Capítulo 11

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CAPÍTULO 11: AHOGADO EN EL SOL

Un leve dolor en la espalda y un molesto calor en mi vientre fueron los causantes de mi despertar ese jueves por la mañana. Mis huesos estaban entumecidos, probablemente por la mala postura con la que había dormido. Abrí mis ojos lentamente, mis párpados pesaban y mi cabeza dolía, pero lo más curioso de todo fue ver la maraña de cabello que se hallaba sobre mi vientre. Me extrañé por unos segundos hasta que reaccioné y supe dónde me encontraba. Estaba en casa de Evan, la noche anterior me había quedado dormida en su sofá después de avisar a mis padres que de eso podía llegar a suceder para que estos no se preocupasen. Pero lo que no llegaba a comprender era qué estaba haciendo la cabeza de Evan durmiendo sobre mi vientre. En cierto modo era incómodo tenerle encima de mí. El calor era molesto pero en general Evan también lo era.

-Evan... -dije con la voz aún ronca por el sueño-. Despierta –ordené mientras me movía con torpeza para intentar llegar hasta mi teléfono móvil. Evan gruñó acercándose más a mí cortándome la respiración momentáneamente-. Evan venga, despiértate-. Mi teléfono se encendió ante mi tacto permitiéndome ver la hora marcada en la pantalla; "07:06". Mi organismo ya había adaptado un despertador interno que cada día cumplía con su función alrededor de las siete de la mañana-. Evan vamos, tenemos que ir a la universidad –dije frotándome mis ojos para luego colocar una mano en el hombro derecho de Evan y empujarle un poco para así poder levantarme.

-¿Ariadna? –Preguntó Evan con confusión a la vez que empezaba a despertarse-. ¿Qué estás haciendo aquí? –La confusión era notable en su voz.

-Ayer me dijiste que me podía quedar a dormir y al parecer ambos nos quedamos dormidos en el sofá –comenté.

-¿Qué hora es? –Preguntó el chico que empezaba a estirarse para levantarse.

-Las siete y diez, en menos de cincuenta minutos tenemos que estar en la universidad –respondí buscando mis mochila y mi abrigo con la mirada.

-¿Desayunamos?

-No puedo, quiero ir a casa a cambiarme de ropa antes de ir a la universidad, desayunaré allí –me excusé. Aunque eso fuera verdad, también quería irme con rapidez, me encontraba incómoda y la situación me descolocaba. Localicé mis pertenencias en la mesa de la cocina y me encaminé hacia allí.

-Como quieras –dijo él volviéndose a tumbar en el sofá.

Llegué hasta mi mochila y mi abrigo, pero antes de cogerlos vi por el rabillo del ojo una ventana a mi derecha y que en el cristal de esta se encontraba reflejado mi cuerpo, me acerqué lentamente contemplando mi rostro. Me detuve a un metro de esta y observé cómo dos pequeñas bolsas se habían formado bajo mis ojos y que mi cabello estaba bastante desordenado. Intenté acomodarlo con mis dedos, y frustrada porqué este no quería colocarse cómo yo le ordenaba, improvisé una cola de caballo con un coletero que llevaba en la muñeca.

Me puse mi abrigo y volví al salón para encontrarme a Evan medio dormido de nuevo-. Evan, llegarás tarde si no te levantas.

-Creo que hoy no iré a clase –murmuró él levantándose para poder hablar conmigo.

-¿Y eso por qué? –Pregunté con curiosidad a la vez que colocaba mi mochila en mi espalda.

-Alguien me dijo alguna vez que había un arte privilegiado al no hacer nada y me apetecía probarlo –confesó acercándose a mí.

-¿Il doce far niente?

-Así es.

-Por lo que me contaste será algo que te supondrá mucho esfuerzo –contesté.

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