Capítulo 3: Tren escarlata.

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-¡Ginevra Molly Weasley, si no despiertas y bajas en este momento juro que iré y te vaciaré un balde de agua fría!- Fue lo primero que escucharon aquellos que se encontraban en la Madriguera un 1° de Septiembre en la mañana.

-¡Lo mismo va para los demás! ¡Levántense que se les hará tarde!- Grito la Señora Weasley desde la cocina de la Madriguera.

-Mamá, en serio, deja de gritar así, que ya te escucharon hasta los duendes sordos del Polo Norte.- Le dijo Ginny a su madre mientras bajaba las escaleras, tallándose un ojo por el sueño.

Por otro lado, en el cuarto de la menor de los Weasley, una castaña se alistaba para bañarse. Estaba muy emocionada pues por fin era 1° de Septiembre, lo que significaba que volvería a Hogwarts, junto con su novio y amigos.

Tan solo esperaba que ahí pudiera olvidarse de por lo menos una parte de sus problemas, que el concentrarse en los estudios la hiciera olvidar tan solo por un momento aquel espantoso día. Encontrar en aquel colegio un refugio o cura para esta soledad que sentía a cada segundo.

Además, quería confirmar si en verdad Draco Malfoy regresaría a Hogwarts o si solo eran especulaciones suyas. La idea de que el rubio fuera a regresar al colegio había rondado en su cabeza toda la semana y francamente ya quería despejarse de ella. Sin perder más tiempo, entro al baño para relajarse un poco y estar lista a la hora y así no tener contratiempos.

Era una mañana muy agitada para todos. Ni Ron ni Harry habían terminado de guardar todas sus cosas en el baúl así que se la pasaban de un lado a otro recogiendo todo lo más rápido que podían. Ginny no recordaba donde había guardado su varita por lo que, junto a Hermione, se pusieron a buscarla por cada rincón de la casa. La Señora Weasley estaba en la cocina haciendo algunos aperitivos para todos, para que llevaran en el viaje a Hogwarts y gritaba que se apuraran pues el Señor Weasley no tardaba en llegar para llevarlos a la estación King's Cross.

Unos minutos más tarde llego el Señor Weasley en su auto nuevo –regalo por parte de George en su cumpleaños-, y por suerte todos ya habían terminado de guardar sus cosas en sus baúles por lo que solo faltaba meterlos al portaequipaje.

Harry se había adelantado para ayudarle al Señor Weasley a meter los baúles de Ginny, Ron y de él, el único que faltaba era el de Hermione que por alguna razón ella no había bajado del cuarto de la pelirroja. Así que para no tener contratiempos Ron subió hasta la habitación de su hermana para ver qué era lo que pasaba con su novia.

Lo que encontró fue a una castaña de espaldas a la puerta, batallando con los seguros de su baúl. Así que con una sonrisa de diversión se paro en el marco de la puerta.

-Estúpidos seguros, ¿por qué no cierran?- La escucho hablar con un poco de cansancio y fastidio.

-¿Quieres que te ayude con eso?- Le pregunto de repente, lo que causo que la castaña diera un pequeño brinco del susto.

-Te lo agradecería mucho Ron, he estado batallando con eso un buen rato.- Dijo Hermione con una sonrisa de cansancio.

-¿Por qué no nos pediste ayuda a mí o a Harry?- Dijo el pelirrojo mientras cerraba el baúl.

-Lo que pasa...-se encogió de hombros.- es que creí que lo podía hacer sola. Además todos ya estaban muy atareados con sus cosas para que yo fuera a molestarlos.

-Tú nunca nos molestaras, mucho menos a mi, así que para la próxima pide ayuda.- Le dijo mirándola a los ojos, esos ojos color avellana que le gustaban tanto.

-De acuerdo.- Le respondió mientras agachaba la mirada. Ron aprovecho ese momento para acercarse a ella, tomarla de la cara y darle un beso. Hermione gustosa lo acepto y le siguió el ritmo, un ritmo lento. Pero tuvieron que separarse rápido pues llegarían tarde a la estación si no se daban prisa. Así que Ron le ayudo a bajar el baúl por las escaleras- con magia, claro esta- para después subir al auto y dirigirse a la estación King's Cross.

Cruel destino...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora