XI

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XI

Estoy solo, más que nunca.

Mörgen volverá esta noche por fin a casa, ha pasado unos días con Gretchen en su apartamento después de volver del hospital con la nueva integrante de la familia en brazos. Sé que a Mörgen le hace ilusión tener su propia familia, algunas veces ha tocado el tema, tratando de convencerme de que, en algún momento, tengamos nuestros propios hijos corriendo y jugueteando por toda la casa y yo siempre respondo del mismo modo, con una sonrisa fingida y un asentimiento silencioso que no termina por acceder a sus peticiones. Quizás si supiera que en realidad yo soy todo un "marica" se lo pensaría dos veces antes de mirarme de reojo cada que aparecen niños en la pantalla de la televisión, consiguiendo que sus pucheros casi imperceptibles me saquen de quicio.

Ya imagino la gran fiesta que está sucediendo al otro lado de la ciudad, en el apartamento de su hermana, mientras que yo aquí, me sumo lentamente en mi propia desgracia y pensamientos destructivos que no dejan de llegar a mi mente.

Ahora ya no me quedan buenas razones para salir de casa. Justo el día en que Gretchen ingresó al hospital, la universidad llamó para pedirme de la forma más correcta posible, que no volviera a poner un pie en la facultad. Me acusaron de romper el reglamento del profesorado al mantener una relación más allá de lo profesional con uno de mis alumnos. Tal parece que Bingham estaba en todo su derecho de pedir que mi curso se suspendiera por temor a represalias en su aprovechamiento académico, dada la forma en que nuestra "relación" había dado por terminado. No hubo réplicas, explicaciones suficientes para defenderme, o argumentos válidos, simplemente me estaban echando del profesorado y no había forma en que volviera a poner un pie aspirando a dar clases de nuevo en esa, o en cualquier otra universidad de la ciudad. Para ese momento ya estaba siendo tachado de todas las listas de profesores activos y más me valía no hacer un gran escándalo al respecto, si es que, en algún otro lugar, me venía la gana volver a intentarlo.

Mi carrera y reputación se fueron a la basura de manera abrupta y sin advertencias claras. Bingham egoístamente deseaba extirparme de raíz de cualquier lugar en que nuestras vidas pudieran seguir coincidiendo. En pocos términos, para él, no había sido más que una aventura más en su lista de deberes. "Tirarse a un profesor de facultad" podría haber sido el nombre del apartado donde me encasillo desde la primera vez que nos vimos y que, al final, terminó por puntear como "realizado". Ya no quedaba nada más de mi que le interesara, estaba más que listo para desechar a su marioneta del momento, evitándose así la incomodidad de ver una vez más mi expresión decepcionada cada que nos encontrábamos en clase donde, sin quererlo, terminaba fijando la mirada en él, hablándole a través de mi cátedra, pidiéndole explicaciones en metáforas y aguantándome el llanto para no quedar como un demente frente a toda la clase. Era cansado, lo sabía, acosarlo de aquella forma exterminó su paciencia y ahora era cuando lo demostraba sin remordimientos.

Y ahora, estoy volviéndome completamente loco. Ni siquiera he tomado una ducha, comí apenas las sobras de una pizza que había en la cocina y dormito de a ratos en el sofá, sin lograr descansar completamente.

Hace dos días que me mantengo pendiente al teléfono, esperando que, por casualidad, Andreas se digne a responder de una buena vez a los mensajes que he dejado en su contestadora, pero no lo ha hecho. Me duele no poder escuchar sus voz una vez más llamándome, pero prefiero que sea así, que me recuerde aún con algo de vida e ilusión corriendo por mis venas, como la primera vez que se enamoró de mi, como un ser humano completo y no como ahora, agotado y demacrado por la angustia. Quizás es mejor que no conteste a mis llamadas y no venga aquí en mi auxilio, prefiero conservar en mi memoria su rostro con esas sonrisa vivaces y traviesas, al igual que sus increíbles ojos verdes expresándome todo el amor que alguna vez llegó a tenerme.

Mi cabeza es un lío, apenas cierro los ojos, no dejan de pasarme por enfrente las imágenes de todos aquellos momentos junto a Andreas, Bingham, Dieter, Roth y otros tantos de los que ni siquiera recuerdo su nombre, tan sólo tengo presentes sus rostros o pedazos entrecortados de lo que hubiéramos hecho escondidos en algún lugar y después, al final de todo, Mörgen aparece nublando ese cúmulo de recuerdos borrosos de tantas ocasiones en que terminé mintiéndole como un idiota.

Ahora estoy completamente seguro de que, de haber sido más sensato, no estaría donde me encuentro ahora, atormentado por todas y cada una de las mentiras que sostuve con serenidad frente a una de las únicas personas que jamás me habrían abandonado, aún cuando supiera todo lo que he hecho en este tiempo a sus espaldas.

Desperdicié a Mörgen y mientras me brotan las lágrimas sin control, no dejo de repetirme mil veces: He sido un imbécil, no la merezco en mi vida, como compañera, amante o siquiera como una buena amiga.

Lentamente y sin que nadie más participara, hundí lo poco o mucho que me mantenía cuerdo. Perdí el empleo que siempre había soñado, alejé a Andreas de mi lado, remplazándolo por una ilusión pasajera, desperdicié los ánimos y el valor que había encontrado para aceptarme tal cual era y además, desquebraje lo poco o mucho que quedaba de mi amor y gratitud por Mörgen.

Todo parece caer a pedazos frente a mis ojos, mientras que yo me quedo paralizado, mirando mi vida descomponerse en cientos de fragmentos imposibles de volverse a colocar en su sitio. Quisiera gritar, rogar por ayuda, pero mis labios parecen estar sellados y mis lamentos apenas son suaves murmullos que nadie escucha, porque ya nadie está a mi lado. Ya no existen oídos dispuestos a escuchar, ni manos que puedan ayudarme a escalar de nuevo al exterior. Me sumo en un abismo profundo, obscuro, frío y solitario.

No sé si vuelva a tener fuerzas para huir de aquí, comenzar de nuevo, tratar de construir una nueva historia lejos de este pasado que me consume con ferocidad cobrando cada una de las cosas que hice mal a cada paso.

Me siento exhausto y perdido en mi mismo. Soy un cobarde sin ninguna razón para seguir nadando en contra de las intempestivas olas de mentiras.

Me desintegro y nadie puede verlo...

Ya he cargado la pistola, esta en el último cajón del estudio, pero no quisiera irme sin verla una última vez. Esta noche, cuando vuelva a casa, la abrazaré con fuerza, pidiéndole en silencio las disculpas que nunca fui capaz de ofrecerle; escucharé con atención cada una de las cosas que tenga por contarme, tal y como se lo mereció siempre. Prepararé la cena y abriré una última botella de vino para brindar por toda la generosidad y amor que me regaló en nuestra vida juntos.

La besaré por última vez y entonces, todo será historia...

Jürgen.

La puerta 307© (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora