21. Libertad

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Tras el negro manto que era la oscuridad en aquel amplio camarote, se encontraba Jacques Brown.

A la escasa luz de una pequeña vela, las bolsas de sus ojos y la palidez de su piel le daban un aspecto envejecido, como si durante su encerramiento se hubieran incrementado sus arrugas y patas de gallo, haciéndole aparentar más años de los que tenía.

Llevaba noches enteras en vela, incapaz de conciliar el sueño, metiéndose en la cama para dar una y mil vueltas entre las sábanas y terminar saliendo de ellas para sentarse nuevamente en su escritorio, a estrujarse el cerebro para encontrar sentido a todo lo que le estaba ocurriendo. Y una vez más, una noche más, había vuelto a fracasar.

Su primo Clark era un caso perdido, no conseguía dar explicación a los hurtos que se estaban sucediendo y tampoco había podido dar esquinazo a La Muerte Irreversible y, además, ni si quiera se había acercado a suponer dónde podría situarse la remota isla que buscaban. Desesperado, así es como se encontraba Jacques Brown en aquellos días. Y parecía como si nadie valorara su esfuerzo de permanecer encerrado en el camarote, rumiando una y otra vez lo mismo para salvar el culo. No, en vez de eso su primo le llamaba tirano. Qué sabría él... Ni siquiera había podido mantener su barco a flote. Fracasado... Y, pese a pensar que su primo no tenía ni la más mínima idea de cómo liderar a un grupo de hombres en condiciones, a Jacques le habían dolido las palabras de su primo. Habían sido pronunciadas con desprecio pero con una amarga sinceridad que hacía que a Jacques le escociera.

Escuchó unos murmullos al otro lado de la puerta. También había movimiento, fueran quienes fuesen parecían inquietos. Y lo pensaba en plural, pues su agudo oído había conseguido distinguir más de una tonalidad de voz, a pesar de que aquello que hubiesen dicho había sido ininteligible para él.

Se llevó la mano al cinturón, agarrando el mando de su pistola y, con los ojos fijos en la puerta, esperó a que los que se encontraban al otro lado se dispusieran a entrar.

Para cuando la puerta se abrió, Jacques ya había desenfundado su arma y apuntaba a los recién llegados.

Los bienvenidos no eran otros que los mismos hombres de su tripulación, armados hasta los dientes con cuchillos, daga y espadas en mano y un brillo de valentía y decisión en los ojos.

Pero cual fue la sorpresa de aquellos pobres desgraciados cuando, al irrumpir en la habitación, encontraron un cañón cargado apuntando hacia ellos, dándoles la más calurosa de las bienvenidas.

Los hombres se quedaron paralizados, con la boca abierta pues no les había dado si quiera tiempo a hablar:

-Me siento ofendido de que me subestiméis. Si creéis que no sé cuando se está planeando un motín en mi barco es que simplemente sois más idiotas de lo que creía.

Eran más hombres de los que hubiese podido imaginar, de diferentes tamaños y estaturas, incluso de mentalidades muy distintas, pero todos habían decidido unirse con un solo fin: acabar con el capitán. Y, además, habían decidido ir en manada para atacar entre todos a Jacques. Brown nunca pensó que tantos de sus hombres compartiesen el mismo desprecio hacia él.

De la boca de Brown salió un estruendo que resultó ser una risa. Los muy cobardes habían tenido que reunir un grupo de un número considerable de miembros para creer que tenían posibilidades contra él. Eran patéticos y débiles, y en situaciones normales a Jacques aquello le hubiese repugnado pero, en aquel momento le resultaba alentador. Quizás aquel estúpido motín despejase su mente un poco de los problemas verdaderamente importantes.

Los hombres se habían quedado parados en la puerta, quietos como estatuas ante la sorpresa de ver a Jacques preparado para el ataque. Había desaparecido la osadía en aquellos ojos traidores y ahora, de sus pupilas dilatadas de sorpresa, emanaba la histeria que comenzaba a gritar en el interior de cada uno, una que aullaba con voz clara que, pese a sus planes, el motín nunca tuvo la oportunidad de triunfar.

Más allá de los Siete Mares (CANCELADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora