Brown Eyes

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Ella dejó que la noche cayera sobre su hogar sin ser invadida por el miedo. Se hallaba calma y serena, esperando que su padre llegara bien a Nueva York. Su sonrisa que carismáticamente animaba al mundo estaba repleta de emoción y excitación. Esa no era su primera noche sola, pero sería la primera vez que invitaba a una amiga para quedarse a dormir. Entonces el sonido del teléfono la sobresaltó.

Caminó hasta el otro lado de la cocina, secando sus manos con un paño, y le bajó el volumen a la radio. Al contestar, oyó la melodiosa voz de Marinette, su mejor amiga. No fue una conversación demasiado larga y fraternal, sólo le anunció que debían viajar a ultima hora y no podría presentarse en su hogar.

Marie, sin más, terminó de cocinar; esta vez un poco más desganada. Finalmente no lo evitó, y llevó el platillo hacia su habitación mientras encendía Netflix en la pantalla grande. Entre tanto y tanto, no pudo evitar caer en los brazos de Morfeo, fundida en el cansancio. Ahí llegó él, un chico de su edad y probablemente de su clase.

Básicamente, él estaba obsesionado con ella. Se sabía sus horarios, las materias que compartían y todo su circulo de amistades. Sabía su cumpleaños, el de su padre, y cómo murió su madre. No había nadie más dañado psicológicamente que él; enfermo de amor por Marie Elizabeth King, y esa era sin duda su mayor oportunidad. Ella completamente sola en casa y él con las hormonas a mil.

Fue ahí cuando saltó la valla que le separaba de su jardín. Sabía por dónde entrar. Había planeado ese momento por meses, desde que oyó al padre de Marie decir que se iría por una semana. Sería el tiempo perfecto para aprovecharse de ella y deshacerse del cuerpo. No dejaría rastro, sólo una pequeña nota que anunciaría su supuesto secuestro.

Y ahí dentro, teniendo un plano mental del lugar, caminó hacia el sótano. Hacía unas cuantas noches había hecho una vía de entrada allí y preparado todas sus herramientas dentro, todo al escuchar la conversación de Marie y Marinette sobre la hostia que le había dado su padre el día anterior, pues extravió las llaves del sótano. Ese día su plan había ido perfecto, ella había dejado las llaves en la mesa, cerca de la ventana y él había logrado simplemente llegar y tomarlas.

Se colocó un par de guantes de plástico y dejó el bolso vacío en la mesa de metal. Ahí caminó hacia las escaleras y movió la manija desencajando el pestillo para poder ver a su doncella, a su próximamente desaparecida doncella. Era cosa de que alguien la abriera de adentro para lograr abrirla.

Cuando finalmente logró llegar a su habitación, la miró, como una niña pequeña durmiendo. Parecía un ángel ahí. Tan tranquila, no como el revoltijo de bromas que había en clases, ella era alguien casi diferente. Y por un momento se arrepintió de querer asesinarla, pero sabía que ese deseo nunca sería correspondido. Marie era demasiado perfecta para él.

Muchos la verían como alguien nada fuera de lo común; sólo la cerebrito o payasa de la clase. Pero no podían ver lo que él, no vivieron lo que él. Cuando ella lo salvó de una paliza y la recibió sin siquiera pedir algo. Él veía la perfección misma en esos mechones rebeldes o esa piel de porcelana. A él le enloquecían esos ojos chocolate. No le importaba que su estilo fuera sencillo; que siempre llevara un suéter o no le importara que sus converse se embarraran. Ella era su Marie Elizabeth.

Según lo que sabía, ella era alguien de sueño pesado. Decidió comprobarlo y arriesgarse a cargarla, pues después de todo nada que el cloroformo no pudiera solucionar. Y es en ese momento que fue como cargar una mismísima pluma. La joven se acurrucó entre sus brazos y no dio ni una señal de despertar.

Caminó escaleras abajo y llegó a la puerta abierta del sótano. Recargó a la joven sobre la mesa y pudo absorber gustoso el olor a humedad. Se agachó para buscar sus herramientas en un cajón, antes de siquiera comenzara con su plan, pero al volver a levantarse no la encontró en el lugar.

—¿Cómo te encuentras, Kyle?—Esa voz, esa dulce voz, se escuchó desde atrás suyo.

No lo pudo evitar, un escalofrío recorrió su espina dorsal. No quiso mirar atrás, no quiso verla; y por una extraña razón sabía que estaba sonriendo. Tal vez era su tono de voz.

—Te ves muy nervioso—comentó. Tocó su hombro y caminó hacia él—No estabas así cuando estabas a punto de violarme—Acercó levemente su cabeza a su oreja—Bastardo.

Y ahí, armándose de valor, volteó sobre sus pies. El reflejo de la luna le iluminó el rostro a ambos; es ahí donde se dio cuenta de que nada fue como parece. Oyó el tintineo de las llaves que ella juguetonamente agitaba. Marie lo había planificado todo, de eso estaba seguro.

—Sabía que algún día me pagarías—murmuró la joven, empujándolo a la mesa y sentándose a horcajadas encima de él—Que me pagarías todos los moretones que recibí por ti—Con el filo de las llaves le hizo un suave rasguño en la mandíbula—Serás mi primera víctima en Salem.

Él iba a negar, pero no lo logró porque ella enterró las llaves en su garganta y las tiró hacia abajo. Podía sentir el asfixiante sentimiento de ahogarse con su propia sangre. La chica sopló el mechón de cabellos que estorbaba a su vista y dejó ver como sus ojos brillaban sobrenaturalmente de un color caramelo. Ella fue la última persona que escuchó en su corta y miserable vida. Con una frase que le estremeció:

—Ámame.

#QueTenganBuenDía -Dark

Creepypastas :3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora