Capitulo 24

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El anfitrión se levantó de la mesa y los demás siguieron su ejemplo.

—Las mujeres pueden ir  al salón. Los hombres pueden venir a mi estudio antes a fumar un puro. Cyntia sólo me permite fumar un puro al día y me gusta dejarlo para después de cenar. ¿Eric? ¿James?

Su hijo sonrió con aire indulgente.

—He dejado de fumar cigarrillos, pero no me importaría probar uno de tus puros, papá.

James se tocó el cuello de la chaqueta con aire nervioso.

—Me temo que soy alérgico al humo. Y, a decir verdad, creo que he pillado un resfriado. Me parece que voy a retirarme, si no les importa.

—Pero si sólo son las nueve y media —protestó Bella.

—Creo que estás muy caliente —dijo Daki, tocándole la mejilla.

—¿Tiene fiebre? —preguntó su asistente.

—Sí, eso creo. Pero no mucha. Lo que necesita es un buen descanso.

—Por supuesto. Robert, deberíamos dejarle que se fuera a la cama —intervino Cyntia.

—Sí, sí, claro —repuso el aludido.

—¿Quieres que te acompañe a tu habitación? —se ofreció Eric.

—Gracias —Jamie le pasó un brazo a Daki por los hombros—. No te acuestes muy tarde, hermanita. Tú tampoco te sientes muy bien.

—Bueno —dijo Bella—, no me extraña nada después del frío que debiste pasar la otra noche en la cornisa de tu casa en medio de la tormenta de nieve.

Dakie la miró fijamente.

—Eso parece interesante —sonrió Eric.

—¿De qué habla? —preguntó Roberth August.

—No es nada —murmuró la joven, ruborizándose.

—Bella tiende a exagerar un poco —intervino Jamie.

—Bueno, yo... —empezó a decir la joven.

—Si Daki prefiere no hablar de ello, olvidémoslo —musitó Eric.

La aludida lo miró agradecida. Jamie torció el gesto. En su opinión, él merecía al menos una sonrisa similar.

—Si estás listo, te enseñaré dónde está tu habitación —dijo Eric.

Después de darle las gracias a Cyntia por la encantadora cena, Jamie lo siguió.

—Me gusta tu hermana —le dijo su acompañante, mientras subían por la escalera.

—Ya lo he notado.

El otro se echó a reír.

—Y lo más gracioso es que estaba predispuesto a que no me gustara.

—¿De verdad?

—Sí. Papá no ha dejado de hablarme de Dakota Johnson desde que aterricé en el aeropuerto. De lo inteligente, responsable y eficiente que es. Estaba convencido de que sería una solterona imposible.

Jamie se humedeció los labios.

—Bueno, yo adoro a mi hermana, pero hay que reconocer que no es exactamente una mujer fatal —mintió.

—Con unos pequeños cambios, podría serlo —contrarrestó el otro. Le sonrió abiertamente—. Tú eres su hermano y probablemente no te das cuenta, pero te diré algo que ni tú ni mi padre podrías notar nunca. Hay fuego en los ojos de Daki. Si alguna vez se decidiera a desmelenarse, las chispas podrían verse por toda la ciudad.

A Jamie empezaba a hervirle la sangre.

—Ella no tiene ningún deseo de provocar chispas.

—Lo siento, amigo, pero me da la impresión de que no la conoces muy bien —dijo Eric, abriendo la puerta de una de las habitaciones.

—Vaya, su mayordomo ha debido confundir mi maleta con la de Dornan—dijo el otro, señalando la maleta negra que había hecho pasar por suya delante del sirviente.

—Eso no es problema. Dornan tiene la habitación contigua. Las cambiaré.

—No, no, no te molestes. Yo me ocuparé de eso. Ve a reunirte con tu padre.

Eric sonrió y Jamie comprendió que no era en el puro de su padre en lo que estaba pensando, sino en la posibilidad de conocer mejor a Daki ahora que ya no tenía que preocuparse por la presencia del hermano guardián. Le devolvió la sonrisa.

—Buenas noches. Espero que a tus padres no les importe que me levante tarde mañana. Yo no desayuno nunca.

La sonrisa del otro se acentuó.

—Duerme todo lo que quieras, James.

Jamie se examinó en el espejo. Llevaba el cabello peinado y un traje azul marino. Se puso un abrigo gris de lana y una bufanda a rayas grises y azules y se miró de nuevo con el ceño fruncido. Su transformación era impecable al igual que su presencia.

¿Cómo podría salir de la casa sin que nadie se diera cuenta? Sabía que los hombres estaban en el estudio y que habrían cerrado la puerta para no dejar que el humo impregnara el resto de la casa. Las mujeres estaban en el salón y Daki se encargaría de que no salieran. Así que sólo quedaban la cocinera y el mayordomo. La primera estaría en la cocina preparando café y recogiendo los platos, pero el mayordomo presentaba un problema. Podía estar en cualquier lugar.

Abrió la ventana y se asomó al exterior. Era una altura demasiado elevada y no había tuberías ni nada que pudiera servirle de punto de sujeción.

Abrió la puerta de su cuarto. No había nadie a la vista y no se oían pasos. Lo único que tenía que hacer era bajar la escalera, cruzar el vestíbulo y salir por la puerta sin que nadie lo viera.

Respiró profundamente y empezó a bajar las escaleras. Cuando bajó el último escalón, sólo le quedaban cuatro metros de vestíbulo para llegar a la puerta principal.

Tenía ya la mano en el picaporte cuando oyó pasos a sus espaldas. No había ningún lugar donde esconderse. Se dio la vuelta y se encontró con el mayordomo, que salía del salón y se dirigía hacia el comedor.

Al ver a un desconocido en la puerta, el sirviente dio un respingo.

—Ho... hola —tartamudeó Jamie.

Estaba a punto de comentar que había encontrado la puerta abierta. Pero en aquel barrio nadie dejaba las puertas abiertas.

La sorpresa que expresaba el rostro del mayordomo se transformó en amenaza.

—¿Cómo ha...?

En aquel momento, Dakota salió del salón. Sonrió amablemente al sirviente.

—No pasa nada. Estábamos esperando al señor Dornan. Yo lo he dejado entrar. Lo he visto acercarse cuando salía del cuarto de baño. Ahora iba a decirles a todos que ya está aquí —se acercó a Jamie—. Vaya, temíamos que no llegaras hoy. Ya hemos terminado de cenar. Vamos, quítate el abrigo. Estábamos a punto de tomar los postres y el café.

Se volvió hacia el sirviente, que seguía mirando al joven con aire de sospecha.

—¿Quiere decirles al señor August y a su hijo que el señor Dornan ha llegado ya? Creo que están en el estudio —se volvió hacia el otro—. Ven conmigo. Te presentaré a la señora August.

El mayordomo se encogió de hombros, les hizo una inclinación formal con la cabeza y se dispuso a hacer lo que le había pedido Daki. En cuanto se perdió de vista, la joven se volvió hacia su esposo.

—Esta vez han estado a punto de pillarte, amigo —lo riñó—. Yo en tu lugar, tomaría el postre y el café, saludaría a la gente y trataría de retirarme lo antes posible. Eres tan inteligente que estoy segura de que se te ocurrirá alguna buena excusa.

—Me sorprendes, jovencita —se burló él—. Como dice nuestro estimado anfitrión, un compromiso es un compromiso. Para bien o para mal.

♥♥♥♥

HOLA A TODOS, GRACIAS POR LA ESPERA, BESOS

LOCAMENTE CASADOS (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora