¿Problemas en el paraíso?

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Al día siguiente, Mel nos recibió con la noticia de que todo el mundo tendría que volver a su casa por seis meses, ya que ella seguía con el plan de aprovechar tiempo con su hermana, pero no estarían solas, Paul y Mel empezaban una relación, lo cual fue algo positivo en aquellos días.

Me encontraba haciendo la maleta, y suspirando cada dos por tres, hasta que un ruido en mi móvil me sacó de mis pensamientos. ¿Aceptaba o rechazaba la videollamada que me pedía Aida?

Sinceramente me apetecía poco hablar, pero a alguien tendría que explicarle lo ocurrido, ¿no? Además, Aida sería la persona que más contenta se pondría de mi regreso. Contesté.

-¿¡Por qué tardaste tanto!? ¿Quieres que me dé un infarto?

Reí entre dientes.

-Lo siento, estaba em... ¡Tengo una noticia!

-¡Dime!

-¡Vuelvo a Madrid!

Silencio.

-¿Aida?

La llamada se cortó, o colgó ella. Al cabo de un cuarto de hora aproximadamente, alguien tocaba efusivamente la puerta, al abrirla me encuentro a una Aida jadeante.

-Cuén... Ta... Me... Lo...- dijo entre jadeos.

-¿Has corrido desde tu casa hasta aquí?

Negó con la cabeza.

-No, solo del coche hasta tu cuarto, ¡estás en un tercer piso! Y el ascensor tarda demasiado- se tiró en mi cama.

-Estás en muy mala forma física.

-Perdona por no tener una medalla de oro en atletismo- dijo con sarcasmo, lo que hizo que ambas riéramos-, ahora, explica.

Se lo conté todo, desde la misión fallida, hasta la hermana paralítica de Mel. Antes de opinar, fue en busca de Mel para darle un reconfortante abrazo, luego volvió y me dijo:

-Piensa la parte positiva: tú estarás más cerca de nosotras, y ella pasará más tiempo con su hermana.

-Tienes razón, pero lo que de verdad me da miedo es que se niegue a abrir el centro de nuevo.

-Eso no pasará, Mel es muy solidaria, y no dejaría de ayudar a gente ni por todo el oro del mundo.

-Creeré en ti.

Me sonrió de oreja a oreja y me ayudó a seguir preparando mis cosas. Aida brotaba optimismo y felicidad por cada poro de su piel, lo cual me hacía poner una sonrisa de alegría.

Thomas nos esperaba abajo, el ya tenía su poca ropa en su mini maleta, y ya la había cargado en su coche, al bajar cogió la mía y la puso en el maletero del coche.

-¿Listas?

Aida y yo asentimos con efusividad.

-Thomas, a mí dejame en mi casa de pasada, por favor.

-Okey.

-Aida, ¿quedamos mañana las tres? Así podremos hacer una fiestecita en casa de Thomas.

-Ja-ja, sabes muy bien que mi casa es sagrada, cariño.

Pasamos el viaje entre risas y tonterías, hasta que dejamos a Aida en su casa.

El aroma a cerrado se expandía por el piso. Lo recordaba más pequeño, tal vez la nueva pintura color arena le hacía ganar amplitud, o era la nueva distribución de los muebles...

-Lo has rediseñado.

-Tuve bastante tiempo.

Su tono parecia un poco resentido, ¿qué le pasaba?

-¿Te encuentras bien? Pareces... Enfadado.

-Estoy perfectamente- dijo intentando dibujar en su rostro una falsa sonrisa-. Em... No hay comida... Voy... Al súper.

-Pero explícame que te pasa.

-No, y no insistas más. Me voy.

Asentí y me fui a ordenar mis cosas sin pronunciar palabra, mientras oía como se abría y como se cerraba la puerta principal, cuando se fue, eché un suspiro.

A la media hora el timbe empezó a sonar con insistencia, me acerqué al telefonillo y contesté.

-¿Si?

-¡Jane! Por favor abre la puerta, me he dejado las llaves y me voy a mear encima...

-¿Quién es?

-¿¡Quién quieres que sea!? ¡Thomas!

-¿Que Thomas?

Gruñó y yo reí.

-Abre por favor, sino haré mis necesidades en la planta del portal.

-Bueno... Vale... Pero cuando acabes tienes que explicarme que te pasa.

-Vale...- dijo bufando resigando.

Abrí la puerta del piso y me tumbé en el sofá. Thomas llegó con dos bolsas, las cuales dejó en el suelo, y se dirigió a toda prisa al baño.

-Hola, ¿eh?

-Hola.

Esperé a que saliera y entonces me levanté, le cogí de la muñeca y le senté a mi lado en el sofá.

-Explícame.

-Hoy hace dos meses desde que murió mi hermania, ¿te acuerdas?

Asentí con la cabeza y le apreté las manos de forma reconfortante, para luego rodearle con mis brazos.

-Thomas, ahora estoy contigo, ¿si? No te voy a dejar.

-Se que no lo puedes prometer, pero, ¿lo intentarás?

-Sí- susurré cerca de su oreja.

El resto del día pasó normal, salvo las cinco llamadas de Mel; las contesté todas. Básicamente me preguntaba que tal estaba, y si el centro había sido desalojado y cerrado.

-Sí... Sí, cerré con llave y también bajé las persianas... Sí... Vale adiós.

Bufé, tiré el móvil a Dios sabe donde y me estiré en el sofá apoyando mis pies sobre Thomas.

-¿Tarde de películas?

-Perfecto. Hace tiempo que no veo la tele.

Empezamos a hacer zapping buscando alguna película de nuestro gusto, hasta que encontramos una de miedo; las amo.

¿Destino? Cualquier parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora