IV

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La molesta alarma sonó. Soltando un bufido la apagó e hizo un intento de levantarse de su cama.

La noche anterior había sido una locura. Lindsey había tomado de más y había hecho una que otra travesura en el bar junto con los chicos punk que al parecer eran más que amables. Frank había estado la mayor parte de la velada con él. Habían conversado de temas generales y ninguno de los dos se atrevió a hablar de su vida.
Cuando el bar cerró Gerard tuvo que ayudar a Lindsey a salir del establecimiento y hasta incluso llevarla a su departamento porque estaba totalmente ebria.

No se había despedido del castaño y realmente no le importaba demasiado. Era simplemente un chico que conoces y compartes palabras en un sólo día. Sólo eso.

Hoy sería un buen día. Iría a ver a Helena al cementerio e iría a buscar el departamento que tanto necesita. No quería darle incomodidades a su madre.

El día anterior se suponía que iría al cementerio con Donna pero la plática que él y ella formaron cuando almorzaron fue demasiado larga abarcando así el tiempo que habían concordado en la visita al cementerio.

Se levantó de su cama y pensó que sería una buena idea ducharse antes de que saliera a desayunar porque su cabello olía a nicotina.

Después de un buen rato en la ducha, bajó hasta el comedor donde Donna lo esperaba con un desayuno simple.

—Buenos días, amor. —Saludó su madre abrazándolo.

El azabache correspondió el abrazo y tomó asiento en la mesa para empezar a desayunar.

—Tus desayunos son los mejores. —Habló Gerard probando la fruta que estaba picada sobre su plato junto con unos waffles bañados en miel de maple.

—Lo sé. —Dijo modesta. —¿A qué hora llegaste ayer? —Cuestionó su madre sentándose a un lado de él. —Estaba tan cansada que no te escuché llegar.

—Llegué como a las tres. —Contestó simple. —Me alegra no haberte despertado porque ya era demasiado tarde.

—Y, ¿qué tal está Lindsey? —Cuestionó. —Pasaron un reportaje de su galería en el noticiero de la noche.

—Había miles de reporteros. —Habló Gerard. —Lindsey está muy bien, aunque ayer se pasó de copas.

—Me lo imagino. —Soltó una risita la rubia. —Lindsey ha madurado aunque sigue teniendo espíritu de adolescente.

—No está tan grande, mamá. —Replicó el azabache. —Además se le entiende, ayer era su noche.

—Si tú lo dices... —Murmuró su madre acariciando su mejilla. —Iré a prepararme para ir al cementerio, ¿aún estás seguro de ir? —Cuestionó Donna levantándose.

—Totalmente seguro.

Donna sonrió enormemente y besó la sien de su hijo.

—Ahora bajo. —Habló subiendo las escaleras.

Gerard siguió desayunado pensando un buen lugar en Jersey para encontrar un departamento pero nada se le venía a la mente. Pensó en llamarle a Lindsey para preguntarle pero sabiendo la hora que era y en la forma que había bebido la noche anterior, sabía que la pelinegra seguía dormida y tal vez despertaría con una buena resaca.

Siguió pensando un par de veces más en alguien que conociera lo suficientemente bien Jersey para guiarlo a una zona decente.
Michael se le vino a la mente, su hermano tenía toda su vida viviendo en la ciudad y sabía que él iba a ser un genial guía, además de que quería verlo.

Terminó su desayuno antes de que su madre bajara. Rebuscó en los bolsillos de su jeans su móvil, llamaría a Mikey.

—¿Hola? —Se escuchó la voz que tanto conocía.

—Hola Mikey. —Saludó el azabache. —Espero no haberte despertado.

—No, no. —Respondió rápidamente. —¿Qué pasa, Gee?

—Nada interesante realmente. —Habló. —Sólo que estoy en casa de mamá y estoy decidido en quedarme un tiempo en Jersey, ya sabes, vivir los viejos tiempos.

—¡Porque no me avisaste, pedazo de mierda! —Exclamó el de lentes. —¿Desde hace cuánto?

—Dos días. —Respondió Gerard con una sonrisa. —Extrañaba tus insultos.

—Pues no los extrañarás más. —Respondió Mikey. —Ahora mismo voy a casa de mamá.

—No, Mikey. —Contestó. —Estamos a punto de salir a ver a Helena. —Explicó. —Puedes llegar allá si gustas...

—Bien, te veo ahí. —Respondió. —Espero una buena plática contigo.

—La tendrás. —Murmuró observando a Donna bajar por las escaleras. —Ya me voy, te veo allá.

—Bien. —Colgó la llamada.

Gerard guardó su móvil en el bolsillo izquierdo de sus jeans.

—¿Quién era? —Cuestionó la rubia.

—Ah, Mikey. —Respondió simple. —Dijo que nos vería en el cementerio.

—¿Pues qué esperamos? —Cuestionó Donna. —Vamos.

Gerard sonrió y cortésmente abrió la puerta principal para que él y su madre pudiesen salir de la casa.

*

—Y por eso estoy aquí. —El azabache acababa de relatar a su hermano el menor el motivo de porque se encontraba en la ciudad.

—¿Seguro que quieres quedarte? —Cuestionó el rubio. —Digo, tienes trabajo y vida allá.

—Sí, estoy segurísimo. —Contestó. —Además por eso te llamé, necesito que me ayudes a buscar un departamento o algo para quedarme unos cuantos meses.

—Bueno, puedes quedarte conmigo. —Propuso el menor.

—No quiero darte molestias. —Habló el mayor. —Además, quiero ver que es vivir solo aquí.

—Si tú lo deseas... —Se reacomodó sus anteojos. —Hay un par de departamentos que alquilan cerca de donde vive Ray.

—¿Quién? —Cuestionó Gerard.

—Oh, vamos. —Se quejó el menor. —Ray, Ray Toro, el del afro genial.

—¡¿Ray sigue aquí?! —Cuestionó sorprendido el azabache.

—Así es. —Respondió el rubio. —Sigue probando suerte con la música y pues no le va muy mal que digamos.

—Qué genial. —Sonrió Gerard. —Hace mucho que no hablo con él.

—Deberías de hacerlo. —Comentó. —Creo que sería genial que se volvieran a ver después de tantos años.

Los hermanos callaron totalmente cuando observaron a su madre regresar. Había ido a visitar la tumba de su padre pero igualmente, ninguno de sus hijos había querido ir a verlo.

—¿Seguros que no quieren ir a ver a su padre? —Cuestionó la rubia.

—No, mamá. —Respondió Gerard. —No creo que sea conveniente.

—Bien, respeto sus decisiones. —Respondió Donna. —Ahora que estamos juntos, ¿les parece ir a comer algo?

—Estaba esperando que alguien lo dijera. —Confesó el de gafas. —Mi estómago está hambriento. ¿Qué dices, Gerard?

—Por mí, está bien. —Respondió el mayor de los Way.

—Ya después iremos a ver lo departamentos. —El menor palmeó la espalda de su hermano.

Gerard sonrió.

Gerascofobia || FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora