Él, un hombre que en el pasado podía enamorar a cualquier chica que se propusiera, solo mostrando su encantadora sonrisa y ese porte que lo caracterizaba, y que solamente él podía tener. Que solamente Draco Malfoy podía tener.
Ahora, aquel que reflejaba el espejo era solo la sombra de eso o a lo mejor ni siquiera eso podía considerarse. Aquel que veía en el espejo de cuerpo entero de su habitación se mostraba ojeroso, despeinado y un poco más delgado, además, ese traje fino y caro de color negro hacía que su piel se viera más blanca de lo que en realidad era. Su mirada estaba apagada, y cómo no, si su padre ahora se encontraba a miles de kilómetros de su casa, cumpliendo su condena en Azkaban, la prisión con más seguridad del mundo mágico. Y su madre, ella, tumbada en su cama, tan enferma y demacrada que no le daba ni un poco de ganas de verla, pues al hacerlo sentía que se quebraba por dentro.
La guerra le había quitado mucho, todo porque su padre quería seguir a ese estúpido mestizo con esos estúpidos ideales. No odiaba a su padre pues a pesar de todo él fue quien lo crió y alimento, pero le guardaba mucho rencor ya que por su culpa, la mujer a la que más amaba en este mundo, su madre, se encontraba todo el tiempo tumbada en su cama; por él, según los medimagos, a su madre solo le quedaban unos cuantos meses de vida; por él, su madre estaba sobreviviendo a base de medicamentos muggles.
Ya no tenía apetito, y cuando hacía de comer solo era para su madre. Los elfos domésticos se habían ido, los había liberado. No quería tener nada que le recordara los tontos ideales de su padre, ese mestizo y los que en algún momento fueron suyos.
Con la ausencia de los elfos él tenía que darle el medicamento sin falta a su madre pues una pastilla menos era un minuto menos de vida. En las noches no podía dormir. Volvían los recuerdos de todas las torturas y muertes que había presenciado cuando estaba bajo órdenes de Voldemort. Y las únicas noches que dormía era cuando se metía en la cama de su madre y ella lo abrazaba como cuando pequeño. Pero eso no era algo que pudiera hacer todas las noches.
Los únicos que lo apoyaban eran Theodore Nott, Pansy Parkinson y Blaise Zabini. Eran sus mejores amigos de niños y sabía que en ellos podía confiar ciegamente. Seguido lo visitaban en la Mansión; se quedaban a comer, se metían en las albercas de su casa, incluso se quedaban a dormir. Ellos, junto con su madre eran las únicas personas que quería. Ellos eran por los que seguía vivo. No tenía ninguna otra razón, pues su vida era una completa mierda.
Hace aproximadamente una semana, le había llegado una lechuza que en su collar tenía la letra "H". Por la letra en el collar y por el sello en la carta sabía por quien había sido enviada. Esa carta había llegado a su casa durante seis años, sin falta. Era la carta del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, en la que le comentaban que el próximo 1° de Septiembre iniciaría el nuevo curso en el colegio y que estarían contentos si decidía regresar. «Ja, ¿contentos? Si cómo no», pensó Draco.
Este año la carta había sido redactada por la Profesora McGonagall, la nueva directora del colegio. La llegada de la carta le había sorprendido demasiado porque no creía que aceptaran que siguiera estudiando ahí después de todo lo que había pasado en los últimos meses.
Aún no sabía si regresaría ya que de seguro estar ahí sería un completo infierno, con la mayoría de los estudiantes de Hogwarts deseando matarlo, aparte de que no le gustaba nada la idea de dejar sola a su madre en casa y más con su tan delicado estado de salud.
Blaise, Pansy y Theo también habían recibido la carta y ellos habían aceptado pues para estos era mejor estar en otro lugar que no fueran sus casas, así que si ellos regresaban significaría que no sería tan insufrible el estar allá pero pero aun tenía el problemade que su madre se quedaría sola. Solo podría dejarla e irse un poco tranquilo si encontraba a alguna persona de confianza con la que ella se pudiera quedar pero sería bastante difícil porque la mayoría, por no decir todo el mundo mágico, los despreciaba a morir. Debía decidir rápido, solo tenía unas cuantas horas para enviar una carta de contestación a McGonagall.
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Cruel destino...
Fiksi PenggemarLa guerra cambia a las personas, algunas para bien y otras para mal. Las guerras dejan muchas cicatrices en las vidas de las personas, dejándolos sin familia, sin hogar, solo con un corazón destrozado que con el tiempo va sanando pero nunca queda i...