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Regresar a la ciudad que lo había visto crecer era algo realmente emocionante para Gerard. Creía que esta vez si podría hacer las cosas bien y crear nuevos recuerdos que eliminaran los horribles recuerdos de su adolescencia.

Quería visitar a Donna y tal vez quedarse esa noche ahí para después buscar un departamento decente para él. También quería ir a ver a su hermano, había muchas cosas que le quería contar. 
Tenía que aceptar que se sentía jodidamente bien pasando por las calles que lo vieron ser un miserable; ahora, pasaba como el artista reconocido que era.

Sonrió al entrar al vecindario en donde llevo una vida llena de acosos. Había hablado con Donna años atrás para que ella se pudiese ir a vivir en un vecindario digno de ella, pero con lo terca que era su madre, sólo pudo cambiar el mueblado de la casa.

Aparcó fuera de la linda casa azul cielo con detalles blancos. Aún los rosales mantenían ese color característico y los tulipanes aún estaban intactos. Sonrió al salir de su auto observando todo su alrededor.

Todo era totalmente colorido, lleno de vida. Cerró el auto con llave y empezó a caminar por el lindo camino de rocas que había creado Donald antes de que falleciera. Llegó hasta la puerta y golpeó un par de veces la puerta.

Maldijo su mente por no recordar comprar un par de flores para su madre que era fanática de ellas. La puerta se abrió y mostró una señora totalmente arreglada con un lindo vestido color amarillo con negro que contrastaba perfectamente con el rubio de su cabello.

—¡Hijo! —Exclamó la rubia lanzándose a los brazos de su primogénito. 

El azabache la rodeó con sus brazos apegando su rostro al cabello de su madre.

—Mamá. —Susurró Gerard separándose de su madre.

—¿Por qué no avisaste que venías? —Cuestionó su madre acariciando una de sus mejillas.   —Te hubiera preparado una tarta de manzana.

—No es necesario. —Sonrió de lado el azabache. —Mejor déjame dormir una noche aquí. ¿Si?

Su madre volvió a abrazar a su hijo. La alegría que le hacia sentir Gerard cuando la visitaba era infinita. Estaba muy orgulloso de él y de todo lo que había logrado por su cuenta.

—Pasa, pasa. —Añadió soltando a Gerard para adentrarse a la casa.

Todo era totalmente igual que antes. Los pequeños buros a lados de los sofás de la sala de estar estaban iguales, las fotos colgadas estaban intactas y al parecer lo único que había cambiado era que la casa se veía desolada. 

—¿Cómo has estado? —Cuestionó Gerard sentándose en unos de los sofás. 

—Muy bien. —Habló su madre saliendo de la cocina con un vaso de cristal entre sus manos. —Y, ¿tú, cariño?

—Yo bien, gracias. —Sonrió el azabache recibiendo el vaso de cristal con gusto. 

—¿Agua o jugo de naranja? —Cuestionó su madre volviendo a entrar a la cocina.

—¡Agua está bien! —Elevó la voz. 

La rubia volvió a salir de la cocina pero ahora con una jarra de cristal entre sus manos en donde llevaba un poco de agua llena de pequeños cubos de hielo. Se acercó hasta su hijo y con ayuda de su primogénito vertió agua en el vaso de cristal.

—Gracias. —Sonrió una vez más el azabache para llevar el vaso hasta sus labios y dar un gran sorbo.

Su madre sólo le dedicó una cálida sonrisa y se sentó en el sofá individual dejando la jarra sobre la mesita de centro. 

—¿Qué tal todo?—Cuestionó su madre.

—Bien, la galería de New York rompió con el récord de visitas. —Dijo orgulloso.

—Qué bien, cielo. —Sonrió su madre recibiendo gustosa a la gata negra que subía hasta sus piernas para quedarse ahí acostada.

—Sharon sigue igual. —Comentó el menor sonriendo.

—Sí, ella ha sido mi compañera desde que Michael se fue y bueno, hace menos ruido que tu hermano. —Bromeó su madre acariciando a la gata.

—Y, ¿tú? —Cuestionó Gerard. —¿Qué tal tu vida?

—Muy bien, no me quejo. —Sonrió su madre. —Así, que te quedarás una noche, ¿no?.

Gerard asintió con la cabeza y agregó; —Sólo por está noche, no pienso darte muchas molestias.

—¿Molestias? —Cuestionó su madre soltando una risita. —Molestias las que me dabas cuando estabas en mi vientre, eras un gusanito.

El menor soltó una risita y volvió a tomar un sorbo de agua. 

—Vengo a ver a Lynz. —Comentó. —Mañana ella abre su galería y me invitó.

—¿Si vienes ver a Lindsey a mí no? —Cuestionó su madre con un cierto dramatismo. —Qué mal hijo eres.

El azabache negó y se puso de pie para caminar hasta su madre para ponerse de rodillas y abrazar sus piernas como cuando era un niño.

—Tú eres más importante. —Cerró fuertemente los ojos.

—Igual tú. —Donna dio un par de palmaditas en la espalda de su hijo.

Gerard se colocó de pie y sonrió a su madre antes de volver a tomar asiento en el sofá. 

—También quiero ir a visitar a Helena. —Comentó el azabache.

La sonrisa del rostro de Donna desapareció.

—Hijo, ¿crees que es buena idea? —Cuestionó su madre con total seriedad.

—Ya pasaron años, mamá. —Soltó un suspiro. —Tengo tantas cosas que contarle.

—Te entiendo, hijo. —Bajó su mirada a la gata que empezaba a ronronear. —También extraño a tu padre.

Gerard se quedó en total silencio. La relación con su padre jamás había sido buena, y cuando este había fallecido el azabache sólo había ido al entierro por compromiso. No lo extrañaba y sabía que jamás lo extrañaría, su relación de padre e hijo jamás funcionó.

—Tranquila, mamá. —Murmuró. —Tenemos que superarlo.

Su madre sólo le dedicó una mirada llena de tristeza. La rubia se puso de pie para acercarse a su hijo y depositar un sonoro beso sobre su frente.

—Lo haremos. —Susurró tomando las manos de su hijo. —Lo haremos juntos. ¿Te parece si mañana temprano vamos los dos al cementerio?

Gerard saltó a los brazos de su madre. Amaba a su madre y a su paciencia para pasar más de veinte años con su padre. Donna siempre había sido su inspiración para todo, y se prometía a si mismo que todo lo que él lograra iba a hacer por ella. Sabía que jamás en la vida su madre lo abandonaría, que jamás su madre lo juzgaría como su padre lo hizo, por eso y más cosas, Gerard amaba a su madre y desde que había fallecido Helena, se había convertido en su todo.

Dejó un beso en su sien.

 —Claro que sí. —Sonrió el azabache. —Ahora, iré por mis cosas al auto. 

Su madre sólo asintió con la cabeza.

—Pero cuando acabes de acomodar, vamos a hacer esa tarta juntos. —Ordenó su madre.

—Claro que sí.  


Gerascofobia || FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora