Capítulo 10

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El lugar apestaba a drenaje, las calles llenas de basura, gente pidiendo limosna en  cada esquina y a la vuelta hombres y mujeres vendiendo desde identificaciones falsas hasta órganos, una verdadera puerta al infierno; no por nada era llamado "El vertedero".

Bruno caminaba sin mirara demasiado, hasta encontrar a una mujer de la tercera edad acurrucada en una esquina.

— ¿Soria?— dijo sin fijar la vista en la anciana.

— En esa dirección.— Bruno le dio una moneda y siguió su camino.

Frente a él había un puesto armado rudimentariamente con una tabla, algunos tubos como soporte y una manta a modo de techo. Había un pequeño grupo de jóvenes, todos de no más de 20 años.

— ¿Mateo Soria?— un chico se puso de pie al instante.

— ¿Quien lo busca?

— Necesito hablar de negocios con él — Bruno pulió sus uñas arrogantemente.— Pero si no está...— comenzó a dar la vuelta.

— Espera, amigo— Mateo lo alcanzó y puso un brazo sobre su hombro para después colocarse frente a él— no hay por que irse sin antes ver que puedo hacer por ti— la sonrisa del chico hubiera derretido a cualquier mujer.

— ¡Oh! En ese caso ¿podemos hablar en privado?

—  Por supuesto, sígueme.— aún sonriendo, el chico lo guió hasta una puerta, cuando vio dentro, era apenas un cuarto de 3x3 con una mesa y una silla. Inmediatamente después de entrar el chico se colocó en la mesa esperando a que el otro tomará asiento.— ¿Y bien? ¿Que necesitas, amigo mío? ¿Un documento? ¿Droga? ¿Armas? ¿Alguna chica?— Mateo lucía entusiasmado.

—  En realidad estoy aquí para entregar un mensaje.

—  ¿De quien?— la sonrisa desapareció de su rostro y comenzó a alejarse lentamente.

—  ¿No te interesa escuchar el mensaje primero?— Bruno se puso de pie.

Inmediatamente Mateo echo a correr, pero Bruno fue más rápido y logró bloquearle el paso, interponiéndose entre este y la puerta.
— ¿Un último deseo?— Bruno sacó su arma.

— Verte en el infierno— acto seguido Bruno disparo.

El cuerpo inerte de Mateo estaba en el suelo, con el pie Bruno lo empujo para que quedase boca arriba, tomó el arma y la puso en su mano; limpió la sangre del lugar donde había caído, admiró su obra terminada y salió.

El grupo de chicos lo esperaba, Bruno sacó su cartera y la sostuvo frente a él. Una pequeña niña se acercó y la tomó inmediatamente. Al abrirla, se encontraban varios billetes de 100.

—  ¿Para que es todo eso?— dijo uno de los muchachos arrebatando la cartera de la mano de la niña.

— Por los inconvenientes.— Bruno se alejó, dejando a los niños confundidos.

Al llegar al auto, tomó el teléfono.
— Jefe— dijo sin esperar a escuchar la voz de Dimitri— está hecho...— suspiró con alivio y colgó.
Del otro lado de la línea, Sandra se limaba las uñas, Dimitri no estaba en casa. Era seguro que estaba con alguna otra de sus mujeres, después de tantos años ella se había acostumbrado a no verle en casa. Cuando era pequeña, había desarrollado un amor casi obsesivo por él,  hasta que le había puesto un alto. Aún así no había desistido de su loco deseo de tenerlo solo para ella.

La puerta se abrió y entro él, de inmediato se puso de pie.

—  Hola cariño— la chica sonrió.

—  Largo.

—  ¿Que?
—  ¡¿Oh espera?!— alzó un dedo— ¿Tengo mensajes?
—  Bruno, lo que quiera que le hayas encargado, ya lo hizo.
—  Perfecto, ahora largo.
—  Pero...— Sandra comenzaba a replicar, con un gesto Dimitri evitó que hablará, la chica salió no sin antes azotar la puerta.



—¿Estás seguro de esto? — Vanessa aparentaba inseguridad. Una motocicleta no representaba un reto, no después de que por años había conducido una.
Ángel se sentía orgulloso de impresionar a la dulce pelirroja.
Llevaban un par de horas apenas juntos y en él se había despertado un sentimiento de ternura.

La sonrisa de la chica le recordaba a Mariana, por triste que fuera. Ambas parecían tan frágiles, tan dulces, aunque al final Mariana no había resultado serlo.

La chica acarició lentamente el asiento del vehículo, las yemas de sus dedos apenas rozando la piel.
—¿Te gusta?
—Es muy bonita— susurró la chica.
—Vamos, sube— el chico la incitaba.
Sin más, la chica pasó una pierna por encima del asiento de la moto y se sentó.
El chico la observaba.
 —¿Alguna vez habías montado una?— Ángel se cruzó de brazos.
— Alguna vez— sonrió tomando el manubrio. 
— Eres todo un enigma.
— ¿Por?— la chica fijó su vista en él.
— Eres pequeña, pero parece que has hecho demasiadas cosas.
— Cuando te quedas sin familia, los hilos dejan de ser limites.— Vanessa sonrió bajando de la motocicleta. El chico la detuvo.
 —  Espera, quiero mostrarte un lugar.
—  Ya casi amanece— susurró Vanessa.
—  Por eso es el momento perfecto para irnos— sonrió pasando una pierna sobre el asiento. Ángel quedó frente a ella.
— Agárrate bien–el motor rugió.

"Se siente tan bien viajar a 100 kilómetros por hora"  dijo Vanessa para sus adentros mientras se aferraba a la camiseta de Ángel.

Ruleta rusa.Where stories live. Discover now