10. Negociaciones

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El día siguiente transcurrió con tranquilidad.

El mar estaba en calma. La marea, con su lento vaivén, y el sonido de las olas resultaban gratificantes y encantaban a todos los tripulantes de La Dama de las Dagas haciendo que estuvieran de un humor extrañamente jovial y dadivoso.

No había largas conversaciones, lo cual evitaba la posible creación de disputas o discusiones pero, las pocas charlas que había, se trataban con alegría, apacibilidad y compañerismo.

No obstante, cuando el sol se hubo puesto y se reunieron para cenar, todos volvieron a su estado de ánimo habitual y se generaron nuevos altercados donde la mayoría acabaron bañados en comida.

Cuando todos se hubieron acostado y el barco volvió a sumirse en completo silencio tal y como sucedía noche tras noche, unos pies descalzos caminaron por la sala de artillería y salieron a la cubierta del barco.

Allí, sigilosamente y de puntillas, el personaje se acercó hasta uno de los cabos próximos al palo mayor y emprendió su objetivo de alcanzar la cofa.

La soga le raspaba las manos y, a pesar de tener buenas cualidades atléticas y de poseer una gran habilidad trepadora, quizás por las horas o el cansancio acumulado, la subida le resultaba un tanto dificultosa.

Por no hablar de que la tensión que transportaba con él no era para nada alentadora. Más bien hacía que cada cierto tiempo tuviera que parar su acción para pasear la vista por la cubierta y ver si había alguien observándole o que fuera capaz de descubrirle.

No sabía por qué pero desde que habían salido de Isla Ballena sentía como si hubiera unos ojos fijos en él. Observando cada uno de sus movimientos, desde los más importantes hasta los más banales. No obstante, había decidido no contarlo a nadie, ya que, probablemente, tan solo se tratasen de imaginaciones suyas.

-¿Quieres subir ya?-le susurró alguien desde arriba.

Alzó la cabeza y distinguió un rostro asomado a la cofa y una espesa coleta que caía.

-Oh, Rapunzel, Rapunzel, deja tu pelo caer.-citó el escalador.

-¡Sube, imbécil! Antes de que me arrepienta de mi decisión de anoche...

Trepó el último trecho con rapidez y llegó a su destino. Allí le esperaba su fuente.

Chino estaba sentado con las piernas y los brazos cruzados, mirándole.

Pero Nic, quien no podía dejar escapar una sola oportunidad para bromear, pasó una mano por delante del rostro del asiático y dijo:

-¿Chino? ¿Estás despierto? No es bueno dormir en horas de trabajo...-bromeó.

-Estás a una más de que te empuje cofa abajo.-le amenazó Chino, sin moverse un pelo.

-Vale, vale...-Nic se sentó delante de él- ¿Y bien? ¿Qué es lo que pasó?

Chino soltó una carcajada forzada y exclamó:

-¡Ja! ¿Que qué es lo que pasó? Primero quiero algo a cambio, ya te lo dije ayer.

-Todavía sigues con esas...-dijo Nic pensativo- Pues no tengo nada de dinero con lo que pagarte.

-No he dicho que tenga que ser dinero.

-Sé que eres mala gente pero mi vida la tengo reservada para cuando deba hacer un trato con el diablo.

-Quizás tengas algo de información que a mí pueda interesarme.-propuso Chino.

-Créeme cuando te digo que soy la persona del barco que menos información posee.-rió e hizo una pausa por un momento, para pensar en otras posibilidades- Y, ¿si hago tus tareas durante un mes?

-No.

-¿Dos meses?

-He dicho que no.-volvió a responder Chino- No necesito que nadie se encargue de hacer mis tareas. Además, es un trato con el que no obtendría ningún beneficio que me satisficiese.

-Entonces, ¿qué es lo que quieres?

-Me temo que no me queda más opción que la de proponerte lo siguiente:-sus oscuros ojos centellearon, fruto de su ambición, y una sonrisa ladina se dibujó en su rostro- verás, necesito de alguien que cumpla con una serie de "tareas especiales" que yo no puedo cumplir. A medida que las vayas cumpliendo, iré dándote algo de información acerca de lo que quieres saber.

-¿No es eso cumplir tus tareas?

"No puedo creer que de verdad sea tan ingenuo." pensó Chino "Pensé que solo se hacía el tonto... Quizás me esté intentando engañar." Examinó el semblante del muchacho.

Nicolás Fernández tenía fama de ingenuo y alocado. No tenía dos dedos de frente y siempre actuaba sin pensar, o eso era lo que se comentaba en el barco. Pero a Chino ese muchacho siempre le había inspirado algo de desconfianza. A pesar de que era muy poco probable que ese chico fuera en verdad alguien sagaz y manipulador, tenia cierto toque de misterio que lo hacía un enigma sin resolver a ojos del asiático.

"Supongo que solo hay una forma de averiguarlo." Concluyó.

-¿Aceptas o no?- preguntó al rubio.

El chico afirmó:

-Acepto. Pero antes quiero saber algo acerca de lo ocurrido aquella noche.

Chino frunció el ceño y meditó su respuesta. Finalmente, comunicó:

-Bueno, supongo que puedes tomar esto como un pequeño adelanto.-se encogió de hombros- Te diré que a esas tres jovencitas no las conociste aquella noche, si no que las conocías de antes.

El rostro del chico se endureció momentáneamente y permaneció en silencio. A saber que estaría pasando por su cabeza.

Chino le miró y afirmó de nuevo sus sospechas. Aquel adolescente tenía algo que no le gustaba.

Cuando se hubo cansado de pensar sentando en esas alturas mientras su compañero le analizaba y le miraba con desconfianza, Nic se levantó para volver por donde había venido.

Antes de que bajara, Chino le dijo una última cosa:

-Te haré saber cuando requeriré de tus servicios.

Una vez se hubo quedado solo en las alturas y con la mera compañía que el frío y el silencio le ofrecían, Chino dejó de pensar en aquel muchacho español y se centró en aquello que le andaba rondando por la cabeza desde que habían partido de Isla Ballena: aquella incómoda sensación de sentirse observado.

Más allá de los Siete Mares (CANCELADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora