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Los pasillos del instituto rebosaban de alumnos curiosos, cuchicheando en su mayoría acerca de la patrulla de agentes que rondaban la institución estudiantil.

Apeados, con las armas en ristre, instalaban la figura de seguridad y vigilancia en todo el perímetro del establecimiento.

El protocolo de protección había acrecentado desde la pasada noche, cuando veintitrés cuerpos sin vida, fueron hallados en un foso oculto entre los lóbregos túneles que comunicaban con el laboratorio secreto de los temidos Médicos del Pavor.

Según el Sheriff, aquellos sujetos habían sido asesinados previamente en un lugar diferente de dónde se encontró los cadáveres, dando a entender que el trío calavera no fue el culpable de la horripilante masacre, su verdadera intención, era camuflar la identidad del auténtico responsable, La Bestia.

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Marcaba la combinación de mi taquilla, año en que nació James Dean; un suave chasquido indicó su apertura, era la primera vez que no se atascaba.

Saqué los libros para mis siguientes tres clases, un vaso térmico que mantenía el café caliente y un chicle de menta para el camino. Me enderecé justo en el momento en el que una frágil voz varonil habló a través de la megafonía.

Por orden del Sheriff, ha sido establecido un toque de queda en todo el condado esta noche. Todas las actividades después de clase serán canceladas hasta previo aviso. Al finalizar la jornada escolar, los alumnos deberán dirigirse a casa directamente.

Como si estuviéramos en una grave situación de guerra, establecen una absurda prohibición, privándonos de una circulación libre por las calles durante las horas nocturnas. Si la bestia está sedienta de sangre, un simple toque de queda, no impedirá la matanza de más inocentes.

Al cerrar la taquilla, divisé la figura de un joven de aproximadamente un metro setenta y ocho de estatura, vestía una cazadora de pana marrón tirando a beige y unos pantalones vaqueros, oscuros y desgastados. Le saludé con un ademán resuelto y ostentoso; alzando levemente ambas cejas, me devolvió el saludo con un gesto amistoso.

—Ésta vigilancia es excesiva —comenté, mientras Scott seguía con la mirada a dos hombres armados, vestidos de uniforme que pasaban cerca nuestra.

—Lo sé —Abstraído, continuó observando el camino de los dos guardias —Pero el padre de Stiles quiere asegurarse de que la bestia no vuelva a matar otra persona, menos un estudiante.

—Eres consciente de que éste juego de polis y cacos no va impedir que actúe —dí un pequeño sorbo a mi café con cuidado de no quemarme.

—No podemos arriesgarnos —Educadamente cogió el termo que sostenía en la mano y bebió la mitad de su contenido en tres grandes sorbos.

Aferré los libros a mi pecho, a pocos metros de distancia, en las taquillas aisladas de la muchedumbre, un chico de cabello oscuro, establecía una conversación con uno de los agentes del "Equipo A"

—¿No crees que éstas armas son un poco exageradas para un instituto? —alegó Stiles sin quitar la vista del mosquetón.

—Tú padre fue quien nos las dio y no nos dice oficialmente el por qué —aclaró el joven de ojos azulados y cabello corto y rubio. Sus facciones eran rectas, perfectas, simétricas, lo pómulos esculpidos a la perfección lo hacían realmente atractivo.

—¿Ha dicho algo de forma no oficial? —intervino Scott en tono despreocupado.

—¿Ha dicho algo de forma no oficial? —intervino Scott en tono despreocupado

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Theo Raeken || Nobody's ever loved me to the truth [2] En Pausa. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora