00:10 a.m. Martes 4 de Enero. 1994.
El hombre castaño se removió en su cama molesto, por la causa de aquellos golpes que generaban los impactos de un puño contra la puerta de su casa. Abrió los ojos y vio a su esposa durmiendo del otro lado de la cama. Parecía que cada noche dormían más alejados. Uno en cada borde, como si no quisieran ni rozarse. Esa distancia muda, porque tampoco hablaban nada con respecto a ello, los estaba matando. Pero ninguno de los dos se iba a animar a hablar. Los únicos temas de conversación entre ambos eran Eneas, las cuentas para pagar, la comida y demás cosas aburridas y cotidianas de la casa.
Otros golpes más volvieron a recordarle a Samuel el motivo de haber despertado. Esta vez se lanzó de la cama con el pantalón del pijama puesto. Fue hacia la puerta donde se encontraba el responsable del otro lado. Al girar el picaporte y abrirla, se encontró con Lisandro.
— ¡Samuel! — Exclamó el pelinegro lanzándose a los brazos del castaño, con las lágrimas bañándole las mejillas.
— ¿Qué pasa? — Cuestionó sorprendido y preocupado. — ¿Por qué llorás?
— Mi amor... — Habló este entre sollozos, mientras besaba su cuello, buscando refugio de la manera que solo él lo haría.
— ¡Lisandro! — Susurró Samuel reprimiendo un grito, tomando a su amante de la cintura y apartándolo de él a la fuerza. — Por favor. Están Lorena y mi hijo durmiendo.
— Tu hijo. — Dijo el ojiazul. — ¿Bruno está acá? Decime que Bruno está acá. Supuse que sería el primer lugar al que vendría.
— No lo sé. Ahora me fijo. Pero ¿qué pasó? — Preguntó dirigiéndose a la pieza de Eneas, sin obtener respuestas.
Samuel abrió la puerta de la habitación procurando ser lo más silencioso posible. Echó un vistazo adentro y los vio. Bruno tendido boca abajo, encima de Eneas, mientras este lo tomaba por la cintura. Ambos completamente dormidos. No pudo evitar sonreír al ver aquella escena. Poco a poco se iba convenciendo de que lo que decía Lisandro con respecto a sexualidad del castañito era cierto. Cerró la puerta nuevamente con cautela, y volvió a recorrer el corto pasillo para encontrarse otra vez con el pelinegro.
— Sí, está durmiendo con mi hijo. — Contó casi en una carcajada.
— Gracias a Dios. — Repuso éste tomándose el rostro con ambas manos.
— ¿Vas a contarme lo que pasó? Tranquilizate. — Habló Samuel tomando la mano de su amigo y guiándolo tres pasos hacia el sofá, para acabar ambos sentados.
— Apareció Sara. — Resumió en dos palabras.
— ¡¿Qué?! Por fin.
— ¿Cómo que "por fin"? — Cuestionó este molesto, arrugando el ceño.
— Es su madre. Él tiene derecho a saber de ella. Hace diez años que Bruno vino a vivir con vos y ella ni siquiera había aparecido.
— Tenés razón, pero eso no es lo peor. — Habló dejando escapar otras pocas lágrimas de sus ojos. — Se lo quiere llevar.
Samuel se quedó en silencio después de escuchar esto. No sabía qué decirle. Solo se lanzó a abrazarlo nuevamente. Ambos se aferraron al otro con fuerzas. Esta vez fue diferente. No eran dos amantes que ocultaban ganas de sexo en el roce de sus pieles, ese era un simple y a la vez complejo abrazo de apoyo, de sustento, de amistad.
— Yo me muero si me lo lleva. — Comenzó a sollozar otra vez el pelinegro. — Bruno es todo lo que tengo. No puedo despedirme de él, Samuel. No puedo.
— Hey, tranquilo. Ya ganaste el juicio una vez, podés volver a ganarlo.
— Lo gané porque pude dar pruebas de que ella era prostituta y que llevaba hombres a su casa. ¿Pero y si ya dejó esa vida? Además también están los derechos de mi hijo, Samuel. Sé que soy una persona egoísta, sé que soy una basura. Pero me sentiría demasiado mal obligando a Bruno a que viva conmigo.
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Eso está mal [Gay] [PAUSADA]
Teen Fiction"A los niños les gustan las niñas. Y a las niñas, los niños. Si es al revés, entonces está mal." La historia de Eneas comienza en 1985, en la ciudad de Mar del Plata, Argentina, cuando teniendo solo seis años de edad, su curiosa prima dos años mayor...