Capítulo 4: Migrañas Indeseables.

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—¿Se conocen? —Preguntó Jorge.

—No. —Respondimos Salomón y yo al unísono.

—Pareciera que si. —Dijo Raimundo.

—No digas estupideces Raimundo acaba de llegar hoy. —Gruñí.

—Exacto, y ya me has chocado dos veces, y en las dos no has pedido disculpas. —Alargó el zopenco como si estuviera realmente ofendido.

—Para tú información, me empujó mi hermano, por ende, él es quien debe pedir disculpas, y lo del campo, tú fuiste quien me tropezó a mi; así que me debes una disculpa. —Expliqué exasperada.

—¡Hey, hey! Chicos porque no nos relajamos un rato. —Propuso Raimundo apartándome de Salomón, pero mi puño estaba tan apretado, que mis nudillos habían perdido su habitual color rosa. Tenía la vista fija en sus ojos caramelo, desafiándolo a seguir.

—Tranquilo, es comprensible que niñas inmaduras no sepan reconocer cuando se equivocan. —Replicó calmado.

Me disponía a darle un fuerte puñetazo, cuando Raimundo me agarró cuán niña pequeña por la cintura y me condujo al comedor.

—Muy bien, que tal si vamos a donde nuestros padres a cenar, para aligerar esta tensión. —Alargó Raimundo aún teniéndome bajo su poder.

—Bien. —Dije zafándome de las garras de mi hermano con obvia molestia.

¿Quién se creía él para venir a darme clases de modales? Estúpido cabeza hueca.

Que rabia sentía, pero me limité  a sonreír al ver a los Whitman y en esforzarme por encontrar un lugar lejos de Salomón, y así no tener que pensar en las ganas que tenía de darle un golpe.

—¿Por qué se tardaron tanto? —Preguntó mi madre.

—Solo nos conocíamos. —Dijo nervioso Jorge, obviamente se sentía incomodo por el choque entre Salomón  y yo.

—Me alegra mucho oír eso, ahora siéntense, preparé un delicioso pavo y para el postre hice una tres leches para morirse —Manifestó mi madre con entusiasmo.

Me senté entre Jorge y Raimundo. Para mi suerte Salomón se sentó en medio de sus padres, al otro extremo de la mesa.

—Oh, Susan lamento tanto no haber podido traer algo para la cena, pero apenas y tengamos la cocina instalada los invitaremos a cenar. —Se excusó la madre de Salomón. —Estoy muy sorprendida al ver que tan deteriorada estaba la casa.

—Allyn, no te preocupes. De todos modos espero no sea la ultima vez que vengan a cenar con nosotros. Aquí son bienvenidos.

«Por desgracia.» Pensé.

—Muchas gracias por su hospitalidad Madame, a penas nos reorganicemos no duden en contar con nosotros. —Dijo muy educadamente el señor Dante mientras se limpiaba la boca con una servilleta, pues le había dado un bocado a su trozo de pavo.

—¿Cómo es que decidieron mudarse a este vecindario? —Preguntó Raimundo.

—Bueno, mi hermana vive por aquí cerca con su hijo, y cuando le dijimos que queríamos mudarnos nos mencionó esa casa, no fue difícil conseguir que nos la vendieran, parece que ha estado en venta muchos años. —Explicó dócilmente la señora Allyn.

—Si, llevamos viviendo aquí desde hace un tiempo; Siempre vimos a personas acercarse y echarle un vistazo pero nadie nunca la compro, hasta ahora. —Añadió mi padre.

Daevas 2: El Caballero de la Rosa Negra. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora