Capitulo 2 (Parte 2)

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Cuando se había dado cuenta de que no tenía dinero, ni identificación ni un arma encima se había encaminado hacia Broadway, donde las calles llenas de gente le proporcionarían la protección necesaria. La mala suerte había hecho que Sloss y Bonny lo vieran en Broadway, de camino hacia la zona donde vivía ______. La desesperación lo había llevado corriendo a la puerta de ______, unos minutos antes que aquel par de matones.
Justin habría preferido continuar, pero cuando la había visto en la calle y sabido que ella lo reconocería, supo que no había otra opción.
Con suerte, Sloss y Bonny no la habrían visto forcejear con él en la puerta. De otro modo... tendría que vigilar a ______. Ya que la había metido en eso, tendría al menos que protegerla. Era una complicación innecesaria, pero al mismo tiempo era también un bálsamo para los ojos y el corazón.
Ella hizo una mueca de desconfianza.
-Deberías haber venido a la reunión, y haberte evitado... lo que sea en lo que estés metido.
No pensaba hablar de eso.
-Haz la llamada, ______. Después podremos dormir un poco.
Ella se levantó y fue hacia el teléfono inalámbrico que tenía en una mesita bajo la ventana. A pesar de su aspecto revuelto, era más bonita de lo que la recordaba. En el instituto había sido regordeta y callada, como una tímida violeta a la sombra de su hermana, tan activa y extrovertida. En los últimos diez años había mejorado. La cara redonda de bebé se había definido, y la nueva figura de mujer le sentaba de maravilla. A él también le sentaba bien. Había disfrutado como un niño al sentir sus pechos apretándose suavemente contra el suyo.
Volvió hacia donde estaba él con el teléfono en la oreja.
-A ver si me entero. Memorizaste mi dirección de la hoja que te enviaron con la invitación para ir a la reunión. Entonces de pronto estabas en esta calle en particular y necesitaste un sitio donde esconderte justo en el momento en que yo llegaba a casa de nuestra décima reunión de antiguos alumnos. Y entonces, en lugar de saludarme de un modo normal, te me abalanzas y me empujas hasta aquí porque tenías... -arqueó las cejas con parsimonia- prisa -se sentó a su lado en el sofá-. ¿Me he enterado bien?
-Más o menos.
Sacudió la cabeza y marcó sin más.
-Que sepas que no me voy a tragar ese rollo.
El agarró el teléfono y colgó.
-No utilices el número 911; localizarían la llamada -marcó un número-. Toma, he llamado directamente a la comisaría. Pero sé breve y cuelga rápidamente.
Ella vaciló antes de aspirar hondo y hablar con la voz temblona y aguda de una anciana.
-Quiero dar parte de una actividad sospechosa. En la Diecisiete Oeste en Chelsea. Son dos hombres. Están entrando en varios edificios de apartamentos -cortó la llamada-. ¿Qué te ha parecido eso?
Justin sonrió, pensando en que Sloss y Bonny tendría que buscar refugio cuando llegara la policía de Nueva York. La interrupción de sus plañes no sería demasiado grande, pero incluso una pequeña victoria resultaría gratificante después de la tarde desastrosa que había tenido. Tres meses de trabajo estaban a punto de irse a, la porra.
-Lo has hecho muy bien.
Su expresión seria se mitigó.
-¡Caramba! ¿Me convierte esto en la chica del gángster?
-Sólo esta noche.
Ella sonrió.
-Y vaya noche.
-¿Fue divertida la reunión?
-No lo que yo esperaba.
-¿Por qué no? Parece que te ha ido bien.
Se cerró la abertura de la blusa, estiró los hombros y alzó la cabeza, intentando mostrar algo de seguridad en sí misma.
-Bueno, sí. En realidad, me ha ido bien.
-¿Sigues trabajando en esa empresa de golosinas?
Ella pestañeó.
-¿Cómo sabes dónde trabajaba? No nos hemos visto desde que salimos del instituto.
-Bueno, he estado al tanto, y he oído comentarios -no pensaba decirle que había seguido su trayectoria, aunque sólo por curiosidad-. Fuiste a la facultad y te pusiste a trabajar en Alimentos Regal justo después de licenciarte. Apuesto a que ahora eres vicepresidenta.
