13. La carga de la culpa

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Gotas de agua caían a un ritmo a compasado una tras otra. Eran resultado de la humedad que había en los calabozos, una que calaba hasta los huesos y te hacía tiritar de frío a pesar de que arriba, en la cubierta, todos estaban sudando por el calor.

Aquel sonido le irritaba, le sacaba de quicio.

Se recostó en las rejas que le encarcelaban.

Él no tenía que estar allí. Era inocente, él lo sabía, y el resto de sus compañeros debían de saberlo. El cabronazo de Chino le había inculpado sin motivo. Aquel hijo de puta...

Pero, no era eso lo que más le había dolido. Al fin y al cabo, Chino nunca había sido de fiar y por algo era que nadie en el barco confiaba en él. No, lo que más le dolió fue que el primero de abordo, Gerard, no hubiera creído en su palabra.

Había creído las palabras de un sucio mentiroso antes que las suyas y eso era una traición en toda regla.

Sabía que él y Gerard nunca habían sido íntimos pero, Gerard, Aamil y él eran, más o menos, de la misma generación. Casi se unieron los tres a la vez a la tripulación del capitán a pesar de que anteriormente sus vidas habían sido muy distintas.

Gerard siempre había ido de por libre, quizás porque era así de raro o porque tenía motivos ocultos, quién sabe. Nadie sabía porqué un tipo como él, culto, educado y refinado, se había unido a un sucio barco pirata lleno de malolientes hombres cuyas máximas aspiraciones eran las de robar oro con el que pagar a una puta. Sea como fuere, habían pasado muchos años juntos y pensaba que el primero de abordo pondría más confianza en él antes que en una rastrera serpiente como lo era Chino.

"Probablemente la culpa ha sido mía." pensó "Al fin y al cabo, lo errores le acompañan a uno durante toda su vida."

Sospechaba que Gerard había tomado aquella decisión por el pasado que Tugdual había tenido.

Hacía ya años, en Francia, Tugdual vivía felizmente como cocinero en el palacio de un rico señor, situado en la costa. Estaba casado con una bella mujer a la que admiraba y amaba como a nadie y tenía un hijo de unos cuatro años. Les quería, les adoraba...Su familia lo era todo para él. Sin embargo, estaban sufriendo una grave crisis. Había malas cosechas, la comida escaseaba, las enfermedades aumentaban y en los últimos meses a penas tenían comida suficiente, ni tan siquiera para que uno de los tres se alimentara.

"No podía verles así..." se decía a si mismo "¡No podía!".

Se restregó sus negruzcas manos por la cara, frustrado.

Aquellos recuerdos le provocaban tanto dolor, tanto sufrimiento y angustia...

Tugdual, muy a su pesar, hacía todos esos años, había cometido un delito que con el paso de los años cargaría de culpa y remordimientos sus espaldas: había robado comida en las cocinas de su señor para alimentar a su familia.

Recordaba haber sido discreto, cometiendo aquella infracción a espaldas de ojos que pudieran delatarle, o eso había creído. Alguien debió de verle e informó al señor del palacio de lo sucedido acerca del hurto. Como castigo, decidieron encerrarle y condenarle a morir en la horca pero, como si eso no fuera suficientemente por un mero acto de supervivencia, decidieron colgar también a su mujer y a su hijo. La culpa con la que cargaba no era fruto de haber cometido aquel delito, si no de haber provocado la muerte de aquellos dos a quienes más quería. Más adelante, poco después de la muerte de sus parientes pero antes de la suya propia, un barco desembarcó en el pueblo costero y atracó y saqueó por completo el lugar, liberando a todos los presos.

Más allá de los Siete Mares (CANCELADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora