasia y Christian son hermanos. Hermanos de sangre. Unidos a un nivel casi de gemelos, ellos no han tenido problemas para convivir hasta el cumpleaños número 17 de Anastasia, en el que Christian comienza a fijarse en ella como algo más que una...