-En realidad, lo he dejado. Hace poco. Abrí mi pequeña tienda de golosinas hace unas semanas en el Village. Se llama La Cosita Más Dulce. Varios periódicos cubrieron la noticia de la destacada fiesta de inauguración. Sobre todo porque mi publicista consiguió llevar a unas cuantas celebridades, pero aun así...
Sonrió, encantado de que le hubiera ido tan bien. Si ______ Bliss era dueña de una tienda de caramelos, el mundo aún no estaba del todo podrido.
-Ahora recuerdo -dijo- que siempre llevabas pastillas de café con leche en tu mochila. ¿Tienes toda la dentadura? -se burló.
Ella abrió la boca para enseñarlos.
-Tengo un par de empastes. Y una endodoncia.
Impulsivamente él le rozó la comisura de los labios.
-Lo siento.
Ella se apartó suavemente y bajó la vista mientras se pasaba el dedo por el labio inferior. El gesto era más de una niña que de una mujer de veintiocho años.
-¿Tienes novio? -le preguntó repentinamente.
-Lo tenía, pero, bueno, ya no -sonrió de nuevo-. Lo planté.
-¿Sí?
Ella frunció el ceño.
-¿No me crees?
-¿Por qué no iba a creerte?
Ella se sonrojó, delatándose sin remedio.
-De acuerdo. Fue más una ruptura de mutuo acuerdo. La relación había muerto de muerte natural, aunque fui yo la que finalmente lo saqué a la luz. Me costó sólo dos años darme cuenta -cambió de cara-. Esto es una tontería. Estás escondiéndote de unos tipos que te buscan y yo estoy hablándote de caramelos y de mi ex novio. Dame tu cazadora. Está tan mojada que está calando el sofá.
-Esta es la única oportunidad que tendremos para recuperar el tiempo perdido -dijo para distraerla, sabiendo que era mejor si no se quitaba la cazadora.
-Nuestra única oportunidad -dijo en tono algo seco-. Bien. Te he contado mi historia. Mis padres se volvieron a casar, por cierto. Hace casi tres meses. Y mi hermana, ¿te acuerdas de ella?, se ha mudado a Manhattan. Está trabajando en un restaurante.
-Sabrina Bliss -dijo, sacudiendo la cabeza; ella era como el sol caliente frente a la sombra fresca de ______-. Pensé que estaría haciendo surf en Hawai o en una fiesta en un yate en la rivera francesa.
-Vuelve en diez años. Tal vez lo esté.
-¿Tiene marido?
-Sabrina no. Al menos todavía no.
-¿Y cómo es que tú no estás casada?
______ se encogió de hombros.
-Nadie me lo ha pedido.
-¿Ni siquiera ese hombre que has dejado?
-Bueno...
-¿Lo rechazaste? ¿Por qué?
Ella lo miró a la cara, pero no contestó, sólo negó con la cabeza. Sonrió antes de preguntarle en tono suave:
-¿Y tú qué?
Sabía que no debería jugar con ella, pero no pudo evitarlo. Ella le había afectado mucho. No sólo a través de sus pechos magníficos o sus labios dulces, pero de un modo más sutil, como lo había hecho en el instituto.
-¿Y a mí? -le preguntó en tono ronco-. ¿Me rechazarías?
Ella aspiró entrecortadamente, como si le hubiera tomado demasiado en serio. Tenía que recordar que ella tendía a hacer cosas así.
-Supongo que mi respuesta depende de tu pregunta.
-El se echó a reír con fuerza.
-No te estoy pidiendo que te cases conmigo, eso con toda seguridad.
-¿Ya estás casado? -le preguntó.
-¿Estás de broma?
-¿Y por qué no? He leído sobre matrimonios de hombres que están en la cárcel -le bajó la cremallera de la cazadora.
-No me he pasado toda mi vida de adulto en una prisión -dijo, sin saber por qué quería que ella lo viera con otros ojos.
En realidad se suponía que debía pensar que era un criminal, un canalla. Y se suponía que a él no debería importarle que lo pensara.
-¿Cómo están tus padres?
-Siguen viviendo en Scarsdale.
Su padre, Ed Bieber, un vendedor de productos médicos se pasaba en la carretera más tiempo del que le requería su trabajo. Con eso evitaba a su esposa, Marilyn, que no era mala persona, pero sí muy difícil de soportar diariamente. Ella sufría depresión nerviosa y sus cambios de humor habían trastornado la vida de los Bieber. Justin los evitaba en el presente, pero sabía de ellos a través de su hermana mayor, que estaba felizmente casada y era la persona más normal que había salido de aquella familia. Ed estaba a punto de jubilarse y Marilyn con un tratamiento nuevo, de modo que Justin supuso que estaban todo lo bien que uno podía esperar.
-¿Qué tal está tu madre? -le preguntó ______ con cariño.
-Está algo mejor, gracias -dijo-. Mi hermana Deb cuida de ellos.
De pronto ______ aspiró entrecortadamente.
-¡Justin!
Maldición. Había visto la sangre. Justin se dio cuenta de que no tenía idea de cómo había conseguido bajarle la cremallera y retirarle la chaqueta.
-Estás herido -encendió una lámpara que había detrás del sofá; al hacerlo, abrió los ojos aún más-. ¿Es una herida de bala?
-No. No es nada -le retiró las manos-. Sólo un rasguño.
-Entonces deja que lo vea...
Al momento le había desabotonado la camisa y estaba examinándole el abdomen. Lo tenía lleno de moretones y unas cuantas rozaduras que le hacían juego con la de la barbilla. Bonaventure se había ensañado pegándole patadas contra el suelo de cemento cuando no había encontrado el rubí.
Justin aspiró hondo cuando ______ le tocó las costillas.
-¿Rotas? -le preguntó.
-No por falta de ganas.
-Deberías ver a un médico. ¿Y si se te perfora un pulmón?
-Sólo están magulladas. Me he roto alguna costilla antes y, créeme, duele horrores. Esto sólo me duele mucho.
-Menudo diagnóstico -sacudió la cabeza-. ¿Por qué no te quitas esas botas mojadas y te vas al baño a lavarte un poco. Hay un botiquín en el armario del baño. Te prepararé algo caliente y te traeré una bolsa de hielo para el ojo. Después te vendaré.
Él le puso la mano en el hombro para impedir que se pusiera de pie.
-¿Puedo confiar en ti?
Ella pareció a punto de darle la respuesta irónica que merecía, pero entonces sus facciones se relajaron.
-Tú debes creerlo, Justin, porque de otro modo no estarías aquí.
Tenía razón. Llevaba tanto tiempo siendo policía secreto que ya no confiaba en nadie; ni siquiera en sí mismo.
En cuanto Justin se metió en el cuarto de baño, recogió las botas y el bolso que había dejado tirados por el camino y corrió a su dormitorio. Cerró la puerta y echó el cerrojo, y lo primero que hizo fue quitarse las medias rotas y la faja que le comprimía la cintura.
¡Ah, oxígeno! Aspiró hondo y soltó el aire haciendo ruido. El cesto de la ropa estaba en el cuarto de baño, de modo que metió las opresivas prendas debajo de la cama. No había tiempo para ser meticulosa.
No quería ponerse el pijama y la bata, pero tampoco arreglarse demasiado. Su chándal, anticuado y sin gracia tal vez lo ahuyentara, y no estaba segura de querer eso. Todavía no. Lo mejor era reconocerlo; su interés se había despertado a pesar de lo lioso de la situación.
Finalmente se decidió por un suéter y unos vaqueros.
Después fue a la cocina a preparar un poco de té. No resultaba fácil concentrarse en una actividad normal cuando había un criminal en el cuarto de baño cuyo beso la había derretido por dentro, pero llenó el hervidor, lo puso sobre el fuego y con manos temblorosas sacó una caja de té verde de un armario.
-¿A quién has llamado? -le dijo Justin a sus espaldas.  

Algo Dulce - Justin Bieber y tuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora