Taciturna Gongora Vega

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La gente puede llamarme de muchas formas. Siempre lo han hecho, y continuarán haciéndolo hasta que se les gaste la noticia. No me comprenden. Son gente con la vida de las clases medias, gordas y felices que nunca han sentido lo que es tener un arma apuntándote en la cabeza.

Entiendo que ahora se me clasifique como la villana de la historia. Después de todo, la historia siempre es contada desde la perspectiva de los vencedores.Y ahora estoy aquí, huyendo a lo largo del país. Hospedándome en moteles baratos, durmiendo de día y corriendo en la noche. Consigo transporte gratuito mamando algunas pollas de camioneros, lo suficientemente urgidos como para aceptar esos favores de una adolescente que fácilmente podría tener la edad de sus hijas.

Como sea, creo que nunca había caído tan bajo en mi vida. La última vez que comí algo medianamente decente fue durante mi viaje por Wichita. Una mujer de edad me acogió en su casa por un par de días. Imaginen lo que paso cuando vio mi foto en los noticieros. Esta no es la clase de futuro que tienes en mente cuando cumples diecisiete años. La mayoría de las chicas en mi edad sueñan con encontrar al príncipe azul, terminar su carrera universitaria, y conservar a sus 80 mejores amigas de la secundaria. Yo lo único que deseaba era darme un tiro, no es que me gusta auto compadecerme, ni hacerme sentir una víctima de la sociedad. Solo me gusta recordar como era antes. Una chica de fondo, triste y sola. Ahora soy una puta, genial.

Fue en el último semestre, cuando todos estaban poseídos por el espíritu del verano y el sabor del licor, le di un vuelco a mi vida. Descubrí que era diferente. eran los gritos, las risas de los bromistas lanzándome espagueti a la cabeza. Las chicas insensibles de siempre, que actuaban como si yo no tuviera sentimientos. La prensa usa esto para mostrarme como una sociópata sin corazón. Piensan que debí superarlo, que no necesitaba ponerles atención cuando Vanessa y su amigas gritaban por los pasillos ¡taciburra; taciburra, taciburra, taciburra!. Pero trata de soportarlo cuando te lo repiten a diario. Que eres una inútil, fea, plana, una nulidad, tonta. Trata de aguantar un calvario cada hora de tu miserable vida, y el mensaje taladrará hasta llegar a tu alma y se apoderará de ella.

Eso fue lo que me paso. Vanessa, los chicos, mis padres, todos ellos me ayudaron a despertar los demonios que habitaban en mí. Pero al final del camino, yo fui quien les abrió la puerta para matar a todos. Me he desviado un poco del tema. Lo siento, nunca fui una buena escritora. Ni siquiera cuando estaba poseída por mi Daimon, el espíritu que me impulsaba para superarme, llegar a donde nunca antes había estado, y hacer lo que nunca me atrevería a realizar.

Ese último semestre, me deje poseer por él. Me arregle, comencé a maquillarme, ponerme bonita y hablar. Hablar. Me hice amiga de Helena. Ella era una chica de primer semestre, y la conocí en un concurso de autores jóvenes. Ninguna de las dos ganamos algo, pero nos llamo la atención el que escribiéramos de temas similares, y que ambas tuviéramos los mismos gustos al elegir helados. En tres semanas, ella era mi mejor amiga. Mi única y mejor amiga.

También, un chico llamado Alberto se lanzó a por mí. Era todo un caballero, espontaneo y risueño. Pero sobre todo, el sabía cómo tratarme. Me ponía de una manera indescriptible, me hacía sentir como nadie. Acariciaba con su trato mis puntos débiles mentales, me hacía reír y conseguía hacerme sentir esas archifamosas mariposas en el estómago, que ningún otro hombre logró antes. Por una vez en mi vida, era feliz. No me preocupaba por lo que otros pensaran, podía hacerme valer por mí misma. Me sentía feliz con mi cuerpo, con mi vida y mis amores Helena y Alberto, como nunca antes.Y...había otra cosa.

Algo oscuro, la parte perversa de mi Daimon. Una semana antes de conocer a Helena, antes de ser feliz, me jugaron una última broma. En el comedor escolar, Vanessa cruzó junto a mí, y derramó un plato de espagueti sobre mi cabeza. Hasta ahí su madurez. No me importo que tuviera clases por varias horas más, o que estuviera llorando como una loca, derramando rímel con mis lágrimas entre mis mejillas. Preferí salir corriendo hasta mi casa para llorar ahí en soledad. Maldición, eso ni siquiera tenía lógica. ¿Qué hice para merecerlo, carajo? ¿En qué ganaba Vanessa con todo esto, por qué le gustaba verme sufrir?

Creepypastas :3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora