Capítulo 10: "Cita Doble"

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—En algún lugar de este pobre mundo —contesto simplemente y me tiro a la cama.

—No juegues conmigo, Anastasia.

—Ni tú conmigo, Christian. ¿Te divertiste con Leila?

Él me mira estupefacto por un momento. Después, sonríe.

—¿Estás celosa?

¿Qué?

—No tengo motivos... espero. Además, ella sueña con tenerte. Pero yo lo vivo, ahora.

Suelta una pequeña risita y se acuesta a mi lado. Ambos observamos el techo; he colocado estrellas que brillan en la oscuridad.
—Aún no me has dicho dónde estabas.

—No lo haré. Jamás.

—Tenía fe en que me dirías.

—No.

—Ah.

—Lo sé.

Pasa mucho tiempo antes de que vuelva a hablar.

—Es extraño —comenta. Pero no sé a qué se refiera a ciencia exacta.

Entonces, sólo le tomo la mano.

* * *

—Así que... ¿Cita doble?

Ambos asentimos al mismo tiempo. Carla nos da la mirada de "A mí no me engañas porque soy tu madre".

—Tú con Leila y tú con...

—Theodore. Sí.

Mamá sólo suspira.

—No puedo hacer nada para persuadiros —suspira —Es nuestra última noche en Seattle y vosotros... —sacude la cabeza. Después suspira. —Okey. Sólo... Christian, sé un caballero y cuida a Ana.

—Siempre.

—¿A dónde iremos? —le pregunto al entrar al auto.

—No tengo ni idea —ríe entre dientes.

Me lo pienso un momento.

—Yo sé a dónde.

El Café de Elena se muestra ante nosotros. Christian baja y después me abre la puerta. Esto es una cita, me recuerdo.

Una cita.

Sonrío como estúpida.

Conduzco a Christian a la mesa más alejada de todas. Esta vez hay gente, el local debe de tener unos quince clientes.

Una rubia -Elena sólo trabaja con rubias- de coletas estúpidas y que se presenta como Gretchen viene a tomar nuestra orden.

—¿Algo más? —pregunta batiendo las pestañas en dirección a Christian. Dios... Resisto la tentación de rodar los ojos.

—No, gracias. —contesta educadamente. Miss Coletitas Rubias voltea en mi dirección. Palidece un momento.

—Se... Señorita... Steele.... —Balbucea. Yo le arqueo una ceja, tanto de frustración como de curiosidad. ¿Cómo sabe mi nombre? —¿Cómo está? Santo Dios, lo siento tanto. Iré por la señora Lincoln.

Hace una torpe reverencia y se va corriendo como alma que lleva el diablo.

—¿La conoces? —inquiere Christian.

—No —le contesto —A ella no. A la dueña del Café sí. Se llama Elena.

—¿Desde cuándo visitas Cafés ocultos de Seattle?

Forbidden Love #TheGrey'sAwardsIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora