El vuelo despega a la medianoche en punto. En mis labios aún permanece la caricia suave y lenta de los labios de Damon antes de embarcarme en este viaje. Me besó, tan profundamente como me gusta, pero tan ligero que me dejó deseando mucho más. Lástima que estábamos en un aeropuerto y no podíamos dar muestras de afecto de esa forma.
Acaricio con mis dedos mi boca, cerrando mis ojos y recordando la mirada que me dio antes de que me diera la vuelta para embarcar, con palabras específicas marcadas en su boca, mientras se mantenía cerrada sin decir nada. Me desilusionó no escucharlo decirme que me ama, pero sé que pronto sucederá. Por Dios, ya tiene pensado tener hijos en un futuro. Eso es algo, ¿no?
Aprieto mi cinturón, y siento el avión despegar con lentitud y precisión. En el aire, a tan solo una hora de mi parada, me mantengo ocupada mirando las nubes apenas visibles en el cielo negro, que las estrellas cubren y hacen destellar de una forma espectacular. Suspiro, deseando poder ver este espectáculo con Damon, y cierro mis ojos, lista para caer dormida por al menos unos minutos.
Pero la hora se me pasa volando y de repente soy despertada por una amable azafata, quien estira la mano y me sacude suave por el hombro para informarme que ya llegamos. Asiento en agradecimiento y casi corro fuera del avión.
Tomo un taxi directo al hospital, ya que veo el mensaje de Tyler que me dice que me espera ahí para que pueda verlo. Sabe que no puedo dormir sabiendo que está despierto y justo antes de subir al avión le mandé un mensaje para avisarle que estaba en camino. Cierro el aparato y suspiro de felicidad, a pesar del hecho de que mi padre está paralítico y es posible que no recuerde casi nada. Aquello no puede quitar mi felicidad, por más que lo intente. Pero justo cuando llego y me adentro en busca de la habitación de papá, los nervios me atacan.
Volveré a ver a aquel hombre que se ensimismó en su trabajo para no vernos y recordar a su difunta esposa, nuestra madre. Aquel hombre que nos ignoró para no seguir sufriendo y quien dejó que sus hijos apenas adolescentes se mudaran con la tía a otra ciudad, sin dudarlo. Pero el pasado, pisado. Lo entiendo y ahora en lo único que me ocupo en pensar es en que está vivo y con nosotros, con la posibilidad de remediar aquello de hace años.
Tomo un respiro nervioso, parada por fin frente a la puerta de la habitación de William. Mi corazón late con fuerza en mi pecho, ansioso, y mi mano se apresura a tocar la puerta. Mi hermano la abre, y la sonrisa que me da hace que mi piel se sienta más y más emocionada al igual que mi alma, corazón y cuerpo.
Se aparta de la puerta y doy un paso adentro, colocándome justo frente a la camilla blanca. Elevo mis ojos para encontrarme con los suyos.
—Hola, papá.
⦿ ⦿ ⦿
Dos días después, mi padre finalmente está en casa, tan desorientado como puede estar. Su silla de ruedas se arrastra por todo el lugar, curioseando por todos los rincones mientras toca y reflexiona sobre cada objeto. Se ve vivo y demacrado, pero vivo. Un poco confundido, sí, pero de todas maneras bien. Tomó cada palabra informativa sobre nosotros mientras hablábamos en el hospital y aceptó que es parte de una familia. No le molestó saber que estaba en una silla de ruedas como yo lo imaginaba. Pienso que su comportamiento despreocupado tiene que ver con algo dentro de él. Mi primera y única hipótesis es que, inconscientemente, quería tener alguna excusa para alejarse del trabajo y de todo el peso que conlleva. Se ve bien y me alegra poder verlo disfrutar del aire fresco con alegría. Estar encerrado en una habitación de hospital por semanas no debe ser lindo, mucho menos acostado y en coma, aunque ni notó que pasó ese tiempo.
Froto mis manos en mis pantalones mientras aparto de un soplido el mechón de cabello que se escapó de mi cola de caballo. El viento en estos momentos es tan fuerte como para sentir que en cualquier momento te llevará en la corriente si permaneces fuera de casa. Mi rostro sonrojado y mi cuerpo temblante lo demuestran.
Fer se encamina hacia mi padre, feliz, y lo envuelve en un abrazo gigante que lo deja desconcertado.
—¡Estoy tan feliz de por fin tenerlo aquí de nuevo, señor!
Apenas puede reaccionar para devolverle el abrazo con cierta pereza.
—Uh, gracias...
—Fer. —Ella sonríe—. Bienvenido.
Los dejo en la sala y me tomo mi tiempo arrastrando mis pies congelados envueltos en botas sobre los escalones. El cansancio del día pesa sobre mis hombros y lo único que quiero ahora es tirarme en mi gran y cómoda cama, y dormirme todo el día. Ty y Fer podrán con mi padre.
Entonces, cuando entro a mi habitación, la silueta encorvada sobre la cama de Damon me sorprende con la guardia baja. Sus brazos apoyados sobre sus rodillas y su cabeza cabizbaja no son buena señal. Tomo un respiro y cierro la puerta sonoramente detrás de mí. Sin embargo, no se mueve ni levanta la cabeza para verme.
—¿Damon? ¿Qué haces a...? —comienzo.
—¿En serio me amas?
Su pregunta me deja sorprendida, mi piel hormiguea al verlo estirarse, tomar una hoja blanca de papel y balancearla en el aire con lentitud.
—Sí, Damon —no miento y me acerco más, no lo suficiente como para tocarlo.
—¿Por qué? —Parece confundido y sin poder creerlo. Una guerra interior destella en sus espectaculares ojos que tanto amo.
—Porque, Damon, me haces feliz. Desde el primer momento me hiciste sentir viva y querida. Me quisiste como era, no pretendiste nada de mí. No jugaste conmigo ni me engañaste con nada. Con cada día que pasaba contigo mis sentimientos se hacían cada vez más grandes y no es algo que podía controlar. Tan solo... rompiste mi muro, tanto que llegaste a acorralar y ser el dueño de mi corazón.
Los recuerdos de esos días se disipan en mi mente mientras siento en cada pulgada de mi cuerpo todos los sentimientos que desde siempre me hizo sentir. Me adoró como ningún otro, no me dejó de lado en nuestros peores momentos de la vida, en los conflictos ni en nada relacionado. Simplemente peleó y nos hizo salir adelante. Me hace salir adelante. Desde siempre.
—En esta carta, expresas justamente el daño que te hice cuando me enteré de lo que le pasó a tu padre y me enojé. No puedo evitar pensar que soy malo para ti. Pero soy tan egoísta que me importa una mierda si lo soy, Nat. ¿Eso me hace una mala persona? —Me mira y su tristeza es evidente ante mis ojos.
—No, eso es lo que te hace el hombre que adoro y amo. Es simple, Damon.
—Te amo también.
Una sonrisa se desplaza sobre mi boca. El corazón martillea contra mi pecho con tanta rapidez que me sorprende no estar teniendo un paro cardiaco. Me siento a su lado en la cama, sin despegar la vista. Es tan hermoso, tan lindo, sincero, protector y tantas otras cualidades que solo lo hacen destacar entre otras personas. Eso lo hace tan... mío.
—Qué bueno, porque no pienso dejarte. —Niego divertida y no duda en sonreír mientras toma mi rostro.
—Natalie, lo que menos quiero es que me dejes. Olvídate de la idea de que te pueda dejar. Eso nunca sucederá. Eres mía, de arriba abajo. Cada centímetro de ti.
—Entonces... ¿Soy tuya? —Mi pregunta sale en un susurro de mis labios y mis ojos se deslizan sin descaro hacia sus labios.
—Siempre. Y yo soy tuyo.
Acerco mi cara hacia la suya, envolviendo mis brazos a su alrededor y arrastrando sus dedos con lentitud por su cuero cabelludo.
—Completamente mío.
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Completamente mio {Saga Damon #2} DISPONIBLE EN LIBRERÍAS
RomanceSaga Damon #1 Él es mi boxeador Saga Damon #2 Completamente mio °Segundo libro de Él es mi boxeador° Yo. Triste. Aterrada. Apenada. Insegura. Con miedo. Preocupada. Esperanzada. Todo eso es lo que siento desde que estoy aquí, en mi casa. En la casa